
Un hijo cabal, digno y entregado a la defensa de los derechos de los humildes le nació a Cuba aquel 29 de mayo de 1911.
Lázaro Peña, por sus innumerables cualidades y los constantes sacrificios para dignificar a la clase obrera que lo bautizó como su capitán, dejó para siempre huellas en el corazón de esta obra, que ayudó a construir desde sus cimientos, y que hoy le rinde, desde el compromiso sindical más elevado, el mejor de los homenajes.
Cada una de las disímiles tareas que asumió desde muy joven, en bien de la lucha revolucionaria, demostró su madera de líder, su capacidad de aglutinar a las masas.
Más de un siglo hace ya de su natalicio, y en tiempos en que los trabajadores cubanos han entregado lo mejor de sí para sacar al país adelante, para impedir que el asedio imperial y la inesperada crisis pandémica nos roben los sueños y las esperanzas en el futuro, se alzan en esta hora los hombres como él, imprescindibles.
Como uno de los hijos más queridos de esta tierra lo calificó el Primer Secretario del Comité Central del Partido y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez. «Le llamaban Capitán de la clase obrera cubana y lo fue hasta el último aliento de su humilde y azarosa vida de luchador comunista».
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