Salvar del colapso a la ONU y a sus mecanismos de seguridad
colectiva; enfrentar el irrespeto deliberado a los principios de su
Carta
Intervención de
Felipe Pérez Roque, ministro de Relaciones Exteriores de la
República de Cuba, ante el segmento de alto nivel del 59 Período
de Sesiones de la Comisión de Derechos Humanos.
Ginebra, 20 de marzo del
2003
Señora Presidenta:
Ante
todo, le expreso las sinceras felicitaciones del Gobierno de la
República de Cuba por su elección como Presidenta del 59 Período
de Sesiones de la Comisión de Derechos Humanos. Ello constituye no
sólo un importante reconocimiento de la comunidad internacional a
su rica trayectoria y su probada competencia profesional, sino —y
especialmente— una prueba de que la arrogancia y los intereses de
dominación hegemónica pueden ser derrotados en esta Comisión
cuando prevalecen la unidad y el espíritu de colaboración entre la
inmensa mayoría de sus miembros. Esperamos que nuestra decisión de
elegirla a usted, en contra de la obcecada oposición y las
presiones de la delegación norteamericana, no convierta a la
Comisión de Derechos Humanos en otro "oscuro rincón del mundo".
Igualmente, extiendo
nuestras felicitaciones al señor Sergio Vieira de Mello por su
nombramiento como Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los
Derechos Humanos. Deberá enfrentar una ardua tarea en el momento
más peligroso y complejo en la historia de esta Comisión. Desde
ahora le aseguro que puede contar con Cuba y con su voluntad de
cooperar plenamente en el éxito de sus funciones.
Señora Presidenta:
El mundo cambió
dramáticamente durante el último año. Más de medio siglo de
experiencias y de aportes incuestionables de las Naciones Unidas y
del sistema multilateral fundado al término de la Segunda Guerra
Mundial, están siendo sometidos a injusta e innecesaria
humillación y van en camino hacia su destrucción.
Debemos reconocerlo con
franqueza: la Declaración Universal de Derechos Humanos corre el
peligro de convertirse en letra muerta precisamente cuando se
cumplirán 55 años de su proclamación. Recordemos que los
visionarios autores del texto que marcó un hito en la aspiración
colectiva de edificar un mundo de libertad, justicia y paz, dejaron
establecido en el Artículo 28 el reconocimiento al derecho de toda
persona a que se establezca un orden social e internacional en el
que las libertades fundamentales y los derechos humanos pudieran
hacerse plenamente efectivos. Digámoslo claramente: ese orden no
existe en la actualidad y parecería que está cada día más
distante.
No insistiremos esta vez
en los temas que tradicionalmente fueron objeto de nuestras
preocupaciones. No hablaremos hoy de la hipocresía y el doble
rasero que desde hace años lastran nuestros trabajos. No
reclamaremos la profunda reforma y democratización en el
funcionamiento de esta Comisión. No defenderemos hoy siquiera el
derecho de cada pueblo a escoger libremente su propio modelo de
ordenamiento civil y político, y su propio camino hacia el
desarrollo económico y social. No reiteraremos tampoco la necesidad
de otorgar igual importancia tanto a la defensa de los derechos
civiles y políticos como a la promoción de los siempre postergados
derechos económicos, sociales y culturales. No vamos en esta
ocasión a enjuiciar cómo se cumplen hoy para la inmensa mayoría
de los habitantes del planeta derechos proclamados en la
Declaración, tales como: "todos los seres humanos nacen libres e
iguales en dignidad y derechos", o "toda persona tiene derecho a
participar en el gobierno de su país", o "toda persona tiene
derecho al trabajo", o "toda persona tiene derecho a la educación",
o "toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le
asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en
especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia
médica y los servicios sociales necesarios".
No vamos tampoco, aunque
pueda causar sorpresa, a emplear estos minutos para denunciar el
arbitrario y desprestigiado intento de fabricar e imponer por la
fuerza una condena contra Cuba en esta Comisión, para continuar
justificando el genocida bloqueo que por más de cuatro décadas
sucesivos gobiernos norteamericanos han impuesto contra nuestro
pueblo.
Hoy debe ser otra
nuestra prioridad: salvar del colapso a la Organización de Naciones
Unidas, y a sus mecanismos de seguridad colectiva; enfrentar el
irrespeto deliberado a los principios consagrados en su Carta.
Señora Presidenta:
La ilegal, injusta e
innecesaria agresión contra Iraq, un país del Tercer Mundo —desatada
ya con toda brutalidad pese al unánime rechazo de la opinión
pública mundial— convierte el derecho a la libre determinación y
la soberanía de los pueblos en un simple espejismo. Después de tal
guerra, habrá surgido un nuevo orden mundial en el que nuestra
antigua aspiración a que el planeta estuviese regido por el imperio
de la ley habrá sido aplastada por la imposición de un orden
regido por la ley del imperio. Ni siquiera los antiguos aliados en
la OTAN, que durante décadas acompañaron a los Estados Unidos
durante la Guerra Fría, escapan ahora a la amenaza de agresión
militar. ¿Podíamos imaginar que un día Estados Unidos proclamara
en una ley su derecho incluso a invadir la ciudad de La Haya, en
pleno corazón de Europa, si algún soldado norteamericano fuera
llevado ante la Corte Penal Internacional? ¿Podíamos anticipar que
ni siquiera la Unión Europea, sabio y paciente ejercicio de
integración, hoy visiblemente fracturado, podría poner freno al
desborde guerrerista y hegemónico del gobierno de los Estados
Unidos?
