–¿Quisieras agregar algo más?
–Que las drogas roban lo más importante que puede tener una persona: la libertad.
Y su mirada se torna frágil, algo inconsistente, cuando habla de su tránsito por las adicciones; un camino que –según expresa– lo hizo tocar las tres puertas: «la cárcel, el hospital y, por poco, el cementerio, porque me apuñalaron en el pecho por estar metido en ese mundo».
Jorge tiene 29 años, y cinco meses limpio; pero afirma estar aprendiendo, en estos momentos, a vivir y amar la vida, la misma que durante más de una década estuvo mancillada por las drogas.
***
En la sala de rehabilitación de las adicciones, del Hospital Siquiátrico de La Habana, Comandante Doctor Eduardo Bernabé Ordaz Ducungé, la conversación con Jorge toma forma.
Allí, en ese lugar que fue «como su segundo hogar», charla sin vergüenza sobre sucesos de su drogadicción, de cómo salió de la espiral y de las nuevas metas.
«Yo empiezo a consumir drogas por aceptación social a los 14 años, solo por querer encajar en el que era mi grupo de amigos». Entonces lo que comenzó siendo por diversión se transformó en algo adictivo, hasta el punto de tener que ingerir esas sustancias para conciliar el sueño, porque «cuando se pierde el control, no hay manera de volver a recuperarlo».
Papelito, crack, químico, marihuana, metanfetaminas…, de todos esos nombres que parecen inofensivos, pero provocan dependencia, él consumió. Confiesa que su vida se resumía a estar en el cuarto drogándose, deshaciéndose de sus pertenencias, buscando qué vender; y, aunque en los cortos intervalos de conciencia deseaba ser otra persona, perdió el trabajo, su relación amorosa y sus amistades.
Cuando tuvo el brote sicótico, «bien feo porque no me acordé de nada ni reconocía a nadie», fue ingresado en la unidad de intervención de crisis del hospital siquiátrico, y, luego de diez días en recuperación, lo remitieron a la sala de rehabilitación.
«Aquí me enseñaron que yo no tengo una deficiencia moral, sino una enfermedad llamada adicción que es un trastorno mental, una enfermedad crónica y mortal, considerada como la enfermedad del alma.
«Estuve ingresado durante 60 días y puedo decir que, con el tratamiento diferencial, me cambiaron todos los malos hábitos: me enseñaron el compañerismo, el respeto, la humildad».
Cuando se le pregunta sobre la familia –el mayor suporte–, Jorge contesta rápido que «sufrieron bastante» y agacha la cabeza en señal de arrepentimiento al recordar los sucesos.
«Mi mamá, con todo esto, bajó más de 50 libras de peso y se enfermó de los nervios. Recuerdo cómo se arrodillaba en el piso llorándome, diciendo que ¡parara, por favor!, y yo no sentía nada. Ahora lamento el tiempo que estuve alejado de mi familia».
Por eso Jorge persiste tanto en retomar su vida, en hablar sobre su experiencia en los grupos de Narcóticos Anónimos, así como en los debates comunitarios. Si bien conoce que rehabilitarse cuesta, expone un mensaje claro de resiliencia y esperanza:
«Sentirse esclavo de una sustancia es bastante triste. Pero, para el que esté pasando por ese proceso, lo primero es aceptar que tiene un problema y saber que existe una salida.
«Porque sí se puede romper la cadena, y hay personas dispuestas a ayudar. Una vida sin drogas es posible».
COMENTAR
Responder comentario