Matanzas.–El 30 de octubre de 1960, muy cerca de las siete de la tarde, varios impactos de bala dejaron mortalmente herido a Juan Crespo Amor, de 52 años.
El cruel episodio tuvo lugar en la finca El Dichoso, en las afueras de Güira de Macurijes, localidad perteneciente al actual municipio matancero de Pedro Betancourt. Alzados de la banda de Juan José Catalá (El Pichi), quien después fue nombrado por la CIA como jefe del bandidismo en Matanzas, agredieron a Crespo casi a mansalva por el «delito» de simpatizar con la Revolución.
Crespo Amor murió en la noche del 31, unas 30 horas más tarde. Dejó siete hijos, cinco hembras y dos varones. El menor contaba apenas 14 meses de nacido, y el mayor, Félix Juan, de 18 años de edad, sostenía una de sus manos entre las suyas cuando dejó de existir.

Se convirtió así en el primer campesino asesinado por bandas contrarrevolucionarias que operaron en esta provincia tras el triunfo de 1959.
NO TODO ES OBRA DE LA LEYENDA
«Le preocupaba mucho la familia, me dijo que debía guapear por mis hermanos, y cuidarlos, sobre todo a Alfredo, el más pequeño. Se le veía muy mal y solicitaba agua insistentemente. Cuando le mojamos los labios con un algodón, cerró los ojos y falleció», rememora su hijo Félix Juan, casi 60 años después.
El coronel retirado Félix Juan Crespo no es lo que se dice la viva estampa de su padre; es un hombre corpulento, más visible físicamente, pero lleva su sello en la pasión patriótica.
Macho, como le conocen en el caserío que lo vio nacer, tiene actualmente 78 años de edad, es coronel retirado de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y guarda, entre otros reconocimientos, la Medalla Internacionalista de Primera Clase.
Dicen que en cuanto supo del asesinato de su padre juró vengarlo a como diera lugar. Y no todo es obra de la leyenda. La reacción del hijo mayor fue de mucha furia.
«Aquello resultó un golpe muy duro, inesperado, el viejo era el puntal de la casa, una familia pobre muy unida, feliz, que ya percibía los beneficios de las transformaciones revolucionarias.
«Como joven al fin, mi primer impulso fue de desquite, y en los días sucesivos a la muerte de papá no pensé en otra cosa que toparme con aquel desalmado para ajustar cuentas. Lo rastreaba por todas partes. Caminaba solo por los campos de la zona con tal de encontrármelo. Luego supe que no era bueno confundir la justicia con la venganza.
«Nunca me alentó el odio, pero mentiría si no dijera que me hubiera gustado participar en el cerco que finalmente le dio captura a Pichi Catalá y su banda. Quizá a sabiendas, el capitán Lizardo Proenza, jefe de las operaciones, encomendó esa noche otra tarea a mi batallón».
–¿Y qué pasaba contigo en ese tiempo?
–Yo tenía 18 años y como otros muchachos del campo ayudaba en disímiles tareas para sostener a la familia, sobre todo, en el corte de caña y la producción de carbón. No me gustaba la escuela, me defendía con el justificativo argumento de que para tumbar y chapear caña no era necesario estudiar tanto.
«Luego del 1ro. de enero de 1959 me enrolé en las Milicias y aprendí sobre la marcha. Poco después de la muerte de papá me incorporé a la Escuela de Responsables de Milicias de Matanzas, y tuvimos la graduación bajo las balas en las arenas de Playa Girón.
«Posteriormente, estuve en la Limpia del Escambray, al frente de una compañía de nuestra provincia. Al poco tiempo, en 1962, regresamos y nos reincorporamos a la lucha contra bandidos en Matanzas, donde ya operaban decenas de bandas.
«Permanecí por varios años al frente del Batallón 227, de Unión de Reyes. Hicimos un sinfín de operaciones en Calimete, Jagüey Grande, Ciénaga de Zapata, Jovellanos, Agramonte y en la zona de Bolondrón, y participamos en la eliminación de no pocas bandas de alzados».
PAPÁ, UN CAMPESINO CON SENTIDO DE LA JUSTICIA
–Háblenos de su papá. ¿Cómo era, cuál es la impresión que guarda?
–Un hombre de pocas palabras y muy tranquilo. Era una gente revolucionaria, había pertenecido al Partido Ortodoxo. De escasa instrucción, solía comprar la revista Bohemia y los periódicos para que en la noche mi mamá le leyera durante un par de horas y lo pusiera al tanto de la realidad nacional.
