ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Pese a las secuelas de la enfermedad, este espirituano decidió vencer las adversidades y seguir adelante. Foto: Pastor Batista Valdés

A pocas jornadas de haber celebrado 72 calendarios desde la audaz acción del 26 de julio de 1953, miro al espirituano Ernesto Juan González Rodríguez y acuden a mí las razones por las cuales Fidel y un grupo de jóvenes atacaron la fortaleza militar santiaguera, y con cuánta claridad se conformó después el Programa del Moncada.

Para entonces, Ernesto no había visto aún la luz de su primer día. Su «suerte», en cambio, no sería menos lóbrega que la de miles de niños nacidos también antes de 1959.

Imposible que él recuerde lo sucedido. Con apenas seis meses de edad, una fiebre muy alta se apoderó de su frágil organismo.

«Grandecito ya, supe que me llevaron con el doctor Jiménez Lambida, allí mismo, donde vivía mi familia, en Caracusey, rumbo a Trinidad. Primero él pensó que se trataba de una fiebre normal, luego se percató de que el problema era peor: poliomielitis».

NI ME RINDO NI SOY DISTINTO

«Una piernita se me fue quedando más pequeña y delgada que la otra. Recuerdo que, tal vez por lástima, mi padre me protegió mucho. Mi madre, sin embargo, siempre dijo que yo era como todos los demás y que, por tanto, tenía que hacer de todo. Le agradeceré eso hasta el final de mis días. Gracias a ella, crecí como cualquier otro niño y jamás sentí complejo de inferioridad o algo parecido.

«Es cierto que no podía correr, saltar, jugar pelota o fútbol con la agilidad de otros niños, pero me divertía igual, y llevaba una vida normal. Eso sí, siempre me di a respetar. No por casualidad jamás me dijeron cojo.

«Hay algo tristemente curioso que quiero comentarte: cuando comenzó la campaña contra la poliomielitis, la contrarrevolución decía que esas pastillas o vacunas eran para que los niños fueran comunistas. ¡Qué disparate!»

Explica Ernesto que, con 17 años, comenzó a trabajar en la Brigada Máximo Gómez, de construcción de presas. Así, dejó su huella en Higuanojo, Tuinucú, La Felicidad…, aunque en verdad había trabajado ya, de forma voluntaria, en el Comité Militar Regional de Trinidad.

La limitación física o motora que, para toda la vida, le dejó la poliomielitis, no pudo impedir que, con 14 años, ingresara a la Unión de Jóvenes Comunistas (y al Partido 16 años después), que trabajase como corresponsal del entonces naciente periódico Escambray, que tributara también para Radio Rebelde, que resultara Vanguardia Nacional del Sindicato de la Construcción, que integrara contingentes agrícolas, que visitara Hungría, que siga amando nostálgica y entrañablemente la emulación…

«Con 47 años, cinco meses y dos días de trabajo, sin una sola ausencia, me jubilé en 2023, pero sigo trabajando, de forma voluntaria, en distintas tareas».

Ciertamente, la polio no pudo quitarle la fuerza y las ganas de vivir, pero él, como tantos otros hijos de esta tierra, entienden hoy que, gracias a la hombrada de Fidel y de sus hermanos de lucha, miles y miles de niños cubanos no corrieron la misma suerte.

«Hoy todos nuestros niños son vacunados contra varias enfermedades, desde que vienen al mundo; eso no tiene precio en la vida».

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