ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
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Vista aérea de la Escuela Nacional de Arte. Foto: Acosta Danza

Cuando en marzo de 1962 se creó la Escuela Nacional de Arte (ENA), una nueva realidad se volcó en el entorno cotidiano del país y se abrieron espacios hasta ese momento desconocidos para la inmensa mayoría.

El lugar escogido cargaba un simbolismo extraordinario; los contornos del Havana Country Club, expresión íntegramente vinculada a la segregación racial y social de los cubanos, dio forma a la nueva escuela a la cual llegaron adolescentes de todo el país.

A la par de ello, hay que añadir que el desarrollo alcanzado por los músicos cubanos hasta ese entonces, ya fuera por proyección empírica o gracias al paso de unos pocos por academias locales o foráneas, no resultaba nada despreciable; nuestra música era conocida y respetada en todo el orbe, tanto la académica como la popular.

Pero, sin duda, el mejor atractivo que podíamos mostrar desde la asunción de la música popular como expresión sonora identitaria se debía al talento y tenacidad de sus protagonistas, quienes en su mayoría, con independencia de los géneros que defendieran, provenían de las zonas más humildes de la sociedad cubana.

No es un secreto que casi todos los grandes músicos llamados populares provenían de oficios como zapateros remendones, herreros, vendedores ambulantes, empleados de tintorerías…, y alternaban esas faenas con la música. Las llamadas sociedades de color a las que muchos pertenecían, así como logias, cabildos u otros espacios de fraternidades de diversa índole fueron plataformas vitales.

Ahora bien, es innegable el matiz de elaboración musical que llegó con la creación de la ENA y la forma en que esos jóvenes comenzaron a aportar desde el concepto académico; y no solo a la rama popular bailable de nuestra música, sino a otras zonas creativas importantes como la canción, el jazz, y la rumba.

Tales concreciones se produjeron en la medida en que esa avalancha comenzaba a graduarse e iba integrando agrupaciones que, obviamente, aún tenían en sus filas a fundadores y miembros originales de muchas de ellas. Podríamos citar orquestas como la Ritmo Oriental, Riverside, Aragón; conjuntos como Rumbavana; o pianistas como Felipe Dulzaides.

Con esta hibridez conformada por herramientas sólidas sobre la base del dominio técnico y también teórico de la música, aprendidas en la ENA, así como por el talento de jóvenes y consagrados, nuestro ecosistema sonoro cambió. La profunda y necesaria revolución que logró el sistema de enseñanza artística, a pocos años de su creación, continuaría desarrollándose en la medida en que muchos graduados se insertaran en las aulas como profesores y ensancharan aún más los senderos pedagógicos, expresivos y técnicos de otras generaciones de estudiantes de música.

Paralelo a ello, contaríamos con alumnos en varios conservatorios de Alemania, la urss, Polonia y otros países; quienes, en distintas ramificaciones, también aportaron su magisterio al regresar al país, tales como Cecilio Tieles, Roberto Valera, María Felicia Pérez, José Loyola, Guido López-Gavilán o Frank Fernández.

El sistema de enseñanza artística en Cuba no es estático ni idealmente perfecto. Se mueve en constante espiral dialéctica y se atempera a necesidades y retos que el decursar musical ha impuesto en cada época, convirtiéndolo en un laboratorio único del cual han emergido innumerables artistas cubanos desde su creación.

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Joaquín Trista dijo:

1

28 de marzo de 2025

02:57:09


Yo tuve el privilegio de estudiar en la ENA, 1979 a 1983, una experiencia única, un nivel profesional difícil de igualar. Joaquín