Guantánamo.–Si en el avance no hubieran desplegado los colores de esa «que no ha sido (ni será) jamás mercenaria», ni siquiera eso habría impedido identificar, a primera vista, la esencia del matinal acontecimiento.
La naturaleza de los marchistas y el vigor de sus pasos vuelven a ser los mismos de la diaria, dura, pero incesante lucha frente a lo adverso, y los que le dan tinte cubanísimo a una procesión agradecida, leal como esta.
Terco persistió El Guaso, tal como Gustavo Fraga, Enrique Rodríguez, Fabio Rosell, Abelardo Cuza y Jesús Martín, caídos los tres primeros el 4 de agosto de 1957, en la explosión de una fábrica clandestina de armas rebeldes en esta urbe, y torturados hasta la muerte los otros dos, en las jornadas siguientes.
Decididos hoy como los de ayer, aunque aquellos no sobrevivieran al triunfo, porque una explosión casual y manos verdugas se lo impidieron. De hombres así heredó Cuba esa terquedad que la mantiene en pie.
En tributo a ellos marchó esta tierra, marcha de niñas y niños, de jóvenes y de otros que bien podrían ser padres o abuelos. Iban artistas, profesionales, dirigentes, obreros; el pueblo –de Guantánamo y de todo el «caimán rebelde»– representado en la multitud.
Gente que por unos minutos cambió la rutina diaria de sus mañanas, reverenció con flores a nuestro José Martí en el parque al que da nombre el apóstol en esta ciudad, y luego peregrinó desde aquí hasta el monumento a los Mártires del 4 de Agosto.
A guitarra y verso culminó la cita, en el monumento, con los que nos dieron esta patria que también es humanidad llevada en los pechos, y que, solidaria, brotara de la garganta de Fidelito Díaz, quien le cantó a las víctimas del genocidio en Gaza.
En los tres días anteriores a este, otras voces y guitarras habían llevado la Jornada de la Canción Política a calles y barrios del Alto Oriente, a instituciones culturales y de la salud, a la Brigada de la Frontera y a sitios agrestes de aquí.
Esas mismas voces, ya en el monumento a los héroes del 4 de Agosto, trajeron de vuelta a Eduardo Sosa, nuestro «compay» entrañable.
Recordatorio así, y marcha como esta de terquedad agrandada, por más que se hayan repetido en 49 agostos, ni tienen edad ni envejecen.
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