ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
«Aquí, en esta tierra, en la entraña de esta tierra, están enterrados los restos de nuestros muertos». Foto: Tomada de MAPIO.NET

Corría el penúltimo día del mes de julio de 1959, la Revolución había triunfado apenas seis meses antes y se conmemoraría por primera vez en suelo libre el Día de los Mártires de la Revolución Cubana, instituido el 26 del propio mes por el Consejo de Ministros, reunido en el Cuartel Moncada.

Dos años antes, el 30 de julio de 1957, en las calles de Santiago, había sido asesinado el líder indiscutible de la lucha clandestina, Frank País García. Con apenas 22 años fue masacrado por los más recalcitrantes esbirros de Batista, bañando con su sangre la ciudad que lo vio nacer, un 7 de diciembre.

En igual fecha de 1958, caía en combate, en El Jobal, René Ramos Latour (Daniel), sustituto de Frank País como Jefe de Acción del mr-26-7 y Comandante del Ejército Rebelde.

Fidel explicó que había sido escogido precisamente ese día como «símbolo de los sacrificios que hizo nuestro pueblo por conquistar su libertad»

¿QUÉ OCURRIÓ ESE 30 DE JULIO DE 1959?

Después de las honras fúnebres por el alma de los mártires, efectuada en la Catedral santiaguera, todas las actividades se paralizaron y el pueblo se sumó al gran duelo de la Patria.

En horas de la mañana, alumnos de la Escuela Pública Frank País y militantes del Movimiento 26 de Julio depositaron ofrendas florales en el Callejón del Muro.

Alrededor de las 11 llegaron a la Placita de Santo Tomás el doctor Osvaldo Dorticós, presidente de la República, y varios ministros, entre los que se encontraban Armando Hart y Faustino Pérez; además de los comandantes Juan Almeida, Raúl Castro, Carlos Iglesias, Antonio Enrique Lussón y Belarmino Castilla Más (Aníbal), entre otros dirigentes de la Revolución.

Allí fue develada una tarja dedicada a los mártires de la Placita. De este sitio partió el desfile hasta el Cementerio de Santa Ifigenia, encabezado, entre otros, por la Banda del Ejército Revolucionario, la Marina de Guerra, la Policía Nacional, y el jefe del Distrito Militar de Oriente, Comandante Calixto García. En la necrópolis hicieron uso de la palabra los capitanes Casto Amador y Léster Rodríguez, el doctor Armando Hart y Dorticós.

Ya en la noche se efectuó un acto en el Instituto de Segunda Enseñanza, en la cual se congregaron miles de santiagueros. Intervinieron en el homenaje, el Presidente de la República, el reverendo Agustín González y Faustino Pérez; y lo resumió el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz.

En su discurso, el máximo líder de la Revolución se dirigió a los santiagueros y a las madres de los mártires, calificándolas como «madres de la Revolución», en reconocimiento al sacrificio de todas aquellas mujeres que perdieron a sus hijos en la guerra por la liberación.

Explicó que se había pensado realizar una velada conmemorativa, un acto a recinto cerrado, por considerar que era un día para meditar. Sin embargo, el pueblo colmó el lugar y muchas personas se quedaron fuera, porque como dijo Fidel, «…no hay recinto suficientemente grande para albergar la gratitud de nuestro pueblo por los hombres que cayeron».

Se refirió al 30 de julio como un día especial para reflexionar, no solo en los éxitos, sino también en los errores, en aquellas cosas que aún no estaban superadas. Comparó la conmemoración con otras de tiempos pasados en las que  se recordaba a héroes conocidos por los libros y las anécdotas. Sin embargo, en esa ocasión, el homenaje era por los caídos en fechas cercanas, en «un pasado tan reciente que es presente».

Al respecto expresó: «Aquí, en estas calles de Santiago de Cuba, cayeron los primeros combatientes revolucionarios. En estas calles de Santiago de Cuba se perpetraron los primeros actos de salvaje represión contra los revolucionarios y contra la población civil. En este cementerio de Santiago de Cuba y en los alrededores de Santiago de Cuba, fueron sepultados los hombres que constituyeron la primera legión de mártires combatiendo la tiranía.

