La solidaridad y el internacionalismo forman parte del ideario y la espiritualidad de los cubanos. Nacemos bajo la virtud de estas palabras y también por ellas, cuando es preciso, morimos. Pero las descubrimos más cercanas en el momento que sabemos de alguien que antes, como ahora, partió hacia África o a otras partes del mundo, donde el deber renueva su significado.
Él o ella puede vivir en tu barrio, ser un compañero de estudios o hasta formar parte de la familia. Quizá es madre, padre, hermano... o el compatriota común del que a veces conocemos a través de las noticias y que, a esta misma hora, devuelve la visión a un niño venezolano, enseña a leer a una abuela centroamericana o arrebata al ébola la vida de un liberiano.
Hubo tiempos en los que la ayuda necesitó de las armas. Ya ese camino en tierras africanas lo había trazado el Che.
Después, la Angola de los ancestros se uniría una vez más a Cuba; su causa se hacía nuestra: frenar la incursión de los racistas y los oprobios del apartheid.
Entonces no faltaron noticias que rasgaban el alma. En una guerra que nos fue tan distante pero a la vez tan cercana, el dolor se mezclaba con orgullo y la reafirmación de la utilidad de un esfuerzo supremo que ayudó a cambiar definitivamente los destinos del continente africano.
Miles de cubanos dejaron su huella en esas latitudes, como también se trajeron consigo las riquezas de una epopeya que tendría páginas tan gloriosas como las de Cangamba, Cuito Cuanavale o Sumbe.
Con la victoria, se cumplirían las palabras del General de Ejército Raúl Castro cuando prometió que solo nos llevaríamos “(…) la entrañable amistad que nos une a esa heroica nación, el agradecimiento de su pueblo y los restos mortales de nuestros queridos hermanos caídos en el cumplimiento del deber (…)”. Era la hora de rendir homenaje a nuestros héroes y traerlos a descansar a su suelo. La nueva misión fue quizá más difícil. Comenzaba la Operación Tributo.
De aquel retorno honorable se cumplen 25 años. El 7 de diciembre de 1989, en el aniversario 93 de la muerte en combate de Antonio Maceo y su ayudante Panchito Gómez Toro, se decretó Duelo Nacional y se realizaron los cortejos fúnebres.
Ese día, 2 085 hombres y mujeres que cumplían misiones militares y otros 204 en tareas civiles, fueron acogidos en la Patria para darle sepultura en los Panteones de los Caídos de cada municipio. El sentimiento fue más allá de lazos familiares y alcanzó dimensiones de pueblo.
Tributo fue el nombre dado a la operación que estremeció el país; tributo al sacrificio y la entrega, al altruismo y el amor; tributo agradecido y eterno de toda Cuba a sus héroes.
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