Tuve la oportunidad de ser testigo de la profunda sensibilidad de Fidel al cubrir para Granma las incidencias del primer congreso de la Asociación Cubana de Limitados Físicos-Motores (Aclifim), efectuado en el verano de 1987.
Aquella cita tuvo lugar en una modesta escuela nombrada Boris Luis Santa Coloma, situada a un costado de la calle 100 en el camino del hospital pediátrico William Soler en dirección al Parque Lenin.
Y aunque la directiva de la Aclifim lo había invitado, pocos pensaron que en medio de sus múltiples ocupaciones e inmerso el país en el proceso de rectificación de errores y tendencias negativas iniciado bajo su conducción el año anterior, el Comandante en Jefe fuera aparecerse allí.
Para sorpresa de los delegados y los pocos periodistas que estábamos dando cobertura al congreso, al filo de las dos y media de la tarde del 19 de agosto del año mencionado hubo de pronto un inusitado ajetreo de vehículos en el parqueo de la escuela. Enseguida alguien gritó: ¡Llegó Fidel!
Recibido con una avalancha de aplausos y un coro de voces enardecidas que repetía sin cesar su familiar nombre, el Jefe de la Revolución se paró ante el auditorio y dijo que no venía a clausurar un evento, sino a dialogar con los delegados para conocer sus inquietudes, problemas e insatisfacciones.
Durante casi cuatro horas conversó y escuchó con suma atención cada uno de los planteamientos, centrados sobre todo en las dificultades de tipo subjetivo que impedían la incorporación laboral de los impedidos físicos, y los obstáculos prevalecientes para acceder a sillas de rueda, prótesis, calzado ortopédico y otros aditamentos esenciales, sin pasar por alto el tema de las barreras arquitectónicas.
Al enterarse de que en el transcurso de 1987 solo se le había conseguido empleo a 34 minusválidos de los más de 900 con disposición a trabajar, afirmó visiblemente molesto que más allá del ofrecimiento en muchos casos de plazas no idóneas, aquellas administraciones que rechazaban emplear a las personas con limitaciones se comportaban como capitalistas insensibles.
Subrayó que la sociedad debía tener más conciencia de lo que representaba para un discapacitado sentirse útil y planteó tres vías mediante las cuales era posible garantizarles el sagrado derecho a ganarse la vida : insertándolos en centros laborales, creando talleres especiales y fomentando el trabajo a domicilio.
Terminado el encuentro, orientó al Partido, a los ministerios involucrados y a las organizaciones de masas a que trabajaran juntos en el logro de la más plena participación de este segmento poblacional en la vida de la nación. Luego seguiría paso a paso la implementación de las medidas dirigidas a coronar tan noble propósito. Ese era Fidel.
******
El 11 de septiembre de 1989 el máximo Líder de la Revolución Cubana inauguraba la sala de terapia intensiva del capitalino hospital Salvador Allende. Interesado por cada detalle sobre el tratamiento de la retinosis pigmentaria, le preguntó al profesor Orfilio Peláez Molina si no tenía ayudantes para el desarrollo de las investigaciones sobre la citada enfermedad oftalmológica.
Supo entonces que contaba con una residente de esa especialidad médica nombrada Mirta Copello Noblet, pero que se encontraba ingresada en estado grave en la propia terapia. Voy a verla pronto, dijo Fidel.
Han pasado más de 25 años y la doctora Mirta recuerda cada detalle de la visita que le hiciera el Comandante. Desde la cama, cuenta que veía de forma muy difusa a una persona de gran tamaño que llevaba varios minutos tratando de poner la ropa esterilizada, y al parecer ninguna le servía.
«Por fin logra vestirse y se acerca a mi lecho de enferma. Sin darme yo cuenta todavía de quién era, me pregunta ¿Mirta, no me conoces?
«Casi muero del asombro cuando lo identifiqué. Traté enseguida de incorporarme, pero con su acostumbrada delicadeza, no lo permitió. Entonces se acercó mucho y bien bajito dijo que sabía que yo era la alumna más aventajada del profesor Peláez, que hiciera todo por recuperarme, que lo hiciera por mis hijos, mi familia, por mis pacientes, hazlo por mí».
Narra Mirta que le preguntó ¿Qué desearías tener, que te hiciera querer vivir? «Nada, le respondí, solo estar a su lado y trabajar por el bien de mi país, mi Comandante».
La doctora Copello no puede contener la emoción cuando rememora lo que le escuchó decir a Fidel al personal médico que la atendía: «No puede morirse, hay que salvarla».
«Ya en la puerta de la habitación vira la cabeza y mirándome expresa: Vamos a reparar un pabellón del hospital para que los pacientes cubanos aquejados de retinosis tengan un lugar donde atenderse con todos los recursos necesarios y ustedes puedan proseguir las investigaciones. Las habitaciones dispondrán de baño y haremos un comedor bien ambientado, para propiciarles la más grata estancia posible».
Como siempre, Fidel cumplió su palabra y apenas unos meses después, el 6 de marzo de 1990, abría sus puertas el bello Centro de Referencia Nacional de Retinosis Pigmentaria. Hoy el Programa Nacional de Atención a esa enfermedad es una realidad. Aquí también resalta la impronta del eterno Comandante en Jefe.
COMENTAR
leyanet dijo:
1
3 de diciembre de 2016
11:46:09
Tailán Romero Rivero dijo:
2
3 de diciembre de 2016
12:07:53
Maria Fernandez Fdez dijo:
3
3 de diciembre de 2016
12:40:27
Responder comentario