La primera vez que fui a La Mejorana fue en una caminata de unos diez kilómetros, promovida por la Unión de Jóvenes Comunistas. Desde hace medio siglo es una tradición peregrinar hasta el histórico sitio el día 5 de mayo, principalmente por quienes se inician en la militancia.
Han pasado 14 años, pero muchos de mi generación recordamos a Melba Pérez, entonces directora del Museo 29 de Abril, férrea defensora de la historia local, quien detuvo el jolgorio adolescente y acaparó la atención cuando comenzó a describir, en diálogo ameno, lo que «esta arboleda presenció cuando José Martí, Máximo Gómez y Antonio Maceo se reunieron, el 5 de mayo de 1895».
Para esa época, «en el Valle Central se asentaban muchos ingenios; uno de estos era La Mejorana, propiedad de Manuel de la Torre y Griñón. Sobre la trascendental reunión de los tres grandes se ha investigado y hasta especulado, pero fue necesaria para establecer la conducción de la lucha por la independencia del colonialismo español», solía decir la museóloga.
Por la descripción que hizo el Alférez Ramón Garriga, en aquel momento ayudante del Apóstol, se sabe que la mesa para el almuerzo estaba debajo del framboyán del patio, y que en ella se sentaron 18 personas: Gómez en el centro, Martí a su derecha y Antonio Maceo a la izquierda. Estuvieron José Maceo, a la derecha de Martí; y a la izquierda del Titán de Bronce, Paquito Borrego y Jesús Rabí, todos nombres muy familiares para los nacidos en San Luis, cuyas calles llevan varios de ellos.
De acuerdo con anotaciones de José Martí que han llegado hasta nuestros días, el encuentro fue tenso: «Maceo y Gómez hablan bajo, cerca de mí: me llaman a poco, allí en el portal: que Maceo tiene otro pensamiento de gobierno: una junta de los generales con mando, por sus representantes, –y una Secretaría General– (…) Nos vamos a un cuarto a hablar. No puedo desenredarle a Maceo la conversación: “¿Pero se queda conmigo o se va con Gómez?” Y me habla, cortándome las palabras, como si fuese yo la continuación del gobierno leguleyo, y su representante».
Martí defendía un gobierno civil, con un presidente y una Cámara de Representantes con amplias facultades, pero que no podía interferir en la conducción de la guerra, regida por la jefatura militar. Maceo, que conoció y estuvo de acuerdo con el Manifiesto de Montecristi, era partidario de una junta de generales con un mando y secretaría general (cuestión que se dejó para analizar en la Asamblea Constituyente).
Tanto Gómez como Maceo coincidieron en la necesidad de que Martí regresara al extranjero, donde sería más útil a la Revolución, criterio no compartido por Martí, dispuesto «a morir de cara al Sol».
Aunque no existe un documento oficial sobre la reunión, se definió que el Delegado del Partido Revolucionario Cubano sería el máximo dirigente de la Revolución; Máximo Gómez, el General en Jefe del Ejército Libertador, y junto a Maceo conduciría la guerra.
El día 6 de mayo, el Titán los condujo al campamento y allí, con toda la formación, los invitó a pasarle revista, donde fueron aclamados con júbilo por más de mil hombres, mientras Martí expuso el rumbo que debía tomar la guerra. El fraternal abrazo de los tres grandes, ante el resto de los mambises, demostró que, a pesar de los criterios diferentes, el compromiso con Cuba estaba por encima de todo.
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