ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
A puro pedal, Noraidy recorre 18 kilómetros para cumplir con su trabajo. Foto: Pastor Batista Valdés

Bolivia, Ciego de Ávila.–El sol no escarmienta. Apenas la distingue, le va encima con la vaga y vana ilusión de disuadirla. Noraidy Arias Ramírez, sin embargo, hace caso omiso de ello y pedalea, con la elegancia de una verdadera reina, los 18 kilómetros que median entre su casa, allá en el poblado rural de Miraflores, y la cabecera municipal.

No cubre ese rudo itinerario por razones de negocio, gestiones de índole personal o para divertirse.

«Mi propósito es llegar temprano al hogar para ancianos, en el que trabajo como auxiliar de limpieza» –me dice con voz pausada, no creo que por motivos de cansancio alguno, sino como expresión de esa forma (respetuosa) de hablar que suele predominar en quienes viven en nuestras zonas rurales.

«Aquí llevo trabajando alrededor de cinco años. Antes fui custodio allá, en la escuelita de Miraflores Viejo. Hacía guardia por la noche. Se dice fácil; pero no es tan así, sobre todo cuando el calor se planta o cuando a los mosquitos les da por ponerse impertinentes.

Este asilo me queda lejos, pero me siento bien. Hago con gusto lo que me toca. Trabajo dos días y descanso dos. Así puedo ocuparme más y mejor de mi casa y de mi familia. En verdad, nos ayudamos entre todos.

«Mi esposo hace guardia en la escuela Tony Santiago, allí mismo. Y tengo una niña de 17 años que viaja todos los días hasta Bolivia, porque estudia en el preuniversitario. Es un gran sacrificio, pero al final vale la pena».

Contemplo, mientras la escucho, su curtida piel, y me pregunto cuántas veces en el mes o en el año (tal vez nunca) tendrá tiempo y posibilidades para aplicarle una de esas cremas que tanto necesita y agradece la epidermis femenina.

La reyerta de Noraidy contra los nocivos efectos del astro rey, el viento, el polvo de los caminos, la lluvia o las figas de los mosquitos no es asunto de un mes. Años de ardua labor anterior entre plantaciones agrícolas han dejado también un sedimento que pasa factura, aun cuando su hija la siga viendo como la mujer más delicada y linda del mundo.

Una de esas sonrisas que nada cuestan, pero mucho dan, pone fin a la fortuita y breve conversación que ninguno de los dos imaginó que sucedería.

Muy acomodada en el cojín de su trono andante, despega y va ganando velocidad, de retorno a su modesto hogar.

De pie, a la vera de la vía, quedo observándola, con una mezcla de admiración y consideración, mientras me pregunto, a modo de meditación, ¿cuántas mujeres, como ella, recorren grandes distancias, a pie, en bicicleta, a lomo de bestias o en la «botella» que logren capturar, para llegar al trabajo?

¿Y cuántas personas, en edad laboral, con envidiable salud y opciones de empleo, ahí mismo, «al doblar de su casa», no trabajan, ni le aportan nada a esta sociedad?

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