ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Tomado del periódico 5 de Septiembre

Mario puede ser el nombre propio de cualquier cubano. Es el nombre del Gobernador de la provincia de Matanzas, y el de mi compañero de cuarto, un joven estudiante de Periodismo oriundo de la ciudad de los puentes, que estudia en La Habana y quiso estar en el centro de la pandemia. Es el de un hospital que pelea por la vida, con médicos y enfermeros de todo el país, porque es el nombre de un revolucionario matancero, Mario Muñoz Monroy, médico de profesión, que participó en el asalto al Cuartel Moncada y fue asesinado.

En su alegato –La historia me absolverá–, Fidel dijo: «El primer prisionero asesinado fue nuestro médico, que no llevaba armas ni uniforme y vestía su bata de galeno, un hombre generoso y competente que hubiera atendido con la misma devoción tanto al adversario como al amigo herido. En el camino del Hospital Civil al cuartel le dieron un tiro por la espalda y allí lo dejaron tendido boca abajo, en un charco de sangre».

Mario es el nombre de la continuidad.

Matanzas es hoy la capital de Cuba. No por la crueldad con la que el coronavirus ataca, sino porque es el centro de la solidaridad de los cubanos, dondequiera que estén. Porque en los hospitales, en la Gobernación, en las alcaldías, en la redacción de los medios de prensa, hay voluntarios de todas las provincias, no importa el cargo que ocupen o la labor que desempeñen. Y en el parque Libertad pueden cruzarse, sin previa cita, un vice primer ministro, un pintor famoso y un médico internacionalista; estos, recién llegados de otros confines, donde entregaban la solidaridad que no puede ser confinada al espacio de un país; y otros, muy jóvenes, recién graduados que renunciaron a sus últimas despreocupadas vacaciones. Porque cada día llegan, desde distintos puntos de la isla grande, en sus vehículos particulares o enlos de sus empresas, hombres y mujeres cargados de objetos necesarios que no sobran. Matanzas, hoy, es Cuba.

Pero en las calles de la ciudad, del país, hay quienes llevan otros nombres. Por ejemplo, Abel. Así se llama el dueño y chofer del almendrón convertido por voluntad propia en ambulancia para casos menos graves. Y el doctor matancero, que ahora mismo está sentado en un rincón del hospital, después de una noche de frenéticos quehaceres, el rostro marcado por las tiras elásticas que sostienen el indispensable nasobuco, y el pensamiento puesto en sus hijos, a los que apenas puede ver.

Abel es otro de los nombres de la continuidad.

Y están los que se llaman como sus padres, seres quizá anónimos, pero imprescindibles. Hay gente joven por doquier: directores de hospitales y de centros de aislamiento, dirigentes partidistas o gubernamentales, periodistas, cuentapropistas, soñadores. No han roto con la historia, son parte de ella. Jóvenes que ven con los ojos de Abel, como pedía la matancera Carilda Oliver Labra, a pocos días de su asesinato, de aquel instante fecundo en que nacía para todos los tiempos la Generación del Centenario:

Yo no me enluto, / yo no sollozo. / Yo oigo tu mandato / y me apoyo en ti como en un talismán, / como en un aire de yagrumas, / como en un himno.

Tú eres el único que ahora ve en las tinieblas, / porque aquí ya todos somos ciegos. / Danos tu mirada. / Es fuerte como la primavera del milagro. / Ampáranos con tu: ten mis ojos, Cuba.

Que nadie me hable de rupturas, de miedos, de desesperanzas. Hay jóvenes moncadistas en nuestras calles dispuestos a saltar sobre el abismo, sobre el imposible de los mediocres; la piel tersa, el corazón grande, la mirada insondable.

El Moncada es una llama que no se apaga,  que arde en el corazón de la Patria.

 

COMENTAR
  • Mostrar respeto a los criterios en sus comentarios.

  • No ofender, ni usar frases vulgares y/o palabras obscenas.

  • Nos reservaremos el derecho de moderar aquellos comentarios que no cumplan con las reglas de uso.