
La Gran Colombia fue en realidad la primera realización práctica de Simón Bolívar en cuanto a sus ideales unitarios. Había nacido el 17 de diciembre de 1819 como República de Colombia durante el Congreso de Angostura, con la unión de los territorios de Venezuela y Nueva Granada, entonces quedó designado Bolívar como presidente y como vicepresidentes Francisco de Paula Santander y Juan Germán Roscio para Cundinamarca y Venezuela, respectivamente.
Luego del congreso de Cúcuta celebrado en 1821 se le conocería como la Gran República de Colombia, integrada por los territorios de Venezuela, Nueva Granada y Quito. Ese mismo año se le incorporaría el territorio comprendido en el ayuntamiento de Panamá, luego de proclamada su independencia.
Sin embargo, pronto los estrechos y egoístas intereses de las oligarquías locales, los celos entre neogranadinos y venezolanos y las ambiciones de poder de José Antonio Páez y Francisco de Paula Santander comienzan a mellar la obra unificadora de Bolívar. En abril de 1826 Páez encabeza una sublevación separatista en Venezuela. En enero de 1827 Bolívar logra aplacar las intenciones de Páez, pero al dejarlo sin castigo se gana el rencor de Santander, quien sentía gran aversión hacia Páez. Apenas resuelta la crisis, provocada por las acciones de Páez en Venezuela, estalla una rebelión de soldados colombianos en la ciudad de Lima bajo las órdenes del sargento Bustamante. Con fuegos artificiales es celebrado el hecho en Bogotá por los santanderistas.
No pasaría mucho tiempo en descubrirse que la rebelión de este oscuro sargento de grandes ambiciones, lejos de buscar la defensa del orden constitucional, había sido una traición a la patria bien pagada por la aristocracia de Lima, que deseaba que las tropas colombianas defensoras de la Confederación de Colombia y el Perú abandonaran su territorio, para así apuntalar el «feudalismo peruano».
La correspondencia de William Tudor, cónsul estadounidense en Lima, revela claramente su implicación en los acontecimientos. Tudor se había convertido en uno de los enemigos viscerales de Bolívar, a quien llega a calificar como el «loco de Colombia» por su posición favorable a la abolición de la esclavitud.
Al leer la correspondencia que Tudor dirigía a Washington, tal parece que tenía en sus manos todos los hilos de la conjura antibolivariana. A él llegaban numerosas cartas de los distintos frentes y le informaban los jefes militares el cumplimiento del plan de operaciones sobre Bolivia y Ecuador.
La animosidad de Tudor hacia Bolívar llegó a niveles inverosímiles, en sus comunicaciones al Departamento de Estado sustituye el nombre de Bolívar por epítetos cada vez más ofensivos, estimula la esperanza de que desaparezca la influencia del Libertador en Bolivia y de que este territorio (que nunca había visitado) cambie de nombre, y si bien cuida las palabras, sugiere el magnicidio.
Pero Tudor, en su maquiavélica intriga, llega incluso a proponerle a los líderes peruanos enemigos de Bolívar que soliciten la intervención directa de los gobiernos de Estados Unidos e Inglaterra para derrotar definitivamente al Libertador.
Las comunicaciones de Tudor a Washington tuvieron un gran efecto en el gobierno de Estados Unidos, que ya estaba de hecho indispuesto y preocupado con los planes revolucionarios e integracionistas de Bolívar, así como con su defensa de la abolición de la esclavitud. Desde Washington se articuló entonces la campaña antibolivariana a través de tres célebres agentes diplomáticos, que sirvieron además de agentes de inteligencia: el ya mencionado William Tudor en Perú, Joel Roberts Poinsett en México –había sido expulsado anteriormente de Chile por meter las narices en los asuntos internos de esa nación– y William H. Harrison en Colombia. Este último llegaría a ser presidente de Estados Unidos.
Los dolores de cabeza no terminaron para Bolívar hasta el final de su vida: traiciones, conspiraciones, guerra civil, intento de asesinato, calumnias e intrigas contra su persona. En todo ese proceso no dejó de estar siempre presente la mano siniestra del gobierno de Estados Unidos.
