ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
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En el Comando No.2, donde hay personas de muchas partes de la Isla, nada es normal, allí todo sucede desde lo extraordinario. Foto: Ricardo López Hevia

El Comando Especial No. 2 Supertanqueros de Matanzas parece zona de guerra. Hay gente por todas partes, pero no bullicio. Sumidos en un silencio grave, unos almuerzan, otros dormitan, algunos conversan por teléfono en susurros. Hace calor, mucho.

«¿Con quién podemos hablar que haya estado en la madrugada de la explosión?». «Conmigo mismo», contesta Robert Yunior Vega Acosta, un muchacho que permanece acuclillado contra la pared y que, al incorporarse, revela una estatura imponente y una energía que no se corresponde con todo lo que –contaría luego– había vivido la noche anterior.

No quiere confiar en su memoria, y para dar la hora exacta de la llamada consulta el libro de incidencias: «Estaba lloviendo, a las 17:35 nos dieron el aviso. Dijeron que un rayo había dado en uno de los tanques y que estaba prendido. Teníamos 15 efectivos de guardia, a las 17:40 ya estábamos allí».

Robert Yunior es primer suboficial del Comando Especial, el cual tiene a su cargo toda la zona industrial, incluida la Central Termoeléctrica Antonio Guiteras, y que está compuesto por jóvenes de entre 18 y 26 años. Mientras conversa con los periodistas, los teléfonos no paran de sonar: «No sé… aquí hay mucha gente… ordene… dale…».

Hace falta solo una provocación para volver al relato: « ¿Y entonces?». «Salimos en dos carros –recuerda– allí clasifiqué el incendio, como siempre hacemos. Apenas cinco minutos después llegó el Comando de
Matanzas. Empezamos a enfriar las paredes del tanque».

Necesariamente hay que tocar el momento más doloroso, la explosión y el incendio del segundo tanque; «fue una cosa terrible, estábamos ahí y de repente el cielo cogió candela, era candela por todos lados. A las siete de la mañana volvimos al Comando, tuvimos que autoevacuarnos para reubicar las fuerzas. Habíamos perdido mucha técnica de extinción en el lugar, fueron cerca de ocho carros de bomberos con todo el equipamiento».

En su voz no hay ni el más mínimo matiz de alivio cuando contesta que no, que de su Comando no hay
ningún desaparecido, porque –aclara– de otros sí.

Roberto Triana Barreiro es un hombre maduro, curtido por la vida y el sol, que lleva 11 años enfrentando el fuego como chofer de carro de rescate y salvamento. Él es parte de ese Comando No. 1 de Matanzas, que fue el primer apoyo en llegar, y solo recuerda otro incendio tan violento y que lo haya marcado tanto, el de la Papelera de Cárdenas.

«La llamada entró y salimos para acá. Desde que iba acercándome vi la columna de humo. Había mucho calor, te quemaba la piel, enseguida empezamos a tirar agua».

Horas después fue el estupor. «De buenas a primera se desparramó el tanque y vino la explosión, y ahí fue que algunos compañeros de nosotros se quedaron allá dentro y no pudieron salir».

Quienes combaten el fuego suelen ser pragmáticos, prefiere no hablar de esperanzas, y sí de lo que pueden hacer desde ese carro que está a punto de manejar carretera adentro, de nuevo hacia el peligro. «¿Y qué se siente volver ahí?». Roberto hasta sonríe por lo ingenuo de la pregunta.

Encoge los hombros y dice: «Lo que se siente es que hay que echar pa’ adelante, porque alguien tiene que apagar eso».

Otro que en breve volverá al epicentro del desastre es Juan Valdés Ruiz, socorrista voluntario de la Cruz Roja en Matanzas: «Llegamos a eso de las nueve de la noche, nos encontramos con que el primer tanque estaba en combustión con una llama bastante alta».

Asegura que están bien preparados, pero que nunca habían entrado en una escena como esa. En su memoria la explosión ha quedado grabada como «una llama con la altura de casi un kilómetro, que alumbró la ciudad de Matanzas completa».

Para ellos correr bien lejos no era opción. «El calor nos quemó, tenemos compañeros quemados que tuvieron que irse para sus casas. Brindamos los primeros auxilios, hasta que enseguida entró el sium para el traslado de las víctimas lesionadas.

«Ahora vamos otra vez», dice mientras se incorpora del suelo donde ha estado semiacostado, y se pone el casco: «Volver ahí es una cosa normal, estamos entrenados para eso».

Pero en el Comando No. 2, donde hay personas de muchas partes de la Isla, nada es normal, allí todo sucede desde lo extraordinario.

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