ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

«Cuando se ignora la historia, el futuro es incierto. La vinculación con el pasado, el sentido de continuidad, el orgullo de cubanía y el conocimiento de las figuras que nos precedieron en el tiempo constituyen el legado que sostiene nuestra tradición emancipadora y nos afirma como pueblo», asegura la historiadora María Caridad Pacheco González, secretaria de Divulgación y Relaciones Públicas de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba (UNHIC). Y precisamente por ser este un conocimiento tan importante, es que esa organización ha querido celebrar, en medio de numerosas tareas, el 1ro. de julio, Día del Historiador Cubano.

Es el momento para reconocer con especial dedicación a los historiadores, tanto a los que se dedican a la investigación como a los que la enseñan, la divulgan y preservan en los archivos, bibliotecas y museos. Es también oportunidad para renovar el compromiso profesional en el empeño de seguir defendiendo el proceso revolucionario, como continuación de las luchas independentistas iniciadas el 10 de octubre de 1868, afirmó Jorge Luis Aneiros, presidente de la UNHIC.

Las actividades conmemorativas iniciaron desde el 14 de junio, natalicio de Antonio Maceo y Ernesto Che Guevara, y se extenderán hasta el 12 de julio, fecha en que nació Mariana Grajales. La sede del acto central será Ciego de Ávila, el 6 de julio, debido a los resultados destacados de esta provincia en el funcionamiento de la UNHIC.

Las principales tareas que lleva a cabo la organización se derivan del programa de trabajo de la Asamblea General de Afiliados, que desde junio del año pasado permitió trazar una estrategia en la cual se mezclan la realización de eventos en comunidades, los intercambios de historiadores con colectivos estudiantiles y de organizaciones de masas, y la atención a tarjas y lugares históricos de conjunto con las comisiones y delegaciones de Monumentos, entre otras.

Además, María Caridad Pacheco destacó la convocatoria al XXIV Congreso Nacional de Historia, que tiene mucha significación no solo para la organización, sino para la sociedad en general, por lo que el estudio de esa disciplina puede y debe aportar a la construcción del país que queremos.

«Los historiadores cubanos somos parte del pueblo, por ello reafirmamos nuestra condena y rechazo a la Ley Helms-Burton, símbolo actual de la hostilidad imperial que desconoce nuestra soberanía y pretende, con el garrote, doblegarnos. Esta es una nueva escalada de agresiones del imperialismo norteamericano y su actual gobierno contra la Revolución Cubana y los movimientos de izquierda en América Latina, ante la cual reafirmamos nuestra defensa del socialismo y sus conquistas, al igual que el desarrollo de una cultura emancipadora, soberana y antimperialista, de la cual los historiadores también somos artífices», añadió Jorge Luis Aneiros.

La UNHIC instituyó el 1ro. de julio como el Día del Historiador Cubano en homenaje a Emilio Roig de Leuchsenring, destacado investigador e historiador, quien en esa fecha de 1935 recibió la condición de Historiador de la Ciudad de La Habana.

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arturo manuel dijo:

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1 de julio de 2019

07:55:18


En el Día del Historiador cubano: Clío El asesinato político de su tío, en Halicarnaso, lo convirtió en un infatigable viajero: primero, para preservar su vida, y después, para saciar su apetito de aventuras y conocimientos. Así las cosas, su periplo mediterráneo cubrió desde el Asia Menor hasta Egipto, casi toda la península helénica, la Magna Grecia en el sur de Italia, Arabia y Babilonia. Singular interés despertó en sus estudios las guerras libradas entre las coaliciones griegas y los invasores persas. ¡Cuánto orgullo si hubiese sido uno de los trescientos valientes cerrando el paso a los medos en el estrecho de Las Termópilas! En sus muchos andares, una noche, mientras dormía, soñó que nueve ninfas le ofrecían sus gracias: la primera, le obsequiaba un estilo y una tableta, para que diera rienda suelta a sus dotes de narrador: quedó mudo; la segunda, le cedía variados instrumentos musicales, todos ellos rechazados gentilmente, alegando ser un inepto para su ejecución; la tercera, le obsequiaba una diminuta lira, pero, por igual razón, la rehusó; la cuarta, le entregaba una máscara dramática y una espada, se hubiera decidido por la metálica arma pero también las rechazó; la quinta, solo le concedía una actitud contemplativa para con la vida pero, él, hombre de acción, renunció a tal virtud; la sexta, otra vez, le ofrecía un instrumento musical, la cítara o la lira, pero de igual manera, por las razones ya conocidas, no aceptó el regalo; la séptima, le otorgaba un cayado de pastor, quizá muy útil para subir cuestas en su largo peregrinar, pero no aceptó, todavía era joven, lleno de fuerzas; la octava, con clara intuición de su sempiterno marchar por tierras ignotas, le cedía un globo del universo, y tentado estuvo de estrecharlo entre sus manos, pero, finalmente, se abstuvo de hacerlo; y la novena, estirando sus pálidos brazos, le acercaba un manuscrito y una corona de laureles, no lo pensó mucho, su suerte estaba echada: su sino sería recoger para la posteridad los acontecimientos que a su derredor itinerante, sucedieran o hubiesen acaecido, como cronista de su tiempo, y la corona de laurel, el simbólico galardón de su tesón. Sobresaltado, un relámpago blanquecino acompañado de un formidable trueno, le despertaron: en la claridad de la madrugada creyó ver, recortadas sobre el horizonte, nueve gráciles figuras femeninas que se alejaban; examinó con detenimiento su entorno inmediato y, asombrado, detuvo su mirada en una pequeña corona de laurel y a su lado, un palimpsesto con un papiro en su interior. Años después, en Atenas, en su provecta edad, narraba a un círculo de escogidas amistades su vivencia (lo integraban Pericles, su concubina Aspasia, Fidias, Sócrates, Anaxágoras, Sófocles, Eurípides y Tucídides, ¡la flor y nata de la aristocracia de entonces!): ninguno le creyó, salvo Aspasia, gracias a su fina intuición femenina. Lo cierto es que su colosal obra, bautizada con el nombre de Historia (en dialecto greco-jónico significa inteligencia,ingenio), tiene nueve libros dedicados por su autor a sendas ninfas, las capitaneadas por Apolo, el dios del sol. Siglos más tarde, Marco Tulio Cicerón, admirador de sus libros, le endilgó el sobrenombre de Padre de la Historia. Nadie se ha atrevido desde entonces a arrebatarle ese bien merecido título a Heródoto. De la estirpe de Heródoto lo fue el historiador cubano Emilio Roig de Leuchsenring. Arturo Manuel Arias Sánchez