ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Obra de Rafael Edwards

Cuando era niño, en el barrio había como mínimo dos circuitos eléctricos, o al menos esos conocía yo, justamente porque en mi casa se acababa uno y en la contigua comenzaba otro.

Era fácil darse cuenta. En tiempos de apagones –esta no es nuestra primera temporada–, se iba alternando «la luz», de forma tal que, en la mayoría de los casos, cuando nosotros teníamos, los vecinos inmediatos, y los de más allá, estaban a oscuras… y viceversa.

Contar esto no es más que un privilegio de los márgenes. Quizá los que nunca vivieron al borde de un «circuito» jamás podrían imaginarlo. Vivir tres casas más para allá o para acá lo haría todo… si bien más increíble, también más improbable.

La escena es esta: dos cables viejos y larguísimos, unidos entre sí por empates casi equidistantes de cinta adhesiva, salían lentamente, con una torpeza casi nerviosa, por una ventana de madera pintada de blanco, burlaban de inmediato unas rejas medio oxidadas, y subían un poco para brincar el muro.

Del muro para allá, el extremo de la extensión tanteaba otras ventanas de madera rojiza, provocaba algún ruido de fricción y entraba con vértigo. Probablemente estaba cayendo la tarde.

En una punta de los cables iba el enchufe, en la otra una caja pequeña y cuadrada, hecha de cartón grueso, que protegía los intríngulis rudimentarios de dos tomas de corriente.

No era algo extraordinario. Nunca nadie se dio palmadas en el pecho ni anduvo comentando por cualquier esquina que «gracias a mí…», nunca nadie le pidió tres pesos al otro por la corriente que le había prestado.

Un cable de aquí para allá o de allá para acá, para que conectes el refrigerador, un ventilador o veas la novela, porque, todavía hoy, un cubano o cubana sin novela es un rastrojo de tristeza.

Así crecimos unos cuantos… viendo al par de cables atravesar dos metros de pasillo.

En 2019, cuando aún era estudiante universitario, un sociólogo de casi 80 años nos hablaba en clases de teoría sociopolítica y, al acabar el turno, nos quedábamos unos cuantos a escuchar las historias de la vida tremenda de Barroso.

Había estado en todas partes, mezclado intencional y académicamente en cualquier cosa: desde la guerra hasta la cárcel, desde los cerros de Caracas hasta las pandillas de La Habana.

Un día andaba notablemente preocupado por la evolución del tejido social cubano y nos contó una historia de su infancia. Creo recordar que era algo parecido a dos cables rústicos que iban de una familia a otra, o quizá un plato de comida, que es en esencia lo mismo.

Acabó diciendo que la familia más cercana que siempre había tenido el cubano era el vecino.

Entonces recordé los dos cables que en medio de los apagones hacía cruzar mi abuela Delia, y reparo hoy en cómo mi vecino Oscar me salva reiterada y fatigosamente la vida.

Uno empieza a conectar historias, lo que ve, vive y escucha de lo que otros vieron, vivieron y escucharon, y tiene la certeza de que el alma cubana es una cosa muy rara, pero cotidianamente esperanzadora.

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Milagros dijo:

1

24 de marzo de 2025

03:37:51


Bonito relato, ojalá y el cubano no pierda esa esencia

Rosa Marqués Martínez dijo:

2

24 de marzo de 2025

06:24:01


Su artículo "Cables cruzados" refiere el valor cotidiano de la resistencia y resiliencia, de la negación a rendirse, nos recuerda a quienes vivimos la etapa primera del bloqueo y luego los años noventa, los por qué y los cómo del pueblo en el día a día... Lo agradezco, me ha gustado muchísimo.

Luis González dijo:

3

24 de marzo de 2025

09:51:02


Excelente artículo. Gracias por recordarnos nuestra esencia.

Noralba dijo:

4

25 de marzo de 2025

17:09:41


Solidaridad del Cubano, en el presente también existe