ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
La revolución encontró muchas formas de retribuir la fidelidad de los hombres y mujeres del campo. Foto: Raúl Corrales

En las montañas escarpadas de la Sierra Maestra, durante los años convulsos de la lucha revolucionaria, no solo se gestaba una victoria política y militar; se forjaba también un compromiso profundo y humano entre Fidel Castro y las familias campesinas que habitaron esos parajes. Creció una relación basada en la confianza, la solidaridad y el apoyo mutuo.

Desde el histórico alegato La historia me absolverá, en el juicio tras el asalto al Cuartel Moncada en 1953, Fidel se identifica con la situación del campesinado cubano, que describía como muy precaria y desigual. Señala que alrededor del 85 % de estos pagaban renta, vivían amenazados de desalojo y más de 200 000 familias no tenían terrenos propios para cultivar.

Destaca que la mayoría de las mejores tierras estaban en manos de pocos latifundistas y empresas extranjeras, sobre todo estadounidenses, y que los campesinos trabajaban la tierra sin ser dueños de ella, como aparceros, precaristas o arrendatarios, sufriendo extorsiones constantes, y viviendo en condiciones miserables, con poca salud, educación y sin acceso a servicios básicos.

En ese entonces, promete, con el triunfo de la Revolución, devolver la tierra a quienes realmente la trabajan, por medio de una reforma agraria, una promesa hecha en varias campañas electorales, pero incumplida por los gobiernos de turno debido a los cambios estructurales que implicaba en el sistema.

LOS PRIMEROS EN TENDER LA MANO

«¿Crescencio, usté no sabe ná?». El campesino levanta la cabeza, detiene la bestia y le contesta: «¿Ná de qué?», «que llegó una expedición por Las Colorá», «¿qué dices?», «tó el mundo lo dice, que llegó una expedición por Las Colorá; los guardias andan corriendo en carros por el terraplén». De inmediato, Crescencio Pérez parte para la casa de su hermano Eduviges. Al correr unos metros, ve que unos jinetes se acercan; entre ellos reconoce a Guillermo García y a Pedro Pérez, quienes vienen a todo galope. Se saludan e instintivamente comentan sobre lo que se dice de la expedición.

Al observar la actitud comprometida de aquellos jóvenes, se franquea: «Muchachos, este es un asunto muy serio. Yo estoy metido en el Movimiento 26 de Julio y necesito la ayuda de hombres como ustedes». Ellos le responden: «Mande usted, nosotros estamos dispuestos pá lo que sea».

Por estrechos caminos, en conversación con los pobladores conocidos y rehuyéndole a las tropas batistianas, Crescencio Pérez trata de dar con el paradero de los expedicionarios y alerta a sus allegados sobre lo que deben hacer en caso de aparecer por su área los rebeldes.

El 5 de diciembre se produce el bautismo de fuego de los expedicionarios en Alegría de Pío. Aún Crescencio Pérez y la red de recepción no han establecido contacto con Fidel y sus compañeros.

Los rebeldes se dispersan y en grupos comienzan el desplazamiento para tratar de llegar a la Sierra Maestra. La mayoría logra salir del diente de perro y se acerca a los barrios de los estancieros en El Plátano, Toro, Sevilla Arriba, Palmarito y en otros lugares donde igualmente existen grupos de campesinos organizados para apoyar el rescate.

En la primera quincena de enero se habían incorporado ocho campesinos como combatientes de la guerrilla: Guillermo García, Manuel Fajardo, Crescencio Pérez y sus hijos Ignacio y Sergio, Eduardo Castillo y los hermanos Manuel y Sergio Acuña.

«Poco a poco —subraya el Che—, cuando los campesinos vieron lo indestructible de la guerrilla y lo largo que lucía el proceso de lucha fueron reaccionando de una forma más lógica, incorporándose a nuestro ejército (…). El ejército guerrillero se asentó fuertemente en la tierra, dada la característica de los campesinos de tener parientes en la zona. Esto es lo que llamamos vestir de yarey a la guerrilla».

El campesino no solo brindó su humilde bohío, sus alimentos y sus recursos; las mujeres curaban a los combatientes heridos y asumieron importantes acciones militares como parte del Ejército Rebelde. De este apoyo logístico, da testimonio una carta de Crescencio Pérez, fechada Sierra Maestra, Julio 13-58:

«Celia: Les mando dos cargas de frijoles negros. En El Lomón quedan 14 quintales. y aquí quedan cinco. Ese que le mando lo compré hoy, recuerde que aquí hay cien libras de queso, y sal nos llega hoy».