Las consecuencias de
continuas agresiones al derecho internacional, insólitas
declaraciones y doctrinas, y el constante empleo de la amenaza y el
chantaje militar que hemos visto en el último año, están todavía
por comprenderse en todo su alcance y trascendencia. Todo un planeta
ha quedado convertido en rehén de las caprichosas decisiones de un
poder ilimitado que desconoce cualquier compromiso internacional y
decide solo según sus propios intereses y su peculiar concepción
de la seguridad nacional. Vamos hacia un nuevo orden mundial en el
que la concertación se sustituye por la amenaza, la persuasión por
el miedo. Ese es, Señora Presidenta, nuestro dilema y nuestro reto:
enfrentar unidos un peligro que nos amenaza a todos.
Ahora bien, cabría
preguntarse: ¿hay acaso razones para el optimismo? Cuba cree
firmemente en que hay una poderosa razón para sentirse optimistas:
en la historia de la humanidad siempre las grandes crisis han
abierto el camino a las grandes soluciones. Ninguna tiranía,
ningún imperio con pretensiones hegemónicas, ha podido imponerse
todo el tiempo a las aspiraciones de justicia y libertad de los
pueblos. Es cierto que en muchas ocasiones el temor a enfrentar al
poderoso, el desánimo y la apatía, o la falta de unidad, han hecho
mayor el precio de la victoria. Es por eso que hoy, cuando todavía
no es demasiado tarde, repito con todo respeto las palabras que, a
nombre de Cuba, expresé ante la Comisión el año pasado: "Cuba
considera que, pese a las diferencias políticas entre nosotros,
hay, sin embargo, un peligro común a todos: el intento de imponer
una dictadura mundial al servicio de la poderosa superpotencia, que
ha declarado sin ambages que se está con ella o contra ella."
No se revelaban en aquel
momento, de manera tan descarnada, las peligrosas políticas y
acciones del actual gobierno de los Estados Unidos, y mis palabras
pudieron ser percibidas por algunos como retórica incendiaria. Sin
embargo, y lamentablemente, los acontecimientos más recientes han
venido a confirmarlas. Es por ello que reitero hoy con mayor fuerza
y convicción nuestro llamamiento del año pasado:
"¿No
creen los países occidentales, hasta ayer aliados de Estados Unidos
en un mundo bipolar, pero hoy víctimas como nosotros de este orden
peligroso e insostenible que nos intentan imponer, que ha llegado la
hora de luchar juntos por nuestros derechos? ¿Por qué no intentar
una nueva alianza por un futuro de paz, seguridad y justicia para
todos? ¿Por qué no intentar una coalición que proclame otra vez
en su bandera la aspiración de libertad, igualdad y fraternidad
para todos los pueblos? [...] ¿Por qué no creer que un mundo mejor
es posible?"
Cuba considera que en
los trabajos de esta Comisión hay que pasar de la estéril
confrontación entre el Norte y el Sur a la lucha conjunta por un
mundo de paz, justicia y equidad, cuya existencia está hoy
amenazada no solo para los países del Sur, sino también para los
del Norte.
No estamos solos, y
somos además la mayoría. Contamos también con el apoyo decisivo
de sectores crecientes del propio pueblo norteamericano, de cuyos
sentimientos idealistas y justos, cuando conoce la verdad, el pueblo
cubano tiene pruebas. ¿No resultan real-mente alentadoras las
enormes movilizaciones que en todo el planeta se oponen hoy a una
guerra innecesaria e injustificable contra Iraq, como siguen
oponiéndose a la imposición del modelo neoliberal en un mundo
globalizado que empobrece a nuestros países y les impide soñar con
el desarrollo? ¿Acaso la valiente posición de Francia y otros
países no permite considerar con optimismo la posibilidad de un
mundo regido por el derecho y no por la guerra?
En resumen, señores
delegados, Cuba hace hoy una invitación a la reflexión colectiva,
a no dejarnos vencer por el desconcierto y el pesimismo. Cuba invita
a todos los miembros de la Comisión a apoyar la iniciativa que
promueve un orden internacional democrático y equitativo; a apoyar
la iniciativa que proclama el derecho de todos los pueblos a la paz.
Cuba los invita a apoyar la proclamación en este foro del derecho a
la solidaridad, de la necesidad de una solución global, duradera y
sostenible al problema del endeudamiento externo; a apoyar la
instrumentación y aplicación a nivel internacional de la
Declaración sobre el Derecho al Desarrollo. Cuba los invita a
apoyar el proyecto de resolución que propugna la participación
popular, la equidad, la justicia social y la no discriminación,
como bases esenciales de la democracia. En fin, Cuba los convoca a
construir un nuevo camino en los trabajos de esta Comisión, a
rectificar la práctica de un pequeño número de países, de
promover resoluciones condenatorias contra países subdesarrollados
a partir de criterios selectivos y posiciones ideologizadas que nada
tienen que ver con la causa de los derechos humanos.
Señora Presidenta:
El mundo necesita
urgentemente la paz, para poder concentrar toda su inteligencia y
sus recursos en el combate a los verdaderos enemigos de nuestra
especie: el hambre, la pobreza, el subdesarrollo, la destrucción
del medio ambiente, el analfabetismo, las enfermedades, la creciente
marginación a que está sometida hoy la inmensa mayoría de la
población del planeta.
Luchemos unidos por
salvar a la Organización de Naciones Unidas, por salvar los
principios del multilateralismo, por crear las condiciones que
permitan dar sentido a los trabajos de esta Comisión.
Construyamos una
coalición por la justicia y la paz. Concertemos nuestros esfuerzos,
por encima de diferencias hoy superadas por un peligro mayor que nos
amenaza a todos, para que un mundo mejor sea posible, que no nos
será regalado. Pero nuestro deber es luchar, y lucharemos por él.
Muchas gracias.
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