Pinar del Río.–Aquella mañana de septiembre, después de una noche interminable en que la preocupación no le dejó pegar un ojo, Diosdado Torres sintió que se desplomaba, justo como había hecho su casa debido a los vientos del huracán Isidore.
Ante él estaban los restos de lo que fuera su hogar, y las pertenencias que no pudieron salvar a tiempo del diluvio ni de las rachas sostenidas de 160 kilómetros por hora. Su esposa Mercedes y su hijo de dos años seguían evacuados en un preuniversitario, y su primer pensamiento fue para ellos.
Atormentado por la incertidumbre de no saber dónde iban a vivir, pidió permiso para pasar la noche con los suyos en una pequeña construcción estatal que se encontraba abandonada. La limpió como pudo, tapó con cartones los huecos donde una vez hubo ventanas, y se mudaron en espera de que llegara la ayuda para los damnificados.
Mercedes Yoania Pérez, la esposa, recuerda que al día siguiente se hizo el levantamiento de los daños y les confeccionaron un expediente como afectados por el huracán. «Aquí tenemos una copia guardada», dice, mientras abre el archivo con los documentos que ha ido recopilando a lo largo de los años.
Les dijeron que una empresa les construiría una casa nueva. Diosdado asegura que hasta se hicieron los planos, pero los recursos no llegaron nunca.
Luego, han intentado sin éxito que, por lo menos, les cedan oficialmente el local de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado donde han seguido viviendo hasta hoy, en el kilómetro 10,5 de la carretera a La Coloma, para poderlo acondicionar.
En esas circunstancias nacería Daniela, la segunda hija del matrimonio que continúa a la espera de una solución. «Hemos dado carreras, hecho papeles, gastado dinero y todo ha sido en vano», se lamenta Diosdado. Del huracán Isidore han pasado 19 años...

MÁS QUE NÚMEROS
La de Diosdado Torres y su familia no es una historia aislada. Más de 6 500 familias, cuyos hogares se vinieron abajo con los ciclones que han golpeado a Pinar del Río en las últimas dos décadas, siguen esperando respuesta en condiciones de «temporalidad».
De los huracanes Isidore y Lili se estiman unas 2 500. Del resto, casi todo corresponde al paso de Gustav y Ike, en 2008, hace ya 13 años. Ha sido una pesadilla demasiado prolongada.
«Figúrese que mi niña tenía siete añitos cuando se nos cayó la casa, y ya cumplió 26», afirma Clara Cardoso, en el Entronque de Ovas, a unos nueve kilómetros de la capital provincial.
Clara también conserva las fotos de su vivienda destruida y el dictamen del
arquitecto que la consideró un derrumbe total. «Cada vez que convocan a una reunión con los damnificados, corro para allá. Aquí está todo anotado», dice para que no haya dudas de su palabra, y luego vuelve a guardar los documentos en el pequeño cuarto de fibras y tablas que alcanzó a levantar tras el ciclón, donde vive con su hija Denise Raquel.
Al cabo de mucho tiempo, Clara ha conseguido que le asignen un solar en una zona que no se inunda, donde tiene permiso para construir otra facilidad temporal, hasta tanto reciba un subsidio para hacer una célula básica (construcción de mampostería de 25 metros cuadrados, con una habitación, cocina y baño) en una fecha que nadie le puede precisar. Al menos tiene esperanzas.
Ricardo Soneira, en cambio, ya no cree que su caso tenga solución.
Cuando perdió su vivienda, tras los huracanes Isidore y Lili, vivió con sus dos hijos adolescentes en un bohío que armaron con lo que el viento dejó. Por aquel entonces, Ricardo trabajaba como operador en el pozo número tres de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado, en el kilómetro 10,5 de la carretera a La Coloma, y logró que su casa fuera incluida en el plan de la vivienda.
Una entidad estatal comenzó la construcción y la llevó casi hasta la altura del arquitrabe. Luego, los albañiles se marcharon y no volvieron más. «Eso pasó hace tanto tiempo que yo perdí la cuenta», asegura.
Con la salud quebrantada, tras dos infartos y un ictus cerebral, Ricardo vive hoy con uno de sus hijos en las ruinas de una nave abandonada al fondo del pozo número tres. «Tenemos techo, pero estamos ilegales
–dice–. Incluso la corriente es de una tendedera que nos dejó poner un vecino que vive allá atrás».

