Un Oscar para la cultura del miedo

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT

Lo que ocurría fuera del teatro Kodak la noche de este domingo bien pudiera considerarse un fragmento no incluido del documental Bowling for Columbine, de Michael Moore, que ganó el Oscar en su categoría y que constituye una punzante radiografía de la cultura del miedo imperante en los Estados Unidos: decenas de francotiradores apostados en los tejados, aviones de combate prestos a despegar, Hollywood Boulevard cerrado al público y desbordado de agentes —lo mismo uniformados que disfrazados de espectros—, detectores de metales tan abundantes como el nerviosismo de los nominados y sin una alfombra roja desplegada al aire libre que, en su peligrosa magnificencia, pudiera detener el paso de las estrellas.

En su aniversario 75, la ceremonia de este Oscar fue considerada por sus organizadores como "la mejor cuidada de todas".

En el escenario no fueron pocos los que se refirieron a la guerra que conmueve a la humanidad. De todos ellos, el más tajante resultó ser Michael Moore, el ya mencionado ganador del Oscar por un documental convertido en el de mayor taquilla de toda la historia del género, premiado también en los festivales de Cannes y San Sebastián y ganador de un César francés a la mejor película extranjera: sin rebuscamientos, Oscar en mano, Moore acusó a Bush de ser un presidente ficticio, ganador de unas elecciones ficticias y de llevar a los Estados Unidos a una guerra ficticia. Tres días antes, durante un premio que recibiera en California, dijo que Bush utilizaba las muertes del 11 de septiembre "como una pantalla para sus planes derechistas". A los conocedores de Moore y su obra (cineasta, periodista, escritor de libros y conductor de programas de televisión) no les sorprendió el ímpetu del artista ante los micrófonos del Teatro Kodak, pues desde hace rato, y apoyado en un humor corrosivo que parece surgir de una mente sin descanso, sus empeños intelectuales van dirigidos a resaltar las hipocresías vigentes en los sectores dominantes de la sociedad norteamericana. Su cine lo integran grandes reportajes en los cuales él es el protagonista, siempre al servicio de una verdad "no oficial" y tan documentada que si bien es cierto que el director tiene varias denuncias por acosar a sus ilustres entrevistados, ni una sola hay por difamación. En línea general, el despegue de sus filmes consiste en aparecerse, micrófono en mano, en un lugar importante (el Banco Mundial, la Casa Blanca o la Casa Nike). Allí pide ver al jefe y a partir de entonces puede suceder cualquier cosa. Una muestra: En Disney World solicitó hablar con Mickey Mouse para preguntarle al dulce ratón cómo era posible que permitiera la explotación de los niños asiáticos y latinoamericanos que en jornadas imparables trabajan fabricando los juguetes y muñequitos de Disney.

Moore, un realizador que no teme. 

Motivo de culto en muchas universidades norteamericanas, la obra de Michael Moore entró por la puerta ancha en 1989 con su documental Roger & Me, en el que perseguía al Presidente de la General Motors para que le explicara el derrumbe de esa industria (y lógico desempleo) en el pueblo natal del cineasta.

Viajes, entrevistas, elementos de ficción integrándose a la realidad a la manera de aquel "nuevo periodismo" del que tanto se hablara en los años setenta. Todo ello con el humor como sombrero, pero también con una coherencia arrebatadora que siempre concluye con la precisión del clásico dedo en la llaga y, alguna que otra vez, con una censura haciéndole cruces a su obra, o —más terrenal aún— un policía llevándolo del brazo "por conducta no adecuada".

Bowling for Columbine es una indagación a partir de un hecho sangriento ocurrido en Colorado y en el que murieran doce estudiantes y un profesor, víctimas de los disparos de un "espontáneo". Moore se pregunta por qué Estados Unidos es el país con más muertes por armas de fuego (11 mil al año) en una guerra sin frentes definidos, aunque sí conformada por el odio racista, la represión policiaca, el crimen organizado y los casos psiquiátricos de una nación que se despierta y se acuesta recibiendo violencia, pantalla mediante. A partir de las investigaciones realizadas con el autor de aquellos crímenes, su vida, el entorno cultural en que había crecido, el director realizó Bowling for Columbine, que terminó siendo un documental sobre la posesión de armas de fuego y cuya columna vertebral se sustenta en la teoría del miedo: los orígenes de su país se encuentran en el miedo de los peregrinos ante la persecución; el miedo que provocaron ante los indios, a los que fueron aniquilando; el miedo ante los ingleses y el consecuente derecho a la posesión de armas; el miedo ante los esclavos liberados...; el miedo, en fin, de los poderosos ante los oprimidos. Miedo —ha subrayado Moore—, que lleva a que la mayoría de los poseedores de armas sean blancos residentes en tranquilas urbanizaciones... donde los asesinatos se cometen dentro de las propias casas, entre familias, novios y compañeros.

Un miedo —podía seguirse con la teoría del director premiado—, que llena de francotiradores las azoteas aledañas al Teatro Kodak, mientras a miles de kilómetros las bombas siguen cayendo.

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