El carretón bota la basura en una calle periférica al Sur de la ciudad de Ciego de Ávila; jóvenes arrojan latas de cervezas en medio del Parque Martí; otro, en pleno bulevar, lanza al piso el vaso de granizado sin importarle que el cesto esté a su lado; la mujer, con una pizza en la mano, tira al suelo el papel estrujado y su hijo la imita; el caballo que arrastra el coche defeca sobre el pavimento. Imágenes que se repiten una y otra vez a la vista de todos, imágenes que dan a la ciudad de Ciego de Ávila un toque de descuido y de no ponérsele coto la convertirán en aldea enmohecida.
Al parecer, a los pobladores solo les importan la limpieza y el cuidado puertas adentro del hogar y lo de afuera se convierte en tierra de nadie. Lo comprobará si un día de domingo visita el Parque de la Ciudad, ese espacio necesario con variadas propuestas gastronómicas, alimenticias, música y otras actividades colaterales, donde las personas participan y dejan los restos de comida, envases de bebidas, papeles... mientras en las primeras horas del amanecer los trabajadores de Servicios Comunales se desgastan para cambiarle la imagen.
No exonero de culpas a Comunales que, pese al escaso y obsoleto equipamiento tecnológico, busca estabilizar los ciclos de recogida.
He visto que han dejado en la misma Carretera Central unos sacos llenos de escombros. Permanecieron allí hasta que no sé quién ni cuándo, los recogió. «Eso no nos toca a nosotros», había dicho uno de los del camión recolector. «¿Y a quién le toca?», cuestioné. Tres toques a la campana, un «dale, dale», y el camión se alejó carretera arriba.
Pero ahora no se trata de hablar de «los de Comunales», como algunos les suelen decir a esos hombres y mujeres de trabajo digno, más útiles que los que cuestionan y ensucian; tan humildes que desde bien temprano andan en el carro colector con sombrero hasta los ojos y esperan a la abuelita para recogerle la jaba con la basura, tan humildes como aquellos que, de madrugada, limpian las regueras y empujan el tanque sobre dos rueditas para que la ciudad amanezca limpia.
De ellos mucho se ha hablado, y se hablará, pero ahora prefiero enjuiciar a la indisciplina social.
La realidad ilustra. Hace apenas dos años, comunales colocó 59 cestos de basura a lo largo de la calle Máximo Gómez –desde la Línea de Júcaro a Morón, hasta la terminal de ómnibus interprovincial–, y «todos desaparecieron», comenta Luis Pérez Olivares, director de esa entidad en la provincia.
En el empeño por embellecer la ciudad capital, hace unos días situaron 90 contenedores-colectores (el monto ronda los 20 000 cuc) y para el presente año aspiran adquirir otros 167, en lo fundamental para las urbes de Ciego de Ávila y Morón; sin embargo, manos largas, en la capital provincial, les robaron 18 ruedas, cuatro de ellas encontradas en un carro de granizado.
También presta servicio un camión encargado de mover las 22 camas colectoras spirol, que sitúan en determinados lugares de la ciudad, o donde los vecinos las necesiten, sin costo alguno; pero, tanta es la indolencia, que muchos vierten los desechos fuera de estas.
Una cosa es el recurso que puede faltar, que no está, y otra muy diferente es la indolencia de una parte de los habitantes y el incumplimiento de las legislaciones existentes.
El Decreto No. 272 del 2001 establece claramente en su capítulo v, sección 2, las infracciones contra la higiene comunal. Lo mismo se puede multar a quien vierta escombros u otros materiales en desuso en los espacios públicos –deberá pagar una multa de entre 200 y 600 pesos–; como al que arroje desperdicios en la vía tales como papeles, envolturas o elementos similares, que debe abonar 50 pesos y recoger inmediatamente lo que botó.
Eso está legislado. Sin embargo, hay residentes que hacen caso omiso y no son pocos los infractores. El pasado año, por ejemplo, se aplicaron 2 974 multas relacionadas con la higiene comunal, por un valor superior a los 160 000 pesos, cifras que por sí solas no educan, porque la educación comienza en el hogar, en la escuela.
Arrojar basura en cualquier parte es también una consecuencia de los valores no aprendidos en las aulas y la ausencia del compromiso ciudadano por preservar los bienes comunes, a lo que se une el insuficiente castigo a los infractores.
«La gente no tiene conciencia de lo que hace», explica Erundina Fonseca, con el aval de vivir durante más de tres décadas en Canaleta, uno de los barrios más sucios de la ciudad. Habla mientras abre el grifo para lavar el corral donde tiene cuatro cerdos, cuyos excrementos han tupido en más de una ocasión las redes hidrosanitarias, como ella misma reconoce al periodista.



















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garib piñeiro valdés dijo:
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13 de marzo de 2018
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Loli dijo:
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Jorge Diaz dijo:
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13 de marzo de 2018
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CarlosHG dijo:
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JORGE TAVEL dijo:
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Marilin dijo:
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ORG dijo:
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Betty dijo:
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Joaquín Escudero dijo:
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13 de marzo de 2018
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zailys dominguez dijo:
20
14 de marzo de 2018
08:15:51
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