ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Garantizar la educación y atención a las personas sordociegas es una «colosal obra de amor». Foto: José Llamos Camejo

Guantánamo.–El diálogo es silencioso, pero animado; y casi perfecta la armonía entre los labios y las manos que enseñan con cada mensaje, siembra de conocimientos y valores en los pequeños discípulos.

Interactiva la plática, transcurre entre gestos y sonidos, a intervalos matizada con espontáneas sonrisas, un intercambio que sugiere humanidad en su estado más puro, un acto que desborda cualquier esfuerzo de descripción, no cabe en unos párrafos abreviados.

A Yeni, Yadira, Ana de las Mercedes y a Lilian, para entenderles el tamaño de la pasión, hay que verlas frente a pupilos de la escuela 14 de Junio, en la ciudad de Guantánamo, a la que asisten niñas y niños con necesidades educativas especiales.

Maikol, Anthony, Joffre, Leandro y Deivi Alejandro se forman conducidos por estas educadoras; sus edades oscilan entre los ocho y los nueve años; en la etapa preescolar llegaron aquí, y ahora cursan el cuarto grado.

«El centro los enseña a comunicarse», acota la máster en Ciencias Antonia Coello Castillo, especialista en Educación Especial y coordinadora del Ciclo de Sordos e Hipoacúsicos en la 14 de Junio. «Los preparamos para la vida, para el futuro», añade Antonia.

«Los dotamos de herramientas y habilidades para la comunicación y el aprendizaje», prosigue. «De aquí esos niños se llevan premisas básicas, útiles para la continuidad de su formación en otros centros, y para su posterior inserción en la vida laboral y social».

LA ESCUELA A LA CASA

Y no se trata solo de ciegos y sordos; hasta los hogares de pequeños con otras discapacidades añadidas –motoras, por ejemplo–, que les impiden trasladarse a la 14 de Junio, llegan los profesionales del centro.

Tal es el caso de Esteban Jesús Fernández Martínez, de cinco años, y a punto ya de vencer la etapa preescolar en su propia casa. Él vive en el reparto Río Guaso, a casi dos kilómetros de la escuela. Para llevarle rehabilitación, saberes, y evaluar cómo evoluciona, llega hasta allí cada viernes Jelkis Rafael Palmero González, un joven máster en Educación Especial.

Y van otros, como la sicopedagoga y el fisioterapeuta del centro. Igualmente, y con frecuencia mayor, va Niurkis, la maestra ambulatoria. A veces, como parte de la estrategia, la acompañan otros pequeños del nivel escolar de Esteban Jesús, «para crear el ambiente que favorezca en este niño las relaciones sociales», dice Antonia Coello.

Parece obvio lo adicional del esfuerzo que la tarea demanda, aunque se trate, en este caso, de un solo niño –comentó–; «pero vale la pena –reacciona Jelkis–, ¡es tan humano el empeño!, para eso nos han formado».

EN ESTADÍSTICAS, INOCENCIA BAJO AMPARO

En el salón de primera infancia de la Escuela especial 14 de Junio, seis niños entre el cuarto y el sexto año de vida, aprenden, cada uno en espera de un posible implante coclear que les ensancharía la posibilidad de comunicarse y les haría menos engorroso el aprendizaje.

Se trata de Luis Marcio, Hóward, Luis, Karina, Briana y Brian Salier, que forman parte de un grupo mayor, pues «800 guantanameros (632 de ellos adultos, y 168 menores) permanecen en espera de posibles implantes», según el doctor Eleazar Bueno González, especialista del Centro Auditivo Provincial de Guantánamo.

Se nota que a Eleazar, como a la también especialista, doctora Rubí Hernández Jardines, le duele la prolongación de la espera forzada por la carencia de implantes y prótesis que el país debe adquirir en el exterior, rompiendo el cerco del bloqueo estadounidense.

Un implante coclear cuesta, como mínimo, entre 18 000 y 20 000 dólares, y puede alcanzar los 60 000. A quienes los reciben en Cuba nada les cuesta ese tratamiento; el Gobierno lo asume. Pero «es un recurso caro, y se produce en el exterior», matiza la doctora Rubí. El bloqueo interpone su despiadado muro entre el implante y el oído que espera con impaciencia en la Isla.

La nación se ha visto obligada a adquirirlos, en el mejor de los casos, a través de terceros, a costos multiplicados. Nada importa si quien espera es un niño y su necesidad de aprendizaje lo apremia. Para quien nos bloquea, la calidad de vida y la vida misma, si se trata de Cuba, son blancos privilegiados de su embestida.

Antes de la covid-19, la lista de espera para implantes estaba en cero en Guantánamo, dice el doctor Eleazar Bueno; «pero, entre el coronavirus y el bloqueo, que es la pandemia peor, han ralentizado la respuesta a estos casos. Antes, la solución era más fluida».

DILEMA EXTENDIDO

Es un dilema que se repite con la misma dureza, al apuntar contra la comunidad sordociega de un país que registra cerca de un millar y medio de menores con discapacidad visual, los que, igualmente, requieren de medios avanzados para el aprendizaje.

Las máquinas de sistema Braille, por ejemplo, en EE. UU. alcanzan los 300 dólares. Cuba, impedida de efectuar esas compras directas, ha debido comprárselas a intermediarios, y pagar hasta 1 000 dólares por cada equipo; «humanidad» del bloqueo.

No obstante, ni una sola institución de Salud auditiva o visual ha cerrado sus puertas. Pese al asedio brutal, el país ahora mismo contabiliza cerca de 570 implantes cocleares, y 38 de ellos tienen como receptores a sordociegos.

Voluntad acerada y amor infinito son coordenadas de esa verdad. De gente como Yeni, Yadira, Ana de las Mercedes y Lilian emana la resistencia; cada una de ellas es un escudo humano en sí misma, elemento de un escudo mayor, hecho con mano propia, frente al más brutal y prolongado cerco que el mundo haya conocido.

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