En tiempos de tremendismos cinematográficos dominando salas del mundo, sorprende gratamente encontrarse con Un traductor (Canadá-Cuba, 2018), de los hermanos Barriuso, conflicto de intimidades que hace del entorno social de la época un elemento dramático de primer orden.
Residentes en Canadá, los hermanos Sebastián y Rodrigo Barriuso no han perdido el vínculo con el cine cubano, que es como decir la realidad del país, y eso les sirve para construir una ópera prima sincera en su mirada crítica-social y profundamente humana en lo concerniente al hecho verídico en que se basa: las vivencias del padre cuando, en 1989, ve interrumpidas sus labores como profesor de literatura rusa en la Universidad de la Habana para convertirse, sin aviso mediante, en traductor de los niños soviéticos llegados a Cuba luego de la hecatombe atómica de Chernóbil.
Un filme ubicado en el tránsito de la normalidad de un país a los duros años que vendrán, después del derrumbe del campo socialista. Melodrama finamente sorteado ante lo inevitable de presentar niños enfermos de cáncer condenados, algunos, a morir ante los ojos de sus padres, y del traductor encargado de traducir las tristes nuevas que dan los médicos cubanos, enrolados ellos en uno de los más bellos gestos de solidaridad internacional que recuerde el mundo.
Una película que sin dejar escapar una sola mala palabra –no obstante las duras situaciones que se transitan–, ni recurrir a subrayados costumbristas de fácil empatía, se nos torna bien cubana a partir de una estética que logra mantener con sobriedad lo que se propone, sin manipulaciones sentimentales ni ideológicas, no obstante estarse asistiendo –en paralelo al conflicto principal– a las posibles dudas y transformaciones de ideales que pudieran estar ocurriendo en la conciencia del protagonista, tras la caída del Muro de Berlín y el presumido fin de las ideologías.
Emana franqueza de Un traductor, tanto en su progreso narrativo como en el tono de contención asumido por los intérpretes, cuadro en el que se destaca el brasileño Rodrigo Santoro como el profesor universitario que pasa de la frialdad de tener que enfrentar «una tarea», a la dedicación extrema, casi enfermiza, una vez ponerse en contacto con los niños (excelentes actores) y unos padres destrozados que, ante lo irremediable del zarpazo terminal, se refugian en el alcohol.
Junto a Santoro sobresalen la argentina Maricel Álvarez en el papel de una sensible enfermera y la cubana Yoandra Suárez como la esposa del traductor, mujer que pasa de la felicidad de los primeros momentos, junto a su esposo e hijo, más otro que está por llegar, a la desazón de ver cómo su marido –en medio de los duros momentos que vive el país– descuida la vida familiar en aras de hacerle menos ingrata la vida a los niños de Chernóbil.
Quizá alargado hacia los finales y con alguna que otra reiteración visual en el conflicto marido-mujer, Un traductor puede considerarse un filme de apreciables reformulaciones artísticas dentro de la denominada «temática cubana», lejos de lo manido y sumamente humano.









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amparo dijo:
1
12 de agosto de 2019
10:12:20
Socorro Fernández dijo:
2
13 de agosto de 2019
01:48:18
Almir Mestre León dijo:
3
13 de agosto de 2019
08:17:10
tony dijo:
4
13 de agosto de 2019
17:33:54
Yoandra Suarez dijo:
5
16 de agosto de 2019
05:44:51
Lazara Pedroso dijo:
6
16 de agosto de 2019
11:44:32
Armando Hernández dijo:
7
28 de agosto de 2019
17:07:25
Alla Llorens dijo:
8
3 de marzo de 2020
19:47:17
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