“Lo más triste es cuando se van… y no los vuelves a ver”, dice Milagro León Pompa. Su rostro deja ver las muecas de tristeza, pero a la vez de satisfacción, eso que ella describe “como cuando Martí llegó a Caracas, y no preguntó donde se comía ni se dormía: Así hacen los niños que regresan a atenderse al hospital, preguntan primero donde está la maestra”.
Milagro —maestra makarenko de formación— ha dedicado 50 años de su vida a la enseñanza especial, y 24 a impartir clases en aulas hospitalarias. Desde hace cuatro trabaja en el Cardiocentro Pediátrico William Soler. “Y mientras mis piernas me den trabajaré aquí”, asegura.
El aulita donde la encontramos, repleta de colores, números, animados, lápices, libretas, libros, es el sitio donde los niños pueden, sino olvidar, curar el alma y la mente con los remedios del saber. Su alumno Javier Alejandro Pérez, con solo seis años de edad, puede dar fe de esa afirmación: “El aula es el mejor lugar, mi maestra me enseña a leer y escribir, y a dar clases”.
Javier es uno de los niños que reciben en Cuba atención educativa en aulas hospitalarias, concebida para los infantes necesitados de un prolongado periodo de hospitalización, según explica Kirenia Pedroso Ramírez, metodóloga de Educación Especial del Ministerio de Educación (Mined). “Pueden recibirla por diferentes vías, ya sea en el aula destinada para ese fin o en la cama del paciente, en dependencia de las condiciones de salud del niño y también del hospital donde nos encontremos”.
“El docente que trabaja en ella puede tener una formación como maestro primario o de la enseñanza especial. Por lo general, son profesoras con muchos años de experiencia en el sector, y un grado de sensibilidad muy grande”.
La interacción médico-maestro se vuelve imprescindible, asegura Pedroso Ramírez, ya que este debe conocer primero el diagnóstico clínico, para después trazar una estrategia pedagógica, “y hacer un grupo de adaptaciones al currículo, porque los niños reciben los contenidos básicos de las asignaturas”.
La atención educativa en aulas hospitalarias debe combinar lo mejor de los avances científicos de la pedagogía y la psicología, y constituye una premisa también la atención a las familias de los niños hospitalizados. “Yo por las mañanas voy a la sala a verlos y converso con las madres. Cuando los padres llegan con sus hijos me llaman: maestra, la estoy esperando, porque mi niño ingresó hoy”, ejemplifica Milagro León.
Según el libro Atención educativa a los escolares por la vía ambulatoria y en las aulas hospitalarias en Cuba. Sugerencias metodológicas, de las autoras Marlén Triana, Nilda E. de la Peña, y Adys Ferrer, el término de “aulas hospitalarias” fue acuñado en el año 1945 por la pedagoga cubana Carmelina Virgilí, y es en ese entonces cuando surgen las experiencias iniciales.
La primera institución de salud donde se inauguró una fue en el hospital Reina Mercedes, de la capital, pero no fue hasta el triunfo de la Revolución que se generalizan a todo el país. En la actualidad existen en cada institución pediátrica y hospitales donde se brindan servicios pediátricos de largas estadías, con una matrícula aproximada de 333 alumnos, según estadísticas del Mined.

CUANDO VOLVER A CLASES ES MÁS QUE UN SUEÑO
Hace varios meses que Félix Daniel Viamontes no puede asistir a la escuela. Una delicada enfermedad lo ha apartado de su barrio, sus amigos, el aula donde cursaba el tercer grado, y lo ha obligado a permanecer la mayor parte del tiempo hospitalizado, en una sala del pediátrico Pepe Portilla de la ciudad de Pinar del Río.
A pesar de ello, en todo este tiempo no ha dejado de recibir clases que le permitan continuar acumulando conocimientos para integrarse a su grupo cuando finalice el tratamiento.
Anaisis Cuní Millan, la mamá, asegura que se trata de la posibilidad de que su hijo no se vaya a atrasar en el aprendizaje y lo ayuda a lidiar con las largas jornadas en el hospital.
“Aquí recibimos pequeños con padecimientos que requieren una larga permanencia. Tal es el caso de la leucemia, otros tipos de cáncer, enfermedades crónicas, sobre todo deficiencias cardiacas, insuficiencias renales”, explica el doctor José Anonio Viñas, jefe del departamento docente del centro.
“Durante meses y a veces hasta más de un año, viven prácticamente en el hospital. Los resultados son muy positivos porque el niño percibe que su enfermedad no es un impedimento para recibir conocimientos, que puede vencer el año y no sentirse en desventaja con el resto de sus compañeritos, algo que crea trastorno de complejo psicológico, y que es muy grave en la niñez”.
Con 36 años de experiencia en el magisterio, Grisel León Santana es la maestra encargada de la atención de los niños que ingresan al pediátrico Pepe Portilla.