«Por eso es lógico que el 30 de julio se venga a conmemorar a Santiago de Cuba y que los 30 de julio se conmemoren principalmente en Santiago de Cuba, porque el Día de los Mártires es también el día de la ciudad mártir de Cuba; de la ciudad que a lo largo de la historia, desde la lucha por la independencia, ha demostrado la más extraordinaria dote de patriotismo…».

Explicó que solo el olvido a los muertos podría volver a sumir a Cuba en la tragedia de la que acababa de salir. Llamó a los revolucionarios a realizar un examen de conciencia para mantener limpia la llama de pureza que encendió la Revolución, y que jamás se apagase: «Hay que venir aquí todos los años a avivar y a atizar esa llama moral… Porque si algo no queremos –y bueno es decirlo aquí, en este primer aniversario de la muerte de Frank País y de Daniel, símbolo de toda la generación que se sacrificó–, bueno es decir aquí que lo que no queremos es que nadie pueda decir el día de mañana que nuestro pueblo se ha olvidado de sus muertos, que los sobrevivientes de esta lucha se han olvidado de sus compañeros caídos…»

Porque Fidel estaba convencido de que el único consuelo para las madres de los mártires era saber que sus hijos no habían caído en vano, que sus hijos habían dado su vida para que el pueblo cubano no tuviese que vivir de rodillas y la nación se sintiera orgullosa y digna.

Habló también de los retos y los problemas a los que se enfrentaba el Gobierno triunfante, y expuso sus ideas de lo que significaba en ese momento ser un verdadero revolucionario, que no era serlo un día ni una hora, o un año o varios; los verdaderos revolucionarios –dijo Fidel– son aquellos que no mancillan jamás su vida y no dejan de serlo nunca.

En ese momento habían aflorado los falsos revolucionarios, aparecidos el 1ro. de enero, y también aquellos que pensaban que la lucha y los sacrificios habían terminado, los que no comprendían, los que se cansaban. El Comandante en Jefe calificó esto como un peligro, y llamó a estar alertas, porque las revoluciones lesionan intereses poderosos que no se resignan a perdonar.

Ilustró la situación que vivía nuestro país antes de 1959, demostrando que la lucha no había sido un capricho sino una necesidad. Se refirió a las campañas, las calumnias y las conspiraciones a los que había que enfrentarse como precio por querer ser libres, y no solo a las de origen externo, sino también a las internas. Dejó claro que los métodos utilizados por la tiranía no serían jamás los de la Revolución.

Explicó cómo debían ser los soldados para servir al pueblo, cuyo premio sería solo la consideración y el cariño de la ciudadanía, el respeto, la confianza y el amor de ese pueblo: soldados como Frank y Daniel, como todos los que murieron en la clandestinidad y en las montañas.

Recalcó que la lucha no estaba terminada, porque había que trabajar muy duro y no se sabía en qué momento habría que empuñar de nuevo el arma para volver a pelear y volver a morir, y reafirmó:

«Aquí, en nuestro suelo, están enterrados nuestros muertos. Y hoy, que los que los asesinaron ya no están aquí; hoy, cuando los asesinos huyeron cobardemente; hoy, cuando esos mismos asesinos, aliados a todos los intereses, se preparan para volver a implantar aquí el terror, el luto y la humillación de ayer; hoy, cuando esos mismos asesinos se empeñan en movilizar cuantos enemigos sea posible para volver a implantar el terror sangriento que costó tantas vidas vencer, ¡hoy debemos decir y debemos proclamar y debemos jurar que esta tierra y esta Revolución las defenderemos hasta la última gota de sangre! Que esta tierra y esta Revolución no volverán a arrebatárnosla, porque aquí no solo están sembradas las esperanzas de nuestro pueblo. Aquí, en esta tierra, en la entraña de esta tierra, están enterrados los restos de nuestros muertos. Y si les arrancaron a ellos la vida, y si el precio del triunfo fue las vidas que les arrancaron, las vidas podían arrancárselas, ¡pero las ideas y el ideal por el cual cayeron no podrán arrancarlos!»

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