ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Batista creía en la supremacía yanqui. En la foto saluda a Sumner Welles, durante una visita a Washington en 1938. Foto: biblioteca del congreso de Estados Unidos

El Directorio Estudiantil Universitario (DEU), luego de la caída de Machado el 12 de agosto de 1933, trató de concertar un golpe de Estado para derrocar a Carlos Manuel de Céspedes, hijo, el títere puesto al frente del Gobierno gracias a la labor de mediación de Benjamín Sumner Welles. Aquello que se abría no era la revolución esperada, con el rescate absoluto de la soberanía, sino la ratificación de que la injerencia estadounidense y la claudicación ante esta dominaban el país.

Para derrocar ese Gobierno, el DEU conspiraba con los oficiales jóvenes del Ejército. Tampoco el pueblo estaba conforme con aquella designación, que todos sabían había sido hecha por el embajador Sumner Welles. García Menocal, a la vez, con varios oficiales de alto grado, organizaba otro golpe de Estado. Pero el Ejército y la Marina de Guerra estaban internamente desmoralizados por la colaboración rendida al tirano. Por su parte, los sargentos igualmente trazaban planes, se insubordinarían porque no querían, como se decía, que se recortaran 3 000 plazas de las plantillas del Ejército, se podaran los salarios de 24 a 13,50 pesos, y consideraban que se debían volver a entregar anualmente las mudas de uniforme. Para ellos se debía terminar con el papel de sirvientes que desempeñaban los asistentes y ordenanzas, además de denunciar que los oficiales se habían apropiado de la caída de la dictadura, mientras habían sido algunos soldados y clases quienes se habían arriesgado conspirando y, por último, se demandaría la depuración del Ejército de los maculados por su machadismo.

El movimiento de los sargentos estaba dirigido por una cúpula en la que estaban, además del sargento cuartel maestre de la tercera compañía del batallón 2, Pablo Rodríguez, líder del movimiento; el sargento primero de la primera compañía del batallón 2, José Eleuterio Pedraza; Manuel López Migoya, sargento cuartel maestre de la segunda compañía de ese batallón; el sargento Juan A. Estévez Maymir, enfermero del Hospital Militar; Ramón Cruz Vidal, soldado sanitario; el cabo Ángel Hechevarría Salas, de la cuarta compañía del batallón 4; Mario Alfonso Hernández, soldado de la plana mayor del batallón 4 de infantería; y el sargento mayor, taquígrafo de la plana mayor del sexto distrito, Fulgencio Batista. Este último era el secretario de la junta militar o «junta de los ocho», como sería conocida esta dirección. A Batista se le había asignado ser el secretario, no solo porque era taquígrafo y mecanógrafo, sino que tenía un antiguo Ford en que se podían mover los integrantes de la conspiración.

Estos conspiradores uniformados se habían reunido en la oficina de Pablo Rodríguez, presidente del Club de Alistados. También se reunieron el 21 de agosto en la Gran Logia de Carlos iii, presididos por Rodríguez, quien era masón, y acordaron redactar un documento dirigido al general Sanguily, jefe del Ejército, con la demanda de proceder de inmediato a depurar el Ejército y a castigar a quienes habían cometido crímenes durante la dictadura, la exigencia de servir al menos dos años como soldados antes de ir a la escuela de cadetes, y modificar la ley de retiros militares. Este documento lo llevaron al jefe de Columbia, el teniente coronel José Perdomo, pero este, lejos de hacerles caso, lo guardó en una gaveta. También habían tratado de entrar en contacto con el deu, pero muy pocos de sus integrantes tomaron en serio sus intenciones. Solo dos creyeron en lo que les decían: Ramiro Valdés Daussá y Santiago Álvarez, que no era de aquella organización, sino de Pro Ley y Justicia.

EL 4 DE SEPTIEMBRE

Los sargentos habían acordado plantear sus demandas en una asamblea el 4 de septiembre. Entretanto, Pablo, Pedraza y Guillermo Inda irían junto con dos camiones cargados de soldados al cuartel San Severino, en Matanzas, a buscar cooperación para su movimiento, y el segundo teniente Manuel Benítez, que participaba en la conspiración, había ido con otras decenas de soldados a pedir ayuda a los soldados del cuartel Rávena, en Pinar del Río. Esa mañana, cuando comenzaban a reunirse los participantes en la asamblea, se apareció en Columbia el capitán Mario Torres Menier, por órdenes de Sanguily, a buscar a los organizadores de las demandas. Batista estaba echando gasolina en la bomba del campamento, cuando le avisaron que un oficial buscaba a los dirigentes de la asamblea en el club de alistados. Llegó hasta allí pálido y entró en el privado. Se encontró con que él y Mario Alfonso eran los únicos miembros de la junta que estaban en el lugar. Torres Menier pidió le informaran para qué era aquella asamblea. Batista, como el de mayor grado entre los alistados, estaba obligado a enfrentar al oficial, comenzó a tartamudear y a decir que el rancho estaba malo y no recibían las mudas de ropa que les debían dar dos veces al año. De pronto, Mario Alfonso lo interrumpió y le espetó rudamente que dijera la verdad. Batista, entonces, invitó al capitán a entrar en el club. El sargento mayor, delante de los cientos de soldados que ya estaban congregados en el lugar, dijo que había muchos oficiales maculados en las filas militares, y que como asistentes y ordenanzas resultaban maltratados. Además, los oficiales habían dado un golpe de Estado contra Machado y se habían olvidado de mencionar la participación de los alistados, entre otras razones. Torres Menier rechazó esas palabras y dijo que le pusieran las quejas por escrito para llevarlas al Estado Mayor, pero que debían disolverse.