El libro Itinerario de Fidel por la provincia de Granma, de Ludín Fonseca, recoge casi un centenar de encuentros y visitas del Comandante en Jefe a casas de campesinos de la actual provincia de Granma: Purial de Vicana, Cinco Palmas, La Plata, Los llanos del Infierno de Palma Mocha, Arroyones del Limón, El Jíbaro, entre otros.

A juicio del historiador Aldo Daniel Naranjo, con el desembarco del yate Granma, las masas campesinas de los municipios, sobre todo de Niquero, Campechuela, Manzanillo, con sus respectivos barrios de Pilón, Media Luna, Vicana, entran en contacto con Fidel.

El 9 de mayo de 1957, unos 18 campesinos traídos por Crescencio Pérez se incorporan a la guerrilla. Cuando el ataque al cuartel de El Uvero, el 28 de mayo de 1957, más de 40 campesinos serranos integran la fuerza de 120 guerrilleros que atacan la edificación.

La relación entre el campesinado y la Revolución Cubana se estrecha, y esa cooperación activa en la Sierra Maestra, donde se asentó el núcleo guerrillero, fue esencial para el triunfo del 1ro. de enero de 1959.

Más allá de ser un simple refugio, estas comunidades se convirtieron en el alma logística y moral del Ejército Rebelde. Proveyeron enlaces, alimentos, medicinas, ropa y lo que era más valioso: conocimiento preciso de los caminos, los senderos y los escondites que facilitaron la movilidad y la supervivencia de los combatientes.

Muchas veces, hasta arriesgaron sus vidas para transportar armas, trasladar heridos o facilitar comunicaciones entre distintos grupos guerrilleros. Su apoyo directo fue esencial para que la guerrilla se mantuviera activa y organizada frente a la fuerte persecución y los bombardeos que desataba el régimen de Batista.

Sin duda, como apreciara Fidel, los campesinos de entonces no eran diferentes a los de 1868 y 1895.

EL PRECIO DE LA LUCHA

Pese a la violencia represiva —que incluía ataques a sus hogares y desplazamientos forzados—, las familias campesinas mantuvieron su compromiso.

Este vínculo de apoyo mutuo y sacrificio, trascendía la mera alianza política: fue una verdadera hermandad construida en la adversidad, en la que Fidel y sus hombres dependían de esas familias para resistir y avanzar, y ellas, a su vez, veían en la Revolución la clave para la dignidad y la justicia social.

De la ayuda brindada por este segmento poblacional al Ejército Rebelde, destaca el campesino José del Río Santos: «le dimos el apoyo a Fidel y a sus hombres con todo lo que teníamos porque era la manera de acabar con el infierno en que vivíamos».

La entrega de las familias campesinas de la Sierra Maestra tuvo un costo muy alto. El régimen de Batista, en su intento desesperado por derrotar a la guerrilla, lanzó intensos bombardeos sobre las tierras donde vivían, buscando desarraigar el apoyo popular al Ejército Rebelde. Pese a estas dramáticas circunstancias, la resistencia campesina se mantuvo firme.

El Comandante en Jefe, en cambio, no se limitó a ser un líder que ofrecía promesas vacías; su relación con la gente de la serranía fue marcada por acciones concretas que demostraban un compromiso auténtico. En más de una ocasión, Fidel y sus combatientes participaron activamente en las labores cotidianas de las comunidades, como ayudar en la cosecha del café o apoyar en reparaciones y construcciones.

DE ARRENDATARIOS A DUEÑOS

A cuatro meses del triunfo revolucionario en 1959, Fidel cumple una de las promesas hechas en La historia me absolverá, al firmar la Ley de Reforma Agraria, mediante la cual se distribuyeron más de 350 mil caballerías de tierra a unas 200 000 familias campesinas, consolidando la pequeña propiedad agrícola y eliminando los arrendamientos abusivos. Finalmente, los campesinos recuperaron su derecho a la tierra, negado en condiciones de neocolonia y explotación.

«[…], la Ley de Reforma Agraria significó para todos aquellos campesinos la desaparición del temor. Desde aquel momento todo campesino pudo sentirse seguro de su tierra, sin temor a ser desalojado», subrayó Fidel.

El campesinado participó en la creación de organizaciones como cooperativas y la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños, fortaleciendo su papel productivo y social, convirtiéndose en aliados y protagonistas del proceso.

Décadas después de la victoria revolucionaria, el vínculo entre Fidel y las familias campesinas de la Sierra Maestra sigue siendo un legado vivo en la memoria y en las comunidades mismas. Muchos descendientes mantienen latente el relato de aquellos años de lucha y sacrificio, y las tradiciones de solidaridad y compromiso continúan arraigadas en la región.

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