París.– Para ir al baloncesto de los Juegos Olímpicos, aunque se tenga una credencial, hay que pedir un permiso especial. Es uno de los deportes bajo la rúbrica de alta demanda, signada por la presencia del llamado dream team de Estados Unidos.
Por supuesto que está garantizado ver a las máquinas de jugar básquet, pero hay poco de competitividad. Allí, todos saben lo que va a pasar.
Sin embargo, también los milagros divinos han rondado al elitista equipo, como ocurrió en 2004, con la medalla de oro de Argentina, con otro equipo de ensueño liderado, entonces, por Manu Ginóbili.
Pero estamos en París, 20 años después, en 2024 y, a propósito de esas selecciones estadounidenses, nos llega el recuerdo de uno de los que integró esos excelsos conjuntos. No es por azar que traemos a Kobe Bryant hasta la Ciudad Luz.
Hace 15 años, en 2009, ganó su primer trofeo de jugador más valioso de una final de la National Basket Association (NBA). En 2008, en Beijing, y en 2012, en Londres, condujo a su selección nacional hasta el trono olímpico.
Fallecido de manera trágica el 26 de enero de 2020, en un accidente aéreo, en un helicóptero, en el cual también perdió la vida su hija Gianna María, de 13 años, Kobe es el cuarto lugar en la lista de máximos anotadores de la historia de la NBA.
Sus 81 puntos a Toronto Raptors, en enero de 2006, son la segunda mejor anotación en los anales de ese circuito, solo superada por los cien de Wilt Chamberlain en 1962, ante los Knicks de Nueva York, el 2 de marzo, que quedó para la historia como La noche del siglo.
Pero Bryant tiene otro récord. Es el único deportista del mundo campeón olímpico y ganador de un Oscar. Escribió, produjo y dirigió un corto animado, de cuatro minutos, que recibió la estatuilla por llevar al cine un poema que hizo, en 2015, antes de su retiro. En él contó, en una carta de amor al baloncesto, todo lo que le dio ese deporte. Es la epístola de un niño que soñaba ser una estrella; la sinceridad del infante y sus emociones anotaron la canasta de Dear Basketball, como el Mejor Corto de Animación.
Aquella misiva, justo cuando estaba por despedirse, es una lírica confesión de sentimientos, que empasta la personalidad de un líder en la cancha con su agradecimiento a la nobleza del deporte. Es, también, la expresión de arte desde los protagonistas de las canchas. Bastaría con dos pasajes del poema, para, en los Juegos Olímpicos, darle otra medalla de oro.
«Sudé y padecí, no porque el desafío me llamase, sino porque Tú me llamaste. Hice todo por Ti, porque eso es lo que tú haces cuando alguien te hace sentir tan vivo como tú me has hecho sentir. Concediste a un pequeño niño de seis años su sueño en los Lakers, y siempre te amaré por ello.
«Pero no puedo amarte de manera tan obsesiva por mucho más tiempo. Esta temporada es lo último que tengo que dar. Mi corazón puede atajar los golpes, mi mente puede lidiar con la dura rutina, pero mi cuerpo sabe que es tiempo de decir adiós. Y eso está bien. Estoy listo para dejarte ir. Quiero que lo sepas para que ambos podamos saborear cada momento que dejamos juntos. Los buenos y los malos. Nos hemos dado todo lo que tenemos».
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