Después que le había preguntado por lo humano y lo divino, Ignacio Ramonet se quedó con su próxima recta preparada, cuando Fidel se le adelantó y le puso sobre la mesa el tema de la inclusión de los religiosos a las filas del Partido a partir del año 1991.
«Al principio también hubo conflictos entre la Revolución y algunas iglesias, prejuicios que alimentaron antisocialistas por un lado y antirreligiosos por otro –le confesó Fidel–. El Partido adoptó la drástica medida de no admitir creyentes en sus filas. Yo me considero con parte importante de esa responsabilidad, porque lo veíamos como riesgo de un posible conflicto de lealtades…».
El asunto quedó zanjado luego de su discusión con toda la militancia política de la Isla en el contexto de la celebración del iv Congreso del Partido Comunista de Cuba (pcc), que acordó la inclusión en la organización política de todos aquellos revolucionarios, que aceptasen sus Estatutos y Programa con independencia de su fe religiosa.
¿Usted acabó por defender esa tesis?, le preguntó el periodista, escritor y politólogo de origen español al líder histórico de la Revolución, cuando todavía Cien horas con Fidel estaba en proyecto.
«Aunque mi posición era distinta cuando se estableció la exclusión al crearse el Partido, yo casi fui de los primeros defensores de la idea del ingreso de los creyentes», le contestó el Comandante en Jefe, quizá la persona que mejor podía explicar el duro enfrentamiento ideológico escenificado en los primeros años del proceso revolucionario y la rémora de prejuicios y desconfianzas entre creyentes y no creyentes, que sobrevendría por mucho tiempo.
Dos décadas atrás, mientras respondía un cuestionario similar a Frei Betto, que luego terminaría editado como Fidel y la religión, un libro imprescindible para comprender la hondura del asunto en nuestro país, el líder cubano le dedicaría un afiche al dominico brasileño con un texto tan sugerente como inesperado: «Aún no lo ha logrado, pero si alguien puede hacer de mí un creyente es Frei Betto…».
Que los religiosos puedan, desde 1991, militar en el Partido Comunista de Cuba es apenas uno de las tantas evidencias del empeño personal de Fidel por construir lo que él llamó «un Partido de acero» y también expresión de ese empeño suyo por hacer de la unidad nacional una muralla, que en cualquier circunstancia preserve la salud de la Revolución.
LAS ENSEÑANZAS DE LA HISTORIA
Si el general Máximo Gómez había hecho cantar su machete desde Pinos de Baire hasta los potreros de Camagüey y luego los villareños lo sacaron a empujones del centro del país no fue precisamente por el poder de las huestes españolas, que sí supieron aprovechar muy bien las desavenencias y las contradicciones en el bando de los cubanos.
Al menos a esa conclusión llegó Fidel cuando un siglo después del alzamiento de La Demajagua, el 10 de octubre de 1968, miró con el prisma del tiempo los acontecimientos de la Guerra Grande: «Aquella lucha heroica fue vencida no por las armas españolas –reconoció él–, sino vencida por uno de los peores enemigos que tuvo siempre el proceso revolucionario cubano, vencida por las divisiones de los mismos cubanos, vencida por las discordias, vencida por el regionalismo, vencida por el caudillismo…».
Antes que él, lo había comprendido José Martí, quien tuvo talento y vocación para ayudar a sanar viejas heridas; fundar un partido –el Partido Revolucionario Cubano–, no para hacer política, sino para hacer la guerra; juntar a los viejos guerreros del 68 con los pujantes «pinos nuevos» y erigirse en líder de una contienda que él se propuso fuera «con todos y para el bien de todos».
«De Céspedes el ímpetu, y de Agramonte la virtud. El uno es como el volcán, que viene, tremendo e imperfecto, de las entrañas de la tierra; y el otro es como el espacio azul que lo corona», escribió el Maestro, como quien se propone equilibrar en una balanza toda la gloria que los dos gigantes habían dejado dispersa en los campos cubanos.
De aquellas desavenencias tan humanas como inútiles; de la injusta destitución de Céspedes en Bijagual; de la dolorosa paz de El Zanjón; de los sucesos de La Mejorana, cuando aquellos tres grandes (José Martí, Máximo Gómez y Antonio Maceo) discutieron en torno a una mesa el modo de hacer la guerra; de la intervención oportunista y de la humillación de los mambises en Santiago; del licenciamiento del Ejército Libertador; de la revolución que se fue a bolina en el 33 y de toda la debacle republicana, aprendió Fidel que para vencer a enemigos tan poderosos era preciso andar unidos.