PRELUDIO, A CASI DOS SIGLOS
Los representantes diplomáticos del gobierno de Estados Unidos se referían una y otra vez a Bolívar utilizando adjetivos ofensivos como: «loco», «usurpador», «ambicioso», «dictador», entre muchos otros. Tildar a Bolívar como un déspota, como un dictador ambicioso, fue una de las infamias más atroces de las autoridades estadounidenses contra el hombre que había declarado su intención de revocar, «desde la esclavitud para abajo, todos los privilegios».
Ese Bolívar que calificaban de ambicioso y tirano era el mismo que había empezado la lucha por la independencia siendo uno de los hombres más ricos de América del Sur y terminado prácticamente como un mendigo. También el que una y otra vez había rechazado las propuestas que le habían hecho de coronación. Refiriéndose a las insinuaciones de Páez, dirigidas a que aceptara coronarse, le había dicho a Santander: «me ofende más que todas las injurias de mis enemigos, pues él me supone de una ambición vulgar y de un alma infame».
Según esos señores –agrega- «nadie puede ser grande sino a la manera de Alejandro, César y Napoleón. Yo quiero superarlos a todos en desprendimiento, ya que no puedo igualarlos en hazañas». Y al contestarle directamente al general Páez, rechazando por completo sus ofrecimientos, le expresa que «el título de Libertador es superior a cuantos ha recibido el orgullo humano y me es imposible degradarlo». Haciendo gala de su total desprendimiento y ya sujeto a un deplorable estado de salud, el 20 de enero de 1830, el Libertador renuncia a la presidencia de Colombia ante el llamado «Congreso Admirable». Ese mismo día Bolívar hace una proclama dirigida a toda la nación, pidiéndole su apoyo y solidaridad hacia el Congreso Constituyente e informando de su renuncia al poder.
José Antonio Páez, quien había traicionado a Bolívar más de una vez y se había convertido en uno de sus críticos fundamentales, debió de haber sentido vergüenza cuando años después escribiera en su autobiografía que el Libertador «ha excedido en desprendimiento y en adhesión a la libertad a todos los hombres que han preexistido».
Por supuesto, como bien señala el historiador Germán A. de la Reza: «El intervencionismo de Tudor y de otros agentes estadounidenses, así como la cobertura que otorga el Departamento de Estado a este y otros agentes, no son suficientes para explicar la fuerza, los objetivos y los resultados de la campaña antibolivariana. La disidencia de una parte de las élites locales y sus aspiraciones políticas contribuyen de manera importante al impulso y concepción del movimiento subversivo (...) En buena medida estamos ante el preludio de guerra subversiva, destinada a destruir la estructura moral, social y administrativa del movimiento bolivariano. Para ello se vale de una red de agentes enquistados en la estructura de poder de esos países y se incrementa a medida que desgrana o neutraliza los apoyos a Bolívar».
Transcurridos casi dos siglos de estos acontecimientos, los latinoamericanos y caribeños que luchamos por la segunda y definitiva independencia de América Latina y el Caribe aún nos enfrentamos en esencia a los mismos enemigos que retaron a Simón Bolívar. Nuevas estrategias se tejen en el Norte para dividirnos y someternos, con el apoyo de lacayos oligárquicos. Una vez más se pone de manifiesto que solo bajo una sólida unidad, los países del Bravo a la Patagonia podrán ser libres y capaces de soñar con un futuro promisorio. Sin duda, la Cumbre de las Américas que en los próximos días tendrá lugar en Lima, Perú, será un escenario donde, ante los oídos de la Roma americana, nuevamente vibrará la voz de los pueblos que llevan en sus entrañas las ideas y el ejemplo de Bolívar, Martí, Chávez, Fidel y muchos otros de nuestros libertadores.
(Con información del libro: La miseria en nombre de la libertad, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2017)
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Esteban Morales dijo:
1
29 de marzo de 2018
19:14:56
manolo dijo:
2
9 de abril de 2018
15:41:17
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