Los alistados acordaron que no entregarían ningún papel y que citarían la nueva asamblea para las ocho de la noche, para la cual avisarían al resto de los cuarteles de La Habana. Torres Menier había marchado a la residencia de Sanguily y le relató a este y al secretario de Guerra, Horacio Ferrer, lo sucedido en Columbia. El Secretario de Guerra se mostró sorprendido y, de inmediato, planteó que renunciaría, porque no podía admitir deliberaciones entre oficiales y soldados, cosa que iba contra todos los reglamentos militares.

Aquella tarde, Torres Menier volvió a presentarse en Columbia y le reclamó a Batista que entregara el papel con las demandas. Pero el sargento mayor le dijo que todavía no tenía el documento, y pidió un nuevo plazo para entregarlo. Entretanto, en el castillo de La Fuerza, Ferrer conoció que había comenzado una sedición de los alistados en el batallón 1 de artillería de costa. Decidió ir allí, con el fin de lograr que depusieran su actitud, pero no lo consiguió. Mientras, en Columbia, al anochecer, desatados ya los acontecimientos, los sargentos se apoderaron de los mandos. Curiosamente, los pocos oficiales que estaban ese día en el campamento no hicieron nada. En ese contexto, a Columbia llegaron los dos estudiantes que tenían contacto con los militares, Santiago Álvarez y Valdés Daussá, quienes habían sido avisados por el sanitario Estévez Maymir. Al rato, avisados de que algo sucedía en el campamento, aparecieron en el enclave militar algunos de sus compañeros del deu: Justo Carrillo, Juan Antonio Rubio Padilla y su novia Denia Rubio.

Estos le avisaron a Pepelín Leyva, Carlos Prío y otros integrantes del DEU.

En uno de aquellos instantes, Batista  solicitó a Pepelín Leyva que le avisara al director de La Semana, Sergio Carbó, para que viniera a Columbia.

Mientras, Carrillo y García Bárcenas, quien también había arribado al campamento, salían a casa del primero a buscar 3 000 ejemplares del plan Agrupación Revolucionaria Programa Estudiantil del deu, redactado en tiempos de Machado por el abogado José Miguel Irisarri, en el que se planteaba cambiar la presidencia por un ejecutivo colegiado y un programa de transformaciones revolucionarias para el país. Pronto Carbó apareció en Columbia. Batista le explicó que harían rápidamente la depuración de los cuadros de oficiales y, después, les devolverían los mandos. Carbó se echó a reír y le dijo: «Y al otro día ustedes estarán presos o fusilados. Ustedes no pueden hacer eso.

Acaban de derrocar al Gobierno». El periodista les dijo a los sargentos que llamaran a los estudiantes, adoptaran el plan de Gobierno que tenían y pusieran el gabinete en sus manos. Los sargentos aceptaron la sugerencia. Los estudiantes saltaron de alegría. Rubio Padilla entró en el cinematógrafo del Club y, después que repartieron el documento, explicó en qué consistía. Los alistados lo aceptaron de buena gana. Un golpe castrense se convertía en revolucionario. Para entonces los sargentos se habían mudado para el estado mayor del distrito. Allí Batista comenzó a llamar a todos los cuarteles del interior del país y daba órdenes de que los sargentos se hicieran cargo de los mandos. «¿Quién lo ordena?», le preguntaban: «Sargento Fulgencio Batista, jefe de las Fuerzas Armadas de la República», respondía.

Ya era plena madrugada cuando los miembros del DEU y otros personajes presentes fueron para el Club de Oficiales. Allí acordaron crear la Agrupación Revolucionaria de Cuba, y el deu convino que el Gobierno colegiado que propugnaban estaría integrado por Sergio Carbó, José Manuel Irisarri, Ramón Grau San Martín, Guillermo Portela y Porfirio Franca. Mientras, al campamento habían arribado miembros del Ala Izquierda y comunistas, quienes trataron de entrevistarse con los militares, pero los sargentos los rechazaron. En eso llegaron los líderes de abc y se reunieron con Batista. Luego se supo que le habían propuesto que si rechazaban el programa de los estudiantes y asumían el de ellos, apoyarían el golpe de Estado, pero Batista no lo aceptó.

Al amanecer, Batista, sin que lo supiera la pentarquía o el DEU, acompañado por una escolta que ya había designado, marchó a Avenida de las Misiones No. 5 y trató de ver al embajador de Estados Unidos. Él creía en la supremacía yanqui. Solo logró ver al embajador Sumner Welles sobre las 10:00 a.m.

Le contó qué había sucedido en los cuarteles. Añadió que guardarían las propiedades extranjeras y las embajadas, y le preguntó si podría verlo cuando lo necesitara. Welles, aunque estaba muy molesto con los golpistas porque le habían destrozado el plan elaborado para un gobierno de la república que él creyó era perfectamente constitucional, le respondió que podía visitarlo cuantas veces lo necesitara. Comenzó en ese momento el matrimonio de conveniencia más doloroso en la historia de Cuba, entre un manipulador de títeres y un usurpador.

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jhl dijo:

1

4 de septiembre de 2019

16:22:49


Interesante clase de historia