Por eso quizá, en 1956, no titubeó en firmar la Carta de México en virtud de la cual el Movimiento 26 de Julio (M-26-7) y el Directorio Revolucionario 13 de Marzo establecieron su compromiso de «unir sólidamente su esfuerzo en el propósito de derrocar a la tiranía y llevar a cabo la Revolución Cubana».
Otra organización igualmente comprometida con el derrocamiento de la dictadura batistiana, el Partido Socialista Popular (PSP), que para entonces abrazaba tácticas de lucha muy diferentes e incluso había mostrado su desacuerdo con el asalto al cuartel Moncada, también fue bien recibida en la Sierra Maestra, donde conocidos militantes como Armando Acosta y Carlos Rafael Rodríguez terminaron compartiendo trinchera con los guerrilleros del 26 de Julio, y en Yaguajay, al norte de Las Villas, el luchador Félix Torres y su destacamento del psp recibieron sin recelos y curaron las llagas a los invasores de la columna Antonio Maceo a su llegada a la zona.
Harina de otro costal sería la historia de la lucha guerrillera en el Escambray, donde a pesar de los desaires y las intrigas del llamado Segundo Frente, el Comandante Che Guevara, por mandato expreso de Fidel, hizo lo indecible por sumar esta fuerza, numerosa y bien armada, a los cauces de la lucha revolucionaria.
EN LAS VERDES Y EN LAS MADURAS
Cuando hace dos décadas el Gobierno de Estados Unidos y su sistema de justicia se hicieron los de la vista gorda ante el secuestro del niño Elián González, Fidel no pensó en ofrecer dinero a cambio de su devolución, ni en enviar un comando al sur de La Florida para rescatarlo, pensó en la fuerza y unidad del pueblo.
«Tranquilo, a partir de mañana mismo se vuelca la nación completa a hacer el reclamo por el regreso de tu hijo», le dijo a Juan Miguel González entrada la noche del 2 de diciembre de 1999, cuando al padre del niño lo consumía un sentimiento combinado de rabia y de zozobra en aquel despacho del Consejo de Estado, que nunca había pensado visitar.
Lo que Fidel denominó la batalla por Elián comenzó con la primera marcha el 5 de diciembre frente a la entonces Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana, pero enseguida se inflamó, se extendió, primero por todo el país y luego por medio mundo, y solo concluyó cuando el niño puso sus pies en la losa del aeropuerto internacional José Martí, el 28 de junio de 2000, tras más de seis meses de pelea.
No fue la única vez que Fidel convocara al pueblo como actor protagónico: la Campaña de Alfabetización, la Lucha Contra Bandidos, la zafra del 70, el proceso de rectificación de errores y tendencias negativas, la lucha contra los atentados terroristas, el periodo especial, la Batalla de Ideas y la búsqueda del consenso en torno a las más importantes leyes del país, por solo citar algunos ejemplos, confirman un estilo de dirección y de intercambio permanente con las masas y prueban la vocación unitaria del líder histórico de la Revolución.
«Fidel nos recordó con especial énfasis que Revolución es unidad –señaló nuestro Presidente, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, al intervenir en el XXIV Encuentro del Foro de Sao Pablo (La Habana, 17 de julio de 2018)–. Ella, en efecto, ha sido una de las claves para entender por qué hemos podido encarar con éxito agresiones externas de todo tipo, y también resolver, en estrecha relación entre el pueblo y la máxima dirección del país, los más sensibles problemas relacionados con la edificación del socialismo».
Sobre ese mérito de Fidel se refirió de manera esclarecedora el Segundo Secretario del Comité Central del Partido, José Ramón Machado Ventura, en ocasión del aniversario 50 de la creación del Comité Central y el nacimiento del periódico Granma, cuando recordó la determinante participación del Comandante en Jefe en todo el proceso de unificación del mando revolucionario y su visión sobre la construcción de la organización de vanguardia en el país, tarea en la que también fue determinante la participación de Raúl y de otros jefes.
Machado recordó una idea expresada por Fidel el 11 de abril de 1962 acerca de las relaciones entre el Partido y las masas, que resulta válida para los tiempos que corren y también para los que están por venir: «La revolución se hace por las masas y para las masas –expresó entonces Fidel–. Esa es la razón de existir del Partido, y todo su prestigio, toda su autoridad estará en relación con la vinculación real que tenga con la masa. Ese Partido no tendrá autoridad ante la masa por ser Partido, sino que será Partido por la autoridad y el prestigio que tenga ante las masas. Si no tiene conexión con las masas, ni prestigio y autoridad ante las masas, no es Partido; se vuelve una organización raquítica, pobre, y será cada vez menos Partido, porque su razón de ser estaba en su vinculación con las masas».
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Isabel Cristina dijo:
1
1 de enero de 2020
21:00:38
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