Es el primer día de enero de 1953, pero igual puede ser cualquiera de las 365 madrugadas del año que usted prefiera escoger, desde que el siglo xx abrió sus párpados hasta que un tipo llamado Fulgencio Batista puso pies en polvorosa y aérea estampida hacia Santo Domingo, Portugal y España. Entonces cargó consigo una oscura fortuna calculada en 100 000 millones de dólares, un exuberante currículo al servicio de Estados Unidos y nada, absolutamente nada a favor de los pobres de esta tierra.
Da lo mismo ese primer día aquí, en Ciego de Ávila (centro del archipiélago), que allá, en la primada Baracoa, del Alto Oriente cubano.
De haber existido en aquel entonces los famosos drones, desde lo alto, uno de esos «bichos raros», que hoy todo lo ven y todo lo captan, habría dejado, tal vez, constancia gráfica de la aparente –solo aparente– tranquilidad reinante en esa primera madrugada; pero no hubiera podido «radiografiar» cómo, con el abdomen inflamado y el estómago en blanco, miles de niños se fueron a la cama, comidos por parásitos, volados en fiebre, desnudos, sin bañar o sin entender por qué esa mujer a la que llaman comadrona no pudo hacer nada, y ya mamá no existe, ni tampoco el hermanito que venía en camino.
Pobre del «ciego» que no quiera ver o reconocer aquellas realidades a la luz de hoy, cuando el tiempo ha hilvanado la punta y el cabo de 72 calendarios.
MIRADA EN RETROSPECTIVA
Ángel Cabrera Sánchez, historiador de la ciudad de Ciego de Ávila, porta doblemente en su interior la historia: en conocimiento y en vivencias que guarda, no sabe si más entre sueños o entre pesadillas de infancia.
Por ello, no cesa de hablar y de escribir –con los sólidos argumentos de la verdad cimentados en la investigación histórica y científica– acerca de aquel Ciego de Ávila en el que no todo el mundo tenía acceso a las muy contadas instituciones de Salud existentes (un hospital, una casa de socorro, un asilo de ancianos y un dispensario antituberculoso), muy deprimidas las públicas e inaccesibles para los pobres las privadas, cero campañas de vacunación, una sola ambulancia, partos a granel en domicilio, mortalidad infantil a la impensable altura de 60 fallecidos por cada mil nacidos vivos…
Interesante (y triste), ¿verdad?
¿Por qué murió, con apenas 22 años y una salud de hierro, Raúl Cervantes Cervantes, el primer mártir de la lucha contra la tiranía batistiana? Sencillo: disparo a quemarropa por parte de un esbirro con rabia de bestia contra quienes dignificaban a Maceo, el 7 de diciembre de 1955. Traslado de inmediato para asistencia médica. ¿Quién paga esto? –es la (primera y única) pregunta que interesa. Se pierde un tiempo precioso, irrecobrable.
De Educación, ¡ni hablar! Las mejores escuelas eran privadas y, obviamente, a ellas podían acceder, fundamentalmente, los hijos de las familias más acomodadas.
No por casualidad, Pablo Castellanos Caballero, director de Radio Morón y profesor del Instituto de Segunda Enseñanza, admitía por aquel tiempo que la educación pública andaba «en crisis», con «locales inadecuados, exceso de alumnos y de grados para cada maestro, lugares de espesa población que no tienen aulas, falta total y permanente de material escolar…».
Con razón, en el libro Ciego de Ávila contra el batistato, 1952-1959 (publicado por la Editorial Edunica), del propio Ángel Cabrera y su esposa Mayda Pérez García, constan casos como el del aula número 1, en una escuela de Chambas, con 63 alumnos y apenas 13 pupitres, en 1953; porcentajes de asistencia a clases inferiores al 40 % entre niños de cinco a nueve años, en Ciego de Ávila y Morón, o la existencia de casi 12 000 analfabetos entre los 16 823 infantes comprendidos en ese mismo rango de edad.
El resto del panorama es no menos curioso: en regular o mal estado, aproximadamente, la mitad de las viviendas urbanas, y casi el 70 % de las rurales.
