En un primer nivel, el Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel, hace un llamado para que los ciudadanos –mediante el cultivo de sus patios o espacios de tierra en el perímetro de sus casas– contribuyan a mejorar las capacidades de producción de alimentos en el país.
En un segundo nivel, la convocatoria funciona como una oportunidad para el rediseño de las estrategias en el uso de la tierra, para el surgimiento o extensión de prácticas culturales aún escasas entre nosotros y para adentrarnos en cambios en nuestros patrones de consumo. Dicho de otra manera, la conformación de un tejido productivo del cual forman parte no solo tierras de extensión mayor (por ejemplo, granjas, cooperativas, etc.), sino espacios mucho más reducidos como los utilizados para el desarrollo de la llamada agricultura urbana y, a partir de ahora, patios, jardines y quién sabe si hasta macetas y jardineras.
A fin de cuentas, hemos visto documentales en los que balcones y azoteas son lugar donde cobijar, con los diseños, sabiduría y cuidados de rigor, una generosa siembra de flores, especias y hortalizas: belleza, sabor y alimentación. Aquí recuerdo a mi amiga Beatriz, cocinera exquisita, quien -en el balcón de su casa de México, y durante años- mantenía ajíes, comino, tomates, manzanilla y otras. O a ese motor de transformaciones que es el esposo de mi amiga Laidi, quien muy rápido ha convertido su jardín en unidad productiva.
En este sentido, el tercer nivel de complejidad al que me referiré es el tocante a lo que antes mencioné como «diseños, sabiduría y cuidados de rigor». Soy hijo de un ingeniero agrónomo y la posibilidad de producir alimentos en el entorno doméstico, así como los procesos para obtener conservas, son parte de las conversaciones que desde siempre sostuve con mi padre; lo mismo esto, que la necesidad de ubicar en el campo mismo las industrias de elaboración, los organopónicos y tantas otras cosas. Pero en todas, sin importar el tema, aparecía como condición básica, la cultura de la producción agrícola; es decir, el estudio y conocimiento de lo más avanzado en este campo.
Una convocatoria, llamado y estímulo de este tipo necesita venir acompañada de materiales (libros, folletos, programas televisivos, sitios de la red, encuentros de diverso tipo) que nos enseñen cómo desarrollar mejor una transformación así. ¿Cómo hacer los canteros? ¿Cómo emplear el agua de la forma más severamente racional? ¿Qué sembrar?
Y aún queda un cuarto nivel de complejidad.
Vivo en el pueblo de Cojímar. No son pocas las casas que aquí tienen matas de mango, mamey, coco, aguacate, y ninguna de estas producciones se agotaría con el consumo de una familia. ¿Existe alguna posibilidad de crear espacios donde estos productos puedan ser comercializados por los propietarios de estas viviendas, de estos pequeñísimos espacios de tierra? No es una cantidad rígida ni tampoco planificable, aunque sí posible cada año; algo que podemos esperar y que, si semejantes mercados locales existieran, ¿acaso no impulsarían a estos microproductores a cultivar más?
Sé que esto necesita, entre otros, controles de salud, pero el actual rediseño de las estructuras económicas en el país y el renovado papel que allí toca a las estructuras locales, también hay que entenderlo como estímulos a la imaginación.
¡Hasta el nivel de los cultivos domésticos!
COMENTAR
Elmar dijo:
1
19 de agosto de 2020
10:09:25
1957 dijo:
2
19 de agosto de 2020
10:38:51
Manuel dijo:
3
19 de agosto de 2020
11:29:59
Alex dijo:
4
19 de agosto de 2020
12:08:16
Velazquez dijo:
5
19 de agosto de 2020
15:56:09
Responder comentario