Hace unos meses –antes de que nos azotara la COVID-19– leí una crónica de viaje sobre Cuba, escrita por cierto literato nacional residente en el exterior, quien confesaba estar redescubriendo la Isla luego de varios años de ausencia.
Durante un par de semanas dicho señor recorrió el país de naciente a poniente y viceversa, para dejarnos como secuela cinco cuartillas repletas de palabras como santero, palma real, daiquirí, mulata, asere, balsero, frutabomba, jinetera, yuca con mojo, picadillo de soya, cucurucho de maní, amarillos y pan con pasta.
La crónica sonaba a Cuba, pero no era Cuba. Mientras leía, me acordaba yo del primer viaje de Colón, cuando de regreso a España se apareció en la corte con aquellos indios desnudos, cubiertos de plumas y garabatos de colores; en una mano la azagaya y en la otra una cotorra que chillaba palabras en castellano.
Recordaba también la sorpresa de Borges ante una observación de Gibbon en su Historia de la declinación y caída del Imperio Romano. Decía Gibbon: «En El Corán, libro árabe por excelencia, no hay camellos».
Sí los hay, naturalmente. Yo tengo un ejemplar de El Corán en formato PDF, y, buscador mediante, pude hallar esa palabra sobre la página 40. El detalle, sin embargo, no resta méritos al concepto. Si un turista occidental escribiese una crónica sobre los árabes, no dejarían de prodigarnos caravanas de camellos en cada página. Mahoma, en cambio, sabía que podía pasar por árabe sin necesidad de mencionar esa palabra.
Un pensamiento siempre lleva a otro, y de repente se me ocurrió –mismo buscador mediante– interrogar a varios autores que la crítica y la tradición señalan entre los más representativos de la literatura cubana. Hurgué en libros emblemáticos de Carpentier y Lezama: obras repletas de personajes que destacan por sus sueños, esperanzas y conflictos existenciales; pero en ellos no logré hallar ni un solo maní ni una frutabomba ni objeto alguno de los que suelen usarse para estereotipar al cubano.
Si estamos de acuerdo con Fernando Ortiz en que cubanidad es «condición del alma, complejo de sentimientos, ideas y actitudes», mientras cubanía es «cubanidad plena, sentida, consciente y deseada; cubanidad responsable», entonces resulta obvio que ambos términos entrañan cosas que no se pueden tocar con la mano. Son trascendentales derivados del ser, no del tener; impresiones que desbordan y superan dialécticamente el mundo de las formas. Asombroso es que Martí, a sus 16 años, ya tenía claro el concepto.
Mientras leía la crónica de referencia (que en realidad es solo botón de muestra de otras tantas, incluyendo cuentos y novelas que pujan y rematan seudocubanidad en idénticos mercados) también me preguntaba: ¿Qué elementos unieron a nuestros más insignes escritores cuando esta tierra de gracia llamada Cuba dejó de ser tan solo «la yerba que pisan nuestras plantas», para convertirse en el cúmulo de emociones que subyace tras la palabra Patria?
Durante el siglo XIX tuvimos notables poetas provenientes de diversas clases o capas sociales, algunas de ellas fuertemente enfrentadas: un hijo de cuna rica como José María Heredia, otro de cuna pobre como José Jacinto Milanés, un negro esclavo como Juan Francisco Manzano, un mulato libre como Gabriel de la Concepción Valdés, una llamada mujer del hogar como Luisa Pérez de Zambrana, una rebelde como Gertrudis Gómez de Avellaneda, un guajiro nato como Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, un joven citadino como Julián del Casal; un ser, sobre quien pesan sentimientos encontrados, como Juan Clemente Zenea, y un patriota intachable, de pensamiento universal, como José Martí. ¿Qué recóndita esencia unía a esa masa diversa? Obviamente, no «el amor ridículo a la tierra»; se hallaban ligados por un ya pujante sentimiento de cubanidad; el abrazo que juntos daban a la Patria.
Ahora bien, como cubanía es «cubanidad responsable», el 10 de octubre de 1868 se levanta en armas un grupo de hombres en busca de la «cubanidad plena», la cubanidad «deseada y consciente». Ya no se trataba de ejercer la condición desde una querencia o una costumbre, de pronto había surgido un sentimiento de consagración (término que no elijo al azar, sino porque expresa la acción de entregarse en cuerpo y alma a lo sagrado). La historia es conocida, no la repetiré; con esta mención solo he querido subrayar que la cubanía no puede ser contemplativa ni mojigata; entraña una toma de partido por determinados principios, por determinados valores.
También quiero significar que si la cubanía es sustancia que fertiliza el amor a la patria, adulterarla o lucrar a cuenta de ella, en el más inocente de los casos simplemente la niega.
Dijo Martí: «Patria es humanidad, aquella porción de la humanidad que vemos más cerca y en que nos tocó nacer»; y es esta una evidente expresión de concordia. Pero, ¿qué es lo humano? ¿Acaso lo que nos caricaturice o reduzca a curiosas urracas que, a despecho de su naturaleza acumuladora de objetos, de pronto almacenan cosas de supuesto escaso brillo? ¿O es lo que dignifica y encumbra a elevadas cotas de justicia, conocimiento y amor por la condición humana?
Extirpada de su amplia connotación, la frase «Patria es humanidad» muchas veces ha sido mañosamente presentada como un llamado a desleír en lo ambiguo medulares afectos que debemos a esta «porción de la humanidad en que nos tocó nacer». También se ha usado como puñal artero para descreerla y extrañarse de ella, cuando no para mirarla desde la alienación o la mala fe, con el claro objetivo de erosionar valores, símbolos, creencias y caros orgullos que conforman nuestra identidad cultural.
Ciertamente, llegará un día en que los humanos seamos un solo pueblo, pero esa cultura global no podrá estar erigida sobre las ruinas de lo que somos.
Cubanía es cubanidad responsable, dice Ortiz, y luego agrega: es «cubanidad con las tres virtudes, dichas teologales: fe, esperanza y amor». Quiero decir, no se trata de renunciar al pensamiento crítico o al afán de perfectibilidad humana; tampoco de mirarnos como nuevos Narcisos en el agua de la vana lisonja; sino que, volviendo a Martí: «El lenguaje es humo cuando no sirve de vestido al sentimiento generoso o a la idea eterna».
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alida maria cortes dijo:
1
23 de septiembre de 2020
21:44:20
PPC dijo:
2
24 de septiembre de 2020
11:17:11
Manuel aveledo dijo:
3
24 de septiembre de 2020
22:13:38
Omar Medina dijo:
4
24 de septiembre de 2020
22:43:09
Guido dijo:
5
25 de septiembre de 2020
03:44:59
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