El maestro llevaba apenas unos días alfabetizando. Era un muchacho alto, vistoso, que en el bolsillo guardaba siempre la foto de la novia. Sus ojazos desbordaban vida, pero sus días se iban agotando. Bandidos alzados contra la Revolución en las montañas del Escambray lo habían condenado a muerte por haber tenido la «osadía» de enseñar a leer y escribir.
Como a una bestia, lo apresaron, lo golpearon y lo encerraron en una jaula de madera. Cuando decidieron que había llegado la hora final, ataron a su cuello una soga y lo alzaron varias veces para asfixiarlo de a poco. «No le hagan nada al maestro, mátenme a mí», gritó el campesino Eleodoro Rodríguez, que lo acompañó en aquel vía crucis. Tal demostración de nobleza pareció enardecer el odio de aquellos hombres que, mientras se ahogaban de risa, castraron al muchacho y luego lo ahorcaron, entre espantosos gritos de dolor.
Así murió el joven alfabetizador Conrado Benítez; así lo mostró en su capítulo inicial la serie histórica La Otra Guerra. En el primer sábado de transmisión a los televidentes se les hizo un nudo en la garganta con el angustioso final del joven maestro. Mucho habían oído hablar de él, pero nunca lo sintieron tan cerca.

«La serie presenta historias muy duras», aclara en entrevista a Granma el investigador Eduardo Vázquez Pérez, uno de los tres guionistas y quien puso sobre la mesa la idea original. «Se visualizan cosas que sucedieron en Cuba. Parte importante de la población consume filmes y series con mucho mayor grado de violencia, donde aparecen escenas más crudas, realmente desagradables. Esas son de ficción. Las nuestras son historia».
Precisamente sobre la delgada línea que separa ficción de realidad versó buena parte del intercambio con Vázquez, a quien los televidentes conocen por audiovisuales como La isla y el tiempo, De lo real y maravilloso, Dos ríos. El enigma y Duaba. La odisea del honor. Para él, acercarse a la historia de la lucha contra bandidos ha supuesto un tremendo reto que suma más de 40 años.
–Este tema ha sido poco abordado en nuestros medios, aun con la importancia que cobró para la Revolución ¿A qué cree que se deba el escaso tratamiento?
–No solo el tema de la lucha contra bandidos ha sido poco tratado, sino toda la historia. Durante las décadas del 70 y 80 del siglo pasado, el tema del bandidismo lo abordaron obras literarias, piezas teatrales y el cine. También se editaron los primeros acercamientos históricos. Pero el Periodo Especial redujo al mínimo la producción de audiovisuales. Por cuestiones de costo, solo se aceptaban obras cuyos argumentos se desarrollaban en el presente. De este entorno surgió una opinión, fortalecida con el tiempo, que planteaba que el público solo deseaba ver sus problemas actuales en pantalla. Cuando más materiales sobre historia universal se transmitían, la historia nacional quedó reducida a lo que en algún momento llamé los enanitos de Blanca Nieves. Eran muchos programas, pero pequeñitos y sin recursos apenas.
«No todo el mundo pensaba así, pero ese pensamiento imperó. Se consideraba que el tiempo de la épica había pasado. Pero la realidad es testaruda y demostró que muchos públicos se interesaban por temas de la historia cubana.
«En defensa de los realizadores debo añadir que, en ocasiones, quienes aprueban los contenidos de una obra pretenden convertir a los personajes históricos en santos laicos. Eso desalienta a los creadores. Eusebio Leal me dijo una vez: Todo se puede explicar. Lo que no puede es borrarse. Si lo suprimes, tarde o temprano alguien te lo reclamará».
–Cuándo se plantearon escribir el guion, ¿la idea era ser fiel a los sucesos ocurridos o ficcionarlos?
–Los guiones los escribimos tres personas: el director, Alberto Luberta, Yaima Sotolongo y yo. Alberto, seis capítulos; Yaima, dos; y yo los siete restantes. Los tres somos autores y comenzamos acordando el estilo. Esto es una obra de ficción, pero todo lo que se verá ocurrió en algún lugar de Cuba. Esa fue nuestra guía.
«Desde el primer momento imaginamos que se producirían algunas reacciones en contra. Unas por desconocimiento, otras por posiciones ideológicas. Por eso tuvimos mucho cuidado en tener documentados los crímenes más connotados que aparecen. De todos puedo darte nombre, lugar y fecha. Por ejemplo, el muchacho ahorcado en el capítulo 3, se basa en el asesinato de Roberto Gutiérrez Rodríguez. Lo llevó a acabo la banda de Juan Alberto Martínez en la zona de Jatibonico, el 7 de septiembre de 1963».
–A propósito, recientemente se publicó un artículo en el Nuevo Herald donde se aseguraba que la serie distorsiona la verdad histórica. ¿Podría hablarnos de las investigaciones que la sostienen?
