ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Esta imagen es recurrente en hogares de ancianos. Foto: Pastor Batista

El nuevo censo confirmará con precisión un fenómeno que ya la prensa cubana ha reflejado reiteradamente: el modo en que crece la cantidad –y la proporción- de los llamados adultos mayores.

Mucho ojo con eso, en particular con medidas que la coyuntura económica actual obliga a adoptar.

Cuando se lee o escucha hablar de voluntad estatal para beneficiar a las familias y personas más vulnerables, se sabe que solo cobrará sentido definitivo con la concreción de acciones, a pie de sociedad y de hogar.

Si cada vez tenemos más ancianos, más jubilados, más longevos, entonces, obviamente, cada día políticas y acciones deberán estar más en correspondencia con tal tendencia… por lo visto irreversible en largo tiempo.

Por ello, en declaraciones recientes a la prensa, Juan Carlos Alfonso Fraga, vicejefe de la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI), afirmó que el envejecimiento poblacional no es un fenómeno por enfrentar, sino que se necesita atender y aprovechar los recursos laborales existentes, además de adaptar las estrategias económicas del país. Muy bien lo saben quienes dirigen provincias como Villa Clara o municipios como el de Plaza de la Revolución, los de mayor índice de envejecimiento en Cuba.

La voluntad existe, los mecanismos también. Más que decir -martiana y fidelistamente hablando- el momento es de hacer.

En Sancti Spíritus, según explica Yoandra Hernández Ramírez, coordinadora de programas afines en el Gobierno Provincial del Poder Popular, «el grupo de trabajo para la atención a la dinámica demográfica y su observatorio mantienen seguimiento, de forma priorizada y estratificada, al comportamiento de ese asunto, con énfasis en el envejecimiento poblacional, teniendo en cuenta que la provincia es la tercera más envejecida del país».

Destaca el apoyo que, gracias a la integración, les ofrecen determinadas empresas y organismos a nueve casas de abuelos y ocho hogares para ancianos, en términos de alimentación, artículos de aseo, vestuario y otros recursos que no siempre es posible asegurar del modo deseado mediante el Presupuesto o el Plan de la Economía. 

Es obvio que el vínculo de Salud y del Inder con los círculos de abuelos o las cátedras que funcionan en municipios, atendidas por centros universitarios, tornan más agradable y saludable la vida de una buena parte de los ancianos, pero… ¿cuántos quedan al margen de esas y otras alternativas por vivir solos, por no enterarse, por encontrarse en condiciones delicadas o extremas de vulnerabilidad?

El Estado, por medio de sus instituciones y estructuras, puede poner los recursos, espacios, atención… pero el alma la tienen que situar hijos, hermanos, nietos, bisnietos, sobrinos; la familia, en fin.

El grave error que muchos cometen es considerar que toda la responsabilidad es del Estado, para que este se encargue, indelegable y obligatoriamente, de la atención, cuidado y suerte de todos y cada uno de los ancianos.

Hay, desde luego, casos y casos.

 

STRIKE POR EL MISMO CENTRO

Llama la atención el centro con que cuenta Ciego de Ávila para personas deambulantes o «de la calle», como también se les suele denominar.

Como explicó hace poco Lázaro Enrique Acosta Pérez -jefe del Departamento de Prevención, Asistencia y Trabajo Social en la Dirección Municipal de Trabajo- ese centro no está concebido para hacer vida, sino para recibir al ciudadano, asearlo, ofrecerle adecuada atención y garantizarle un destino final que puede ser su lugar de procedencia, seno familiar, una institución de Salud: hogar para ancianos, centro sicopedagógico, hospital siquiátrico…

«Comenzamos con muy poco en lo material, pero con mucho en el orden espiritual y en voluntad», afirma Eider Prieto Santana, director desde que echó a andar ese espacio, el 23 de julio de 2023.

