René es un guajiro de esos que hablan mucho. Cuando lo conocí, preparaba unos metros de tierra para sembrar pepinos y traía una gorra vieja con la palabra Champions.
La parcela queda en el patio de un amigo. Si te orillas mucho puedes caer por el barranco y llegar al río. Es prestada –con intereses–, y desde ahí podían verse las laderas de la montaña de enfrente plagadas de frijol. Dice René que «con el frijol que hay sembra’o da pa’ la canasta básica de to’ el país».
Es también uno de esos hombres que se dedican a abrir caminos por las montañas, o a mantener transitables los que están abiertos. Es un caminero. En los meses de lluvia, el agua corre y arrastra con ella todo a su paso –tierra, piedras, gajos–, los caminos se vuelven una masa fangosa con pequeñas lomas y, entonces, cuando esa masa se seca o está a punto de hacerlo, hay que ir con un azadón dándole la forma que tenía antes.
Aunque es junio –de 2024–, René no anda arreglando nada más que esta parcela de poquísimos surcos. Me contó que su empresa recibe un presupuesto anual para el pago a los trabajadores
–alrededor de un millón de pesos– pero los últimos meses del año «dicen que ya el dinero se acabó y no tienen con qué pagarnos, así que no trabajamos».
René vive de la tierra, cualquiera que sea su propósito, y para lo mucho que la toca poco tiene de ella bajo las uñas. Está sentado en casa de Herme –el suegro de Fonte– y, mientras habla de un cafetalito que tiene sembrado, del mejor momento para plantar pepino y de la situación del país, una mariposa se le posa en las manos. Sale a volar por ahí y tantas veces regresa a sus dedos que parece conocerlo de siempre. Es extraño.
***
Es 4 de marzo de 2025. Vamos para Ramírez, a pocos kilómetros de Yao. Algunos de los riachuelos que había en agosto hoy son una estela seca que habla de lo que antes hubo.
Separados por poco más de un metro, hay tres señores con azadones quitando tierra a las orillas de la senda.
–Buenos días. ¿Usted es caminero?
–Sí, sí– se detiene un momento y me atiende. Desde el mulo, le hablo de aquello que me contó René sobre los salarios.
–¿Y ahora les están pagando?
–Sí, ahora sí.
***
Dice Fonte que hace meses no van a Vega Grande a ver a los suegros, que ha llovido mucho y los caminos «están muy malos». Entre esa comunidad y esta no hay transporte público ninguno. De vez en cuando sube el jeep de las donaciones de sangre u otro carro que nada tiene que ver con pasajeros y recoge a quien puede, a quien se encuentra por el camino, a quien tiene que subir o bajar de las montañas ese día por alguna razón. De cualquier modo, con esa suerte corren pocos.
Cuando vine en agosto, alguien me dijo que eso de que no hubiera transporte entre las montañas era porque habían arrendado las pocas guaguas y camiones que había, y los arrendatarios no querían meterse por esos caminos porque, entre tanta loma y tanto bache, vivían rotos.
Pero hoy la Presidenta del Consejo me dijo que simplemente es por la falta de combustible.
San Pablo de Yao es un consejo popular constituido por más de diez comunidades, todas diseminadas en la grandeza de la Sierra Maestra, y separadas por pocos o muchos kilómetros.
La gente que lo vive casi siempre va a parar al poblado principal –el cual lleva el mismo nombre que el Consejo entero– para comprar esas cosas que necesitan y no encuentran en sus caseríos.
Quienes no tienen un caballo o un mulo, que se abra camino por ellos, tienen que cogerlo a pie. Sea cual sea el modo, la «cosa» sería más fácil con caminos transitables. Pero bueno, «dicen que ya el dinero se acabó».
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Aris dijo:
1
5 de julio de 2025
07:52:57
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