“Se trata de una labor muy humana, que hace que estos niños no se sientan aislados”, dice. Por ello se esmera en que sus clases resulten atractivas para quienes las reciben.
“Siempre trato de motivarlos a través de diferentes medios didácticos, para hacer que la clase sea como un juego”.
En lo que va de curso, le ha tocado atender varias decenas de niños, con los que suele establecer una relación muy especial. Así le sucedió, por ejemplo, con Noel, un pequeño aquejado de un tumor renal, que siempre la recibía con un dibujo, y que luego de varios meses, pudo salir de alta, sin perder el segundo grado.
AULAS DONDE SE RESPIRA AMOR
Desde el primer mes de nacida la pequeña de diez años de edad, Leanelis de la Cruz Pérez, ingresa cada 60 días por espacio de tres semanas para recibir el tratamiento correspondiente a la fibrosis quística que padece, confiada en que en el Hospital Infantil Sur, de Santiago de Cuba, no perderá sus clases de 4to. grado.
Según narra la madre, Alina Pérez Torres, el día previo a la partida allá en Sabanilla, municipio de Segundo Frente, lo primero que guarda en la mochila son las libretas, lápices y libros, mientras sus ojos brillan de emoción por el seguro reencuentro con las queridas maestras Mirna Lahau Pérez y Xiomara Destrade Borrero.
Semejante sensación, mucho la habría deseado en 1938 el niño de entonces 12 años, Fidel Castro Ruz, cuando aquejado de apendicitis fuera sometido a una exitosa operación, pero la posterior infección de la herida lo mantuvo ingresado durante tres meses en este mismo centro, antigua Colonia Española, que el próximo 13 de agosto cumplirá 116 años de fundado.
Como detalla en el libro Todo el tiempo de los cedros. Pasaje familiar de Fidel Castro Ruz, la periodista y escritora Katiuska Blanco, en momentos en que mostraba como nunca las ansias por saber y una vocación ardorosa por los estudios que lo promoverían al bachillerato, no solo tuvo que conformarse con matricular el sexto grado, sino que no pudo asistir a clases hasta reponerse.
El triste hecho, que como a él afectó a miles de niños en la seudorrepública, quedó desterrado, con la generalización en el país de las aulas hospitalarias. La doctora Migdalia Fernández Villalón, directora del pediátrico, señala que la de aquí comenzó a funcionar en 1962.
Aunque su ubicación en lo alto del servicio de oncohematología facilitó el ensañamiento del huracán Sandy con la cubierta y cuantos muebles y libros había en su interior, para continuar las clases provisionalmente se habilitó un sitio aledaño; y mediante el montaje de la nueva cubierta, el falso techo, del sistema eléctrico, ventanas y puerta, y la pintura en general, ha quedado como nueva, en espera del mobiliario procedente de un donativo y de la instalación de un sistema de climatización.
“Uno se encariña mucho con los niños e igualmente ellos con nosotras, y aunque estemos al tanto de la gravedad que algunos presentan, sentimos doblemente dolorosa la pérdida de un pequeño que más que alumno, nos resulta familiar”.
Así coinciden las másteres en ciencias de la Educación, Destrade Borrero y Lahau Pérez, —graduadas de maestras primarias en 1977—, y quienes desde hace 20 y 13 años, respectivamente, se desempeñan al frente de esta matrícula especial que oscila entre los 20 y 25 alumnos-pacientes de diferentes provincias orientales.
“A ellos les encanta el aula —destaca Xiomara—, pues además de sentirse psicológicamente fuera de la sala de ingreso, disfrutan de actividades como la actuación del médico payaso, doctor Manuel Verdecia, y de las clases de artes plásticas, literatura, música y danza, impartidas por instructores de la Casa del Estudiante”.
De ese calor ha estado arropado el caso de Leanelis. En su cubículo personal dotado de dormitorio, baño, refrigerador, televisor y aire acondicionado, comenzó Mirna a impartirle las primeras lecciones comprendidas en las vías de enseñanza no formales, y seis años después se mantiene a su lado. “Ella me enseñó a leer y escribir —dice con pícara mirada hacia su maestra la avispada niña—, y la quiero mucho, mucho”.
Concluido cada periodo de ingreso, los niños regresan con una copia de la evaluación docente dirigida a sus respectivas escuelas. El original queda en manos de Xiomara y Mirna, porque lejos de la improvisación, quienes deben volver percibirán la continuidad del abrazo y el amor que reina en la cálida aula del hospital.
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SOLEDAD dijo:
1
25 de junio de 2015
12:04:27
Yudys Lucía dijo:
2
26 de junio de 2015
06:42:46
margarita Renteria dijo:
3
24 de mayo de 2017
14:37:46
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