ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Los jóvenes combatientes, igual que los fundadores, aseguraron que continuarán elevando la preparación y disposición combativas Foto: Germán Veloz Placencia

Aguas furiosas trajeron amenazas de muerte durante la aproximación de la tormenta tropical Noel al territorio oriental del país, a finales de octubre de 2007. Bien lo saben en el asentamiento rural de Mejías, en el este de la provincia de Holguín, donde decenas de niños, mujeres y ancianos fueron rescatados por un helicóptero de la Fuerza Aérea piloteado por el capitán Reynold García Valle.

La aeronave había despegado temprano, a solicitud del Consejo de Defensa Provincial, con la tarea de explorar una extensa área afectada por las inundaciones. Al aproximarse a Mejías, sus tripulantes observaron que la fuerza de la corriente de un canal impedía el paso a una columna de pesados camiones Kraz, enviados por la jefatura de la Región Militar de Holguín. Entonces no dudaron en aterrizar en las cercanías del asentamiento, para poner a salvo a los compatriotas.

Cinco veces tocó tierra y despegó el helicóptero, transportando en cada viaje a más de diez personas. Estas, a causa de la angustia padecida por el cerco de las aguas y los sobresaltos de su primer vuelo en la voluminosa ave de metal, no repararon en la lucha del piloto contra rachas de viento, que pudieron abortar el rescate.

En los siguientes siete días los helicópteros, con base de operaciones en Holguín, acumularon más de 26 horas de vuelo sobre las zonas afectadas por las lluvias y las inundaciones en las provincias orientales y enx Camagüey. Su excelente estado técnico y la profesionalidad de los tripulantes aseguraron el salvamento de más de 118 personas, la mayoría de ellas en condiciones extremas. También hubo vuelos para transportar alimentos y medicinas.

Apenas las lluvias cedieron, el jefe del Ejército Oriental, general de Cuerpo de Ejército Ramón Espinosa Martín, voló en una de esas aeronaves hasta un punto de la serranía de Guantánamo. Recién había dirigido, personalmente, a las unidades ingenieras, que trabajaron en Mejías (Barajagua) y Rejondones de Báguano, en la recuperación de la carretera Holguín–Moa.

«Tu misión es restablecer a toda prisa la comunicación por tierra entre los asentamientos poblacionales de la zona. Estos caminos son vitales para la gente de aquí», le comunicó al coronel de la reserva Ornedo Vega de Los Ángeles, con quien se encontró en aquel sitio.

Con 62 hombres y cerca de tres docenas de equipos de construcción, Ornedo entró por Bayate, rumbo a San Fernando, corazón del otrora Realengo 18. Los lodazales, los derrumbes y las profundas zanjas abiertas por las aguas en los caminos mostraban un cuadro deprimente y ponían en duda la celeridad solicitada.  Sin embargo, poco más de dos meses después fue posible transitar en vehículos ligeros a lo largo de 32 kilómetros de rutas serranas, ahora resguardadas por badenes, alcantarillas y otras obras de fábrica.

En Baltasar, pintoresco poblado al que se llega luego de bajar y subir peligrosas pendientes, Yumila Moya Lescaille, maestra de primaria, contó que el ímpetu de los constructores de las far espantó la zozobra de los vecinos, quienes pensaron que la reparación de los caminos de la zona tardaría meses, y tal vez años.

 

LENGUAS DE FUEGO

Con lenguas de fuego hablan las piezas de artillería de la lancha que navega distante del litoral holguinero. Con su aliento a pólvora dicen que las aguas territoriales y las costas de Cuba son sagradas.

Hablan en nombre de los tripulantes, sobre todo de Luis Mario Montano y Arolis Díaz, jóvenes artilleros que les ofrecen la vida desde el primer encuentro. Aquel día, ellas, de tanto retar el salitre, las vigilias y los ejercicios de preparación, se mostraron severas. Los muchachos eran puro asombro.

Hoy, primero disparan los cañones de 25 milímetros. Ubicados sobre una torre próxima a la popa, Luis Mario los hace girar a estribor. Pulsa el disparador. Las ráfagas son cortas. Flamígeros, los proyectiles surcan el aire. Van en busca de un «intruso».

Cuando concluye el tiro, el muchacho se despide de la pieza. Con sus ojos busca los del comandante de la lancha y del resto del personal, que permanece en el puente abierto. Cree que no ha sido todo lo diestro que se le exige. Pero no encuentra reproche.

A las 14:58 horas comienza otro ataque artillero. La pieza de proa apunta a estribor. Replica el cabeceo hacia arriba y hacia abajo. Arolis es el eslabón final de una cadena de órdenes y acciones coherentes.

Dos ráfagas son cortas. La tercera, más dilatada, agota los proyectiles. Cambia de rumbo la lancha. La pieza de popa busca un nuevo objetivo. Sobre la costa, que sigue siendo una línea difusa, no se dispara. Otra vez la cadena de voces de mando: ¡Artillero…! ¡Contra blanco aéreo…! ¡Fuego!... El joven aprieta el disparador. La ráfaga es larga.

Al concluir, Arolis, como hizo Luis Mario, busca la aprobación de los oficiales, que permanecen en el puente abierto. No hay señalamientos negativos.

Finalmente, resultado de los grupos de maniobra, la lancha atraca en el sólido muelle de concreto desde el que zarpó casi tres horas atrás. La tripulación no se entrega al descanso. Cuando caiga la noche, otra vez abandonarán la base. Para hombres recios, crea el mar los oficios.

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