Por industria: una compañía eléctrica con limitada capacidad, un pequeño taller de confecciones de botas, una fábrica de confecciones textiles, establecimientos de productos alimenticios y un taller de reparación de vagones de ferrocarril.
Funcionaba, sin embargo, un jugoso negocio por parte de grupos financieros de la oligarquía estadounidense (los Rockefeller, Súlivan, Cronwell, Milbank, Bedford…), a puro beso con el que formaron los no menos calculadores y oportunistas internos Falla Gutiérrez, para chuparle la sangre (sudor obrero y riqueza nacional) a una industria azucarera a la que solo le faltó hablar inglés desde sus plantaciones cañeras hasta el ensaque del crudo.
Con razón, desde tres décadas antes, hombres como Enrique Varona, líder ferroviario, se habían rebelado contra tales desmanes, actitud que, en no pocos casos, les costó la vida.
Y es que, sin ceguera de ningún tipo, por entonces, al cubano descalzo le faltaba de todo, no debía protestar por nada y sí callar ante una de las cosas que más sobraba: voluntad de represión.
Para ello, el régimen contaba con un escuadrón de guardia rural en Ciego de Ávila, otro en Morón, y amplia representación en poblados y bateyes de toda la geografía avileña, así como con la Policía (afincada en ambas ciudades), además de la «excelente» labor antipopular a cargo de chivatos y agentes de cuerpos represivos especializados, como el Buró para la Represión de Actividades Comunistas (podemos imaginar su modus operandi) y el Servicio de Inteligencia Regimental.
PERO LLEGÓ EL COMANDANTE Y…
Paró enero de 1959 el torcido rumbo de la historia, en Ciego de Ávila y en toda Cuba.
Necesitaría esta edición varias veces más espacio para sintetizar lo que significó el paso de la Caravana de la Libertad por la mismísima columna vertebral de la ciudad (5 de enero de 1959), las primeras medidas para asistencia social a niños y ancianos desamparados (febrero), el paso a propiedad popular de la sucursal de la Cuban Telephone Company Ciego de Ávila (marzo), la rebaja de precios a productos y servicios de primera necesidad durante 1959 y 1960, la primera Ley de Reforma Agraria en un territorio predominante y saqueadamente agrícola…
No hay manera de pretender tapar con un dedo la sucesión de «milagros» que vino encadenando la Revolución, mediante la construcción de escuelas: primarias, especiales, de enseñanza artística y deportiva o centros de Educación Superior como los que hoy le permiten superación a cualquier joven –de cualquier familia, viva donde viva y sea cual sea su origen– en más de 30 especialidades, incluyendo, desde luego, las humanamente estratégicas de Educación y Salud.
Vino la primera comunidad campesina construida por el Gobierno Revolucionario: Manuel Sanguily (inaugurada por Fidel, el 11 de septiembre de 1960); luego, los círculos infantiles (abril de 1961), para hacer sollozar de gratitud a madres que rompían rígidos moldes familiares y sociales demostrando que podían serle a Cuba, a pie de puesto laboral, tan o más útiles que los hombres.
Vino –bien lo saben los avileños más longevos– el florecimiento del hospital Doctor Antonio Luaces Iraola; el nacimiento, años después, del hospital Roberto Rodríguez, en Morón; policlínicos, consultorios médicos, farmacias, hogares para ancianos, para niños sin amparo familiar… fábricas como la denominada «de cepillos y brochas» (hoy Cepil), inaugurada por el Che, el 13 de febrero de 1963; el estadio José Ramón Cepero (2 de agosto de 1964); escuelas como la de Iniciación Deportiva Escolar (eide) Marina Samuel Noble, la Ñola Sahig Sainz (de enseñanza artística) o la de formación de maestros primarios…
Vinieron industrias como la fábrica de tuberías de polietileno de alta densidad, hoy Ciegoplast; el pedraplén; el Aeropuerto Internacional Jardines del Rey (diciembre de 2002)… y la universidad terminó «colándose» en los municipios.
Este Ciego no estará hoy como todos deseamos, pero no habrá jamás peor Ciego que aquel que fue y que jamás volverá a ser.



















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Bárbaro Martínez dijo:
1
26 de julio de 2025
06:17:42
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