–Me es difícil resumir las fuentes utilizadas. Una investigación así lleva años y la consulta de muchos materiales de todo tipo. La indagación tuvo dos etapas. La primera, respondía solo a un interés personal, sin pensar en escribir nada. Esa duró más de 40 años, leyendo casi todo lo que se publicaba sobre el tema. La segunda, comenzó en el 2011, ya con la intención de escribir la serie. Aquí la ayuda de Pedro Etcheverry, nuestro asesor histórico, y del Centro de Investigaciones Históricas de la Seguridad del Estado fueron decisivas. Tuvimos la oportunidad de consultar cientos de documentos inéditos: entrevistas a protagonistas fallecidos, informes internos durante la lucha, expedientes de bandas de todo el país, informes de crímenes y entrevistas a detenidos.
«Con ese mismo apoyo entrevistamos a participantes destacados en cuatro provincias del país. Entre ellos, resalto el aporte de Luis Rodríguez, que leyó todos los guiones y aportó mucha información; del general Andrés Leyva y Fernando Galindo, entre otros muchos, incluidos seis viejitos que viven en Meyer, en el Escambray, que pertenecieron a la Compañía Especial del Caballo de Mayaguara. Su juventud fue combate. ¡Cómo hay historia y pueblo ahí!
«No existe argumento capaz de borrar ni una sola de las 14 puñaladas que le dieron al brigadista de 16 años, Manuel Ascunce Domenech. Ni puede obviarse el ahorcamiento de Pedrito Blanco, otro brigadista de solo 13 años. Por mucho que se esfuercen, el crimen atroz de Conrado Benítez persistirá».
–¿Qué retos supuso llevar a la pantalla esas atrocidades?
–El objetivo central no fue presentar los crímenes, sino el drama de quienes vivieron en medio de las atrocidades. Fue una guerra que dividió familias como nunca antes se había visto en Cuba. Amigos de años y familiares pelearon en bandos opuestos. No faltaron alzados que propiciaron el asesinato de un miembro de su familia.
«Piensa en un campesino, que vivía en medio del monte, a un kilómetro o más de la casa más cercana. Ninguna tropa podía protegerlo. La noche era la gran aliada de los bandidos. Pero también podía ser sorprendido cuando iba o venía de atender la tierra.
En esas condiciones, los campesinos revolucionarios fueron milicianos de la Lucha Contra Bandidos, o prácticos de las tropas. En ellos se inspiró la serie y desde ese punto de vista se narra.
«Aprovecho para aclarar algo a los lectores. Lucha Contra Bandidos, abreviado en LCB, fue una sección que creó las FAR para el enfrentamiento a las bandas contrarrevolucionarias. Los jefes superiores los seleccionaron entre veteranos del Ejército Rebelde, mientras que la tropa eran milicianos que ingresaban de manera voluntaria. No pocos de ellos terminaron su carrera en las FAR y alcanzaron grados de coronel y hasta general».
–Muchos espectadores se sienten identificados porque participaron en el hecho o tuvieron algún familiar implicado…
–Como tú dices, miles de participantes están vivos. Súmale los familiares. Decenas de miles de personas que se convierten en jueces. Un riesgo muy grande. Pero el desafío te estimula y se transforma en pasión. ¿Y a dónde vamos si nos falta la pasión? Queríamos recobrar algo importante: el sacrificio de esas personas que pensaban había sido olvidado. Como dicen los versos de Lope de Vega: «Porque viene a ser mi voz/alma de vuestro silencio». Ojalá ellos piensen que lo hemos logrado.
–¿Qué características debe tener un audiovisual que pretenda acercarse a la épica vivida por los cubanos?
–Lo primero es que debe ser entretenido. Lo entretenido no entra en contradicción con lo serio, pero sí con lo aburrido. No creer que la importancia de un tema garantiza el éxito de la obra.
«No pretender ser didácticos. Lo didáctico es enemigo de la vitalidad del arte. Llevar la obra a un fin de moraleja es fatal. Para enseñar están los buenos libros de los historiadores y el sistema de enseñanza. La fuerza del arte alimenta el imaginario popular. Crea o divulga símbolos y mitos. ¿Acaso no basta con el ejemplo de la industria cinematográfica y televisiva de Estados Unidos? Mediante el entretenimiento han establecido su concepción del mundo alrededor del planeta. Dejemos de criticar las manipulaciones que hacen los otros y vamos a hacer lo nuestro mejor».
–Cuando ciertas voces convidan a olvidar el pasado, usted y su equipo de trabajo siguen apostando por sacar a la luz la historia que nos dignifica…
–¿Te gustaría que tus hijos y nietos te olvidaran? La desmemoria de los pueblos los convierte en algo parecido a los ancianos que deambulan por las calles sin recordar cómo llegar a su casa. Lo que más me llama la atención de esas opiniones es que ni el cine ni la televisión internacional han dejado de producir obras con temas históricos.
El puente de los espías y La lista de Schindler, de Spielberg, ¿no son temas históricos? La última cinta dirigida por Mel Gibson ¿no se ubica durante la Segunda Guerra Mundial? El famoso serial colombiano sobre Pablo Escobar, ¿no recrea un pasaje de la historia de ese país? Todos estos ejemplos han sido éxito de públicos. ¿Entonces, de qué hablan esas personas?
«No se puede ser ni ingenuo ni ignorante».
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Juan dijo:
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Pedro Hernández Soto dijo:
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