«Hoy tenemos mejores condiciones para cocinar; la unidad de aseguramiento del Poder Popular Provincial nos abastece, ofrecemos desayuno, almuerzo, comida y meriendas; disponemos de jabón, pasta dental, detergente, una lavadora, televisor, refrigerador…».

Los mismos trabajadores (menos en cantidad que dedos en una mano) se encargan de elaborar los alimentos, lavar y mantener limpia la instalación, en una confortable nave, otrora carpintería.

Hasta el momento de la visita, 42 hombres y tres mujeres habían encontrado allí, prácticamente, «otra familia», distinta, en esencia, a la que por razones de la vida quizá se extinguió o que, aun existiendo, les dio la espalda, acaso obstinada por los insoportables efectos que trae aparejado el alcohol en quienes hacen de él «un placer», y de la calle su hogar.

Es interesante cómo -procedentes de la geografía avileña y, en notable medida, de Santiago de Cuba, Granma y Holguín- algunas de esas personas (por lo general mayores de 50 años) han cooperado en tareas dentro del mismo centro e incluso se han reincorporado, luego, al trabajo social.

A menudo recuerdo a Nelson Cardoso Zulueta, quien permaneció allí durante casi un año.

Aquella tarde lo vi comunicarse por teléfono con alguien, tal vez un amigo, para decirle que sería trasladado hacia el asilo que acoge a ancianos en el municipio de Venezuela. Su rostro no reflejaba alegría, sino un incuestionable aire de nostalgia.

Para «suavizar» un poco su tristeza, mientras recogía con lentitud las escasas pertenencias, le pregunté en tono jocoso si lo habían maltratado mucho desde que llegó allí.

Un brillo de sana malicia inundó su mirada –acaso con la intensidad de los días en que trabajaba como cabillero en la planta de hormigón, o como cochero, después– y me dijo sonriendo: «Esta gente “me han maltratado” todos los días. Fíjate si es así que ojalá en el asilo para donde voy me traten como aquí. No quiero otra atención».

En la frase late el modo en que el pequeño colectivo trata a cada persona que arriba al centro y también la sensibilidad de hombres como Ramón Bello, un productor cercano que aporta leche, mientras otro campesino ha obsequiado viandas de su finca.

Quizá el ejemplo más conmovedor esté en el propio Eider quien, a la par de todas las preocupaciones y «dolores de cabeza» que le genera su responsabilidad al frente del centro, saca tiempo para adelantar la licenciatura en Educación Especial.

Solo que su tema no gira en torno a niños, adolescentes, jóvenes, sentados o no sobre un pupitre, con un profesor al frente, sino acerca de la «inclusión social de personas con conducta deambulante»: algo que ni por asomo roza la mente de los cientos de ciudadanos que hoy vagan por calles, parques y suburbios olvidados o desatendidos por su familia, acaso condenados por sí mismos.

 

TRANSFERENCIA

Refugiado en un pequeño espacio techado, frente al Banco de Crédito y Servicio, un hombre tiene todo el tiempo del mundo para observarme, mientras hago lo casi único posible últimamente en el cajero: comprobar saldo o transferirlo.

Ayer estaba ahí mismo, con un jolongo al lado. Una triste sensación me invade. Pudiera ser mi padre, mi tío, un viejo amigo…

Miro la bolita de pan con mortadella que, a modo de merienda, preferí dejar para mi madre y…

«¿Para mí?» –pregunta el individuo–.

-Sí, mi hermano, para usted.

Pocas veces he visto la gratitud tan a fondo de pupila, antes de escuchar uno de esos «gracias» que te estremecen la vida entera.

Si concluyo este trabajo con ese pasaje no es para vender mi imagen o impresionar a alguien.

Lo mismo hubiera podido hacer cualquiera de los que ahora están leyendo estas letras. Porque es la sensible herencia que muchísimos cubanos aún llevamos: del seno familiar y del cordón umbilical correspondiente a un tiempo pasado que hoy y mañana tendremos que seguir defendiendo, todos, a toda costa… si no queremos dejar de ser.

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