ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
La república de Martí no es solo una república de la virtud, es necesariamente una república de seres virtuosos. Foto: Enrique Ávila González

Si reducimos el ejercicio de pensar en términos históricos a narrar una sucesión de anécdotas, sin contexto, sin pasado, le hacemos un flaco favor a ese ejercicio como ciencia. Quizá en eso se logre ser sagaz, pero la sagacidad está sobrevalorada. El pensamiento que aspira a ser científico se construye de hipótesis y estas se desechan o se modifican en cuanto se demuestran falsas. La ciencia no está para complacer antojos y consolar angustias. Cuando torcemos la ciencia para satisfacer expectativas obtenemos, a lo sumo, la momentánea ceba del ego; pero el precio es renunciar a lo científico.

Martí no es dogma para instaurar el facilismo del no pensar, sino abono para hacer del ejercicio del pensamiento un acto responsable en su profundidad. No se honra a Martí, sin importar la longitud de onda a la que se pertenece en el espectro político, cuando, a semejanza del ejercicio usual que se practica sobre la Biblia, se toman sus frases para hacer un pastiche forzado que apuntale la idea preconcebida anterior a la lectura. Ni se le hace justicia, cuando a su pensamiento se le desnuda del ropaje de su tiempo, y de las circunstancias concretas y muy especiales en que se estructuró este junto a su praxis.

Martí no se agota sobre sí mismo. Es válido el ejercicio de asumirlo propio, pero este ha de hacerse al descubierto, sin la vileza de pretender poner en su boca nuestros propios pensamientos. Pues si de apropiarse del apóstol se trata, no hay otra forma de honrarlo, cuando se hace de manera honesta.

Luego, no se trata solo de entender qué dijo el Apóstol citándolo, sino, y más importante aún, cómo entendemos nosotros que se adapta aquello que dijo a nuestra contemporaneidad, incluyendo la historia y las circunstancias que vinieron luego de su vida; el aquí y el ahora de nuestra existencia colectiva, y el después al que aspiramos como resultado de su magisterio. Porque hay muchas formas honradas de apropiarse de su pensamiento, para luego, en el momento de la praxis, tomar un camino que ha de ser escogido entre muchos. Camino que resulte del consenso, y este no se alcanza en discusiones de despacho al margen del mundo, sino el que resulta de todo eso ya descrito, eminentemente práctico, que relaciona pasado con presente y con futuro. En definitiva, por más disímiles formas que haya de dialogar con el Apóstol y su noción de república, nuestra lucha ha de ser que ella, en su contemporaneidad ineludible, se halle, de manera consciente, en el camino que conduce a la utopía martiana como aspiración de la nación cubana.

República martiana hemos de tener, pero Martí no la diseñó mirando puestas de sol, sino que la fue moldeando en la medida en que vio aquellas repúblicas mutiladas que visitó, y la otra, aquella que detrás del ropaje democrático escondía pretensiones monárquicas de otro tipo: la que tenía como soberano absoluto al capital que envilece y lanza a los seres humanos al cuello de otros seres, para el mal de unos pocos y el desespero de muchos.

En tal sentido, la pluralidad martiana no es un receptáculo donde caben, a modo de formar bulto, todo el diapasón posible de posturas. Más bien es un continente donde, desde su propia estructura, ajena a la explotación humana, se excluyen las disonantes actitudes contrarias a la virtud, como la concebía el Apóstol. Lo que sí es explícito en Martí, es que en su concepto republicano cabían todos los seres humanos, pero no cabían el anexionismo, ni el racismo, ni el colonialismo, ni la injusticia, en fin, como fenómeno social.

La república de Martí no es solo una república de la virtud, es necesariamente una república de seres virtuosos. Y los seres humanos no se crean de la nada, nacen atados a su contexto histórico, y al pensar como viven, son capaces de transformar lo heredado de aquellos que vinieron antes. El ser humano se proyecta más allá de sus circunstancias, siempre olvidamos ese corolario de la tesis marxista. El ser social piensa como vive, para transformar cómo vive en la medida que piensa.

No se fundan naciones como se dirigen campamentos y no se transforman sociedades como ejercicios académicos. Todas las revoluciones han trazado caminos en la medida en que los han andado. Martí fue, como hombre práctico, modificando planes, ajustando acciones, según la realidad le imponía hacerlo.

Pero ello no le hizo perder la brújula de la aspiración utópica. Una sociedad que implique como forma de ser la república martiana, no es cuestión de decreto, ni siquiera de constituciones más o menos acertadas. Una sociedad como esa, que Martí no tuvo tiempo para más que dibujarla en sus virtudes, solo puede ser resultado de un devenir histórico concreto, no juzgado a capricho, sino valorado en lo que sus circunstancias le van permitiendo hacer.

Por eso, en el «con todos», deben caber, ya que de exploraciones hablamos, todos los que de manera honesta excluyan en un programa mínimo las vilezas que nos acechan. En este momento concreto la mayor vileza es la misma que Martí pudo ver, donde otros solo miraban el poder bruto y avasallador de un norte revuelto y brutal que nos desprecia.

¿Cómo hacer para incluir a todos, sin exclusiones, en la obra por el bien de todos? La historia atestigua y el marxismo nos indica que solo es posible eliminando las causas objetivas que hacen que algunos se vuelvan verdugos de otros. Ciertamente Martí no excluía a nadie en el «con todos», porque aspiraba a que, en el proceso de crear una república «por el bien de todos», no hubiera fermento para los mutiladores del ejercicio pleno de la dignidad humana. No excluir implicaba transformar. Y eso es lo que hemos venido haciendo, de manera imperfecta, pero buscando la virtud por 60 años, desde el poder que en esta Isla ejercemos los pobres de la tierra.

En la república martiana caben todos, pero en la condición de transformarse como individuos, para actuar por el bien de todos o al menos, mientras no alcancemos el ideal, no estorbar a quienes lo hacen. Me parece que Martí también lo dijo, desde su contexto, en su realidad, y para todos los tiempos.

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Juan Zamora dijo:

1

10 de junio de 2020

16:39:55


Muy buena aclaración. Muchas Gracias