LA FURIA DE LA NATURALEZA
En todo Pinar del Río no hay quien no guarde en la memoria sus propias historias relacionadas con ciclones. Según datos del Centro Meteorológico Provincial, alrededor de 150 fenómenos de ese tipo han afectado de alguna manera a Vueltabajo durante el último siglo.
Como resultado de ello, desde 2002 hasta la actualidad (sin contar los daños del huracán Ida, que todavía se están certificando), el fondo habitacional del territorio suma 166 543 afectaciones.
No es la única región que ha sido severamente castigada. En el recuerdo de todos los cubanos permanecen los nombres de Flora o Alberto, Michell o Dennis, Mathew o Georges.
Solo con el huracán Irma, en 2017, se afectaron de golpe más de 158 000 hogares de 12 provincias e importantes objetivos económicos.
En respuesta a los estragos que una y otra vez ha dejado la furia de la naturaleza, el Estado cubano ha dedicado cuantiosos recursos a la recuperación, y defendido el principio de que nadie quedará desamparado.
En Pinar del Río, decenas de miles de familias han vuelto a tener un hogar gracias a ese empeño. Muchas, incluso, han recibido una vivienda mejor que la que tenían; de ahí que el fondo habitacional se haya fortalecido de manera general. No obstante, cuando se mira en el tiempo, las cifras indican que la recuperación acá ha marchado de forma más lenta que en otros lugares del país.
Cinco años después del huracán Sandy, por ejemplo, Santiago de Cuba ya había rehabilitado 143 169 viviendas, según un reportaje publicado por Granma, el 13 de febrero de 2018. Sin embargo, a Pinar del Río, las 159 156 afectaciones resueltas desde el paso de los huracanes Isidore y Lili, le han tomado 19 calendarios.
Quiere decir que, mientras en tierra indómita se avanzó a un ritmo de 28 633 casas anuales, el promedio en Vueltabajo es de 8 376.
URGEN LA SENSIBILIDAD Y LA CONSTANCIA
Durante su primera visita de Gobierno, en septiembre de 2018, el Presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez señaló que esta era la provincia con mayor atraso en materia de recuperación, e insistió en la urgencia de evaluar el tema de la vivienda y prever, desde el plan de la economía, la manera de incrementar el ritmo de construcción.
Tres meses después, funcionarios del Consejo de la Administración Provincial declaraban a la Agencia Cubana de Noticias que, como resultado de la visita gubernamental, se había trazado una estrategia para dar respuesta, en cuatro años, a todas las afectaciones pendientes de los fenómenos meteorológicos.
Ello implicaba el reto de construir, a partir de ese momento, el doble de lo hecho en 2018. En números, unas 3 000 viviendas anuales.
El programa, sin embargo, arrancó con el pie izquierdo, y en junio de 2019, durante su segunda visita de Gobierno, el mandatario cubano tuvo que dedicar un espacio de la agenda a analizar el incumplimiento de los planes, incluyendo más de 1 400 subsidios sin terminar desde hacía siete años.
Díaz-Canel afirmó que el principal problema social acumulado en el país es el de la vivienda, que afecta, sobre todo, a las familias más vulnerables.
A pesar de los llamados de atención del Presidente, los atrasos se han mantenido, al punto de que la meta de saldar la deuda de todas las afectaciones de los huracanes, en un plazo de cuatro años (que vencería al cierre de 2022), ya se sabe que no se logrará.
Aun cuando hay 16 meses por delante, Oscar Yumar Alfonso, director provincial de Vivienda, estima que serán precisos, por lo menos, dos años más.
La escasez de recursos y de combustible para su traslado, según el funcionario, ha sido el obstáculo principal. No obstante, no es este el único freno que ha tenido el programa. De lo contrario, no serían recurrentes los incumplimientos del plan estatal o el de subsidios, ni tan pobre la oferta proveniente de la producción local en los puntos de venta de materiales y mercados industriales, que hace que parezca una quimera el propósito de obtener, en los municipios, los recursos fundamentales para levantar una vivienda diariamente.
En 2020, por ejemplo, cuando la COVID-19 todavía no estremecía el país, el plan de construcción estatal quedó al 88,3 %, y el de subsidios al 72,6 %.
En lo que va de 2021, el panorama es todavía menos alentador, aunque se sabe cuánto ha hecho padecer a la economía nacional el azote prolongado de la covid-19. De los 2 150 hogares previstos para el año, al cierre de agosto solo se había terminado el 38 %, cuando debían ser muchos más (68 %).
Ante esa realidad, el llamado del Primer Secretario del Partido y Presidente de la República, para acelerar los ritmos de la recuperación, sigue vigente, y también la alerta que hiciera en esta propia provincia, de que la respuesta más importante frente a un problema tan complejo, es trabajar con sensibilidad y constancia, a fin de resolverlo.



















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1
9 de septiembre de 2021
10:03:50
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9 de septiembre de 2021
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10 de septiembre de 2021
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10 de septiembre de 2021
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