ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Archivo Granma

Pocas veces en la historia, un poeta es, al mismo tiempo, un político y un héroe. José Martí es todo a la vez, y se adelanta a su tiempo como quien se acerca al borde del horizonte. Encuentra la poesía en los libros de ciencia, y en la familia de estrellas, en el fondo del mar, asomado al colgadizo donde lanza su mirada al universo.

Es grande en sabiduría: Apóstol, taita africano, yerbero en el monte, averiguando los nombres y las hojas que nos salvan el cuerpo, curandero espiritual de la nación cubana y de todo aquel que entre descalzo al silencio de su inmensa selva.

Un soñador que sabe del microbio y de la nube. Conoce a los hombres, en sus horas de zorro y maldad, pero no pierde la fe en lo mejor. Por eso habla con los que intentan asesinarle, los deja llorando de vergüenza, y luego, esos hombres vienen a la guerra a morir por el país que quieren libre.

Busco la página exacta de ese amor desbocándose desde el pecho, y encuentro la señal de su magisterio amoroso: «Ganar un alma en la sombra es mejor que caracolear y levantar el polvo». ¡Qué batalla para asegurar la unidad en un pueblo rodeado de peligros! Unidad ganada desde los gestos de lo cotidiano hasta el proyecto del Partido Revolucionario Cubano, o la república moral del «Con todos y para el bien de todos». Si en el evangelio se dice: «La casa dividida no permanecerá», Martí lo afirma de modo tajante: «El pueblo que se divide se mata».

No solo es el poeta, es el hombre que enfrenta adversidades personales, desde un grillete sobre los tobillos hasta dolorosas rupturas familiares. El mismo que le dice a un amigo: «Lo imposible es posible. Los locos somos cuerdos». Locura quijotesca, desafío enorme de llevar en las manos la honda de David ante la monstruosidad de Goliat.

Y si hablo de José Martí, recuerdo la impresión que siempre me causa el busto de mi pueblo natal en Pilón, develado allí el 28 de enero de 1954 por el doctor Manuel Sánchez Silveira, padre de Celia; es una réplica como la que se alza en el Turquino, un Martí que nos parece vivo, que se eleva en medio del parque y del corazón de un niño.

Por eso digo que es más que un poeta, es el horcón de la casa, ala ante el rostro de la muerte, bálsamo y yerba buena; revolucionario con un candil encendido de ternura.

No comprendió Rubén Darío su muerte trágica y exclama la pregunta: ¡qué has hecho maestro!  Pero el poeta de Dos Ríos tenía fe en los actos de sacrificio y amor. Lo anuncia una vez más en los versos sencillos: «verso o nos condenan juntos / o nos salvamos los dos». Con sus manos escribe Yugo y estrella. Con su sangre, abre un portón a la historia.

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Jaime Moreno Barbosa dijo:

1

30 de enero de 2021

20:28:22


Me gustó mucho esta radiografía del poeta desconocido para muchos en Colombia y América en general