«Tenía, sin embargo, eso que llaman intuición natural, y enseguida se dio cuenta de las cosas buenas de la Revolución. Un hombre del campo, que llegó a cortar caña durante casi 40 años. Creo que el aspecto más positivo de su personalidad era el sentido de la justicia».
«El día que le dispararon, cuando yo llegué al lugar, a unos 50 metros de la casa, ya lo habían trasladado hacia el hospital de Matanzas. Recuerdo, eso sí, que cuando iba al pueblo le gustaba llevar su pantalón caqui, guayabera blanca, y un sombrero tejano que le había regalado un vecino».
–La muerte del viejo debió partir la vida de la familia por la mitad. ¿Cómo se las arreglaron para sobrellevar esa ausencia?
–Ya nada sería como antes, a pesar del apoyo del Gobierno y la solidaridad de familiares y amigos. Hoy es difícil imaginar qué hubiera sido de nosotros en vida del viejo, quien a pesar de ser muy recto nunca nos puso un dedo encima.
«Por entonces, todavía vivíamos bajo las secuelas del capitalismo. Mis hermanas tenían solo un par de zapatos y un vestido para ir al pueblo, nada más. Cuando hoy escucho hablar de escasez recuerdo que en la casilla de la comunidad había carne, pero mucha gente se acostaba sin comer. Creo que es saludable no olvidar esa realidad».
ESTO NO SE ACABARÁ NUNCA
–Alrededor de la figura de Pichi Catalá se creó cierto mito. Algunos comentaban sobre notas que dejaba en los lugares visitados (al estilo de «Aquí estuvo el Pichi») y luego desaparecía sin dejar rastros. ¿Qué hay de cierto en todo eso?
–Eso no me consta, pero es posible. Sucede cuando buscas a alguien infructuosamente. Empezaron a decir que si era un brujo, cosas de ese tipo. Esa particularidad se refleja de forma nítida en la serie televisiva.
«Pocos sabían que él había sido minero en Pinar del Río, y eso le ofrecía ciertas oportunidades para ocultarse en pasadizos y cuevas que ideaba en el interior de las casas de sus cómplices.
«En realidad, no tenía nada de sobrenatural. Creo que era un tipo habilidoso, anticomunista por los cuatro costados y, como los demás alzados, estaba siempre ocultándose y huyendo».
–¿Cuál fue la posición de los campesinos matanceros?
–No es mentira que los alzados tuvieron el apoyo de colaboradores, algunos de ellos campesinos, y eso hizo aún más difícil la erradicación de las bandas. Muchos lo hicieron por ignorancia, por relaciones personales y familiares, por temor, bajo amenazas; el peligro de muerte era cierto. Eran tiempos muy complejos, de mucha propaganda anticomunista.
«Ahora bien, la inmensa mayoría del campesinado apoyaba a la Revolución y odiaba a los bandidos. Si esas bandas se erradicaron de raíz aquí fue gracias a la participación del pueblo y, sobre todo, a los hombres y mujeres del campo».
–Uno de los capítulos más conmovedores de la Serie fue el que cuenta el asesinato de Fermín y Yolanda, los niños de Bolondrón.
–El crimen de esas criaturas provocó la indignación general. Fueron horas y días muy tristes en toda la región, yo diría que la consternación fue nacional. Aquello resultó algo muy grande. Allí lloró todo el mundo.
«Recuerdo los detalles del funeral. Había que ver a la madre de los niños, sin consuelo alguno. No había ninguna forma de justificar aquello. Todo el pueblo de Bolondrón estaba enardecido. Creo que esa barbaridad estremeció la conciencia de la gente y aceleró el aniquilamiento de las bandas contrarrevolucionarias en la provincia».
–En la LBC2 no se habla de la muerte de su papá, aunque la serie tiene como base la naturaleza de la lucha contra el bandidismo en el territorio. ¿Qué opinión le merece?
–Muy acertada en su propósito, toca la esencia. En la vida real muchas cosas no fueron tal y como aparecen en la serie, pero entiendo que sin ficción es difícil contar la historia. Lo positivo es el mensaje.
«Debemos hablar mucho de esos pasajes. Es bueno que los jóvenes conozcan cuánto tuvimos que luchar, cómo fue y cuánto costó, cómo el Gobierno estadounidense estuvo todo el tiempo organizando y financiando a los bandidos.
«Una Revolución como la nuestra está llena de sacrificios. El de mi padre fue apenas un pedacito. Y todavía uno escucha a quien dice: bueno, cuando esto se acabe; no, esto no se acabará nunca, esto, primero hay que derretirlo».
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