4 de Agosto de 2001 Declaración
de la Asamblea Nacional del Poder Popular de la República de Cuba (II y
Final)
Numerosos contactos han tenido lugar en
Nueva York, en Washington y en La Habana en los que hemos facilitado a representantes del
FBI y otras agencias del Gobierno de Estados Unidos, informaciones que hubieran servido
para que ellas actuasen contra los terroristas si hubiesen tenido voluntad para hacerlo.
Después de varios intercambios, incluyendo mensajes a los más altos niveles, los días
16 y 17 de junio de 1998 vino a La Habana una delegación oficial, que incluía a dos
importantes jefes del FBI a quienes se les dio una amplia información y se les entregaron
materiales operativos incluyendo filmaciones y grabaciones probatorios de las acciones de
40 criminales. Prometieron una respuesta en dos semanas pero esta nunca ocurrió. Tampoco
se produjo acción alguna del FBI contra los delincuentes sobre cuyas actividades
recibieron abundantes e irrefutables pruebas. Por el contrario, tres meses después, el
FBI arrestó a nuestros heroicos compañeros, arrojó contra ellos sus pérfidas calumnias
y fomentó un proceso pseudolegal dirigido a ensalzar a los grupos terroristas a algunos
de cuyos cabecillas, para colmo del cinismo, presentó, incluso, como sus testigos.
La más despreciable, procaz y absurda
acusación contra nuestros dignos y heroicos compañeros fue la de "conspiración
para asesinar", lanzada sospechosamente después que habían transcurrido más de
ocho meses de que, sometidos a total incomunicación, encaraban las ridículas y
disparatadas imputaciones iniciales, carentes, como ésta, de todo fundamento. Para
sustentar esa infamia las corruptas autoridades miamenses no presentaron, por supuesto,
evidencia alguna, manipularon desvergonzadamente el incidente ocurrido el 24 de febrero de
1996, ocultaron la información que ellos poseen, ignoraron completamente los
antecedentes, falsificaron groseramente las pruebas y distorsionaron grotescamente la
realidad.
La verdad, sin embargo, prevalecerá. La
verdad jamás será derrotada por sus torpes y falaces maniobras.
Si existiese un átomo de justicia en la
sociedad norteamericana, serían otros quienes habrían ocupado el banquillo de los
acusados para recibir la más severa e inapelable sanción.
Las autoridades norteamericanas conocen
perfectamente bien todo lo relacionado con ese incidente. Lo saben hasta el detalle y son
entera y absolutamente culpables por lo ocurrido aquel día.
A partir del triunfo de la Revolución,
desde el territorio norteamericano y tripuladas por sus agentes, la CIA empleó avionetas
para realizar sabotajes, lanzar armas y explosivos, regar sustancias químicas y
bacteriológicas y llevar a cabo labores de espionaje y provocación sobre campos y
ciudades de Cuba. En los documentos oficiales citados más arriba, hay copiosa
información al respecto. Ahí están los antecedentes del grupo terrorista que ejecutó
la provocación del 24 de febrero de 1996.
Sobre este grupo existe también profusa
información, toda ella recogida en esos y otros documentos oficiales y en medios de
prensa de Estados Unidos, que puede resumirse así:
Utilizan aviones que habían sido empleados
antes en las guerras de Viet Nam y El Salvador y les fueron entregados por la Fuerza
Aérea de Estados Unidos y de los que ni siquiera borraron completamente las siglas
"USAF".
Sus tripulantes recibieron adiestramiento de
oficiales de la aviación militar norteamericana.
Violaron repetidamente el espacio aéreo, el
territorio nacional cubano y hasta sobrevolaron la Ciudad de La Habana.
Se hicieron acompañar por periodistas y
camarógrafos que difundieron ampliamente sus provocaciones en la prensa escrita y
televisiva de Miami.
En ocasiones voló con ellos hasta quien
entonces era el Jefe del Buró de Cuba del Departamento de Estado y ahora es, nada menos,
que el Vicepresidente Ejecutivo del engendro terrorista denominado Fundación Nacional
Cubanoamericana.
Desde mediados de 1995 sus acciones se
hicieron cada vez más provocadoras y desafiantes llevándolos a quebrantar
sistemáticamente las regulaciones internacionales y norteamericanas.
Cuba advirtió, privadamente, a los
principales dirigentes de Washington y también, públicamente, de los graves peligros que
podrían acarrear esas acciones y su decisión de no permitir que se volviese a violar
nuestro espacio soberano.
Cuba recibió privadamente seguridades de la
dirección del Gobierno de Estados Unidos de que no se producirían más provocaciones de
este tipo.
Paralelamente la Agencia Federal de
Aviación de Estados Unidos inició un proceso administrativo contra ese grupo por sus
reiteradas transgresiones y recabó para ello, recibió y agradeció por escrito la
colaboración cubana.
Con relación específicamente al incidente
del 24 de febrero de 1996, en la información suministrada oficialmente por Estados Unidos
a la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI) y en las pruebas presentadas
más tarde, bajo juramento, en el proceso administrativo referido en el párrafo anterior,
consta lo siguiente:
Por lo menos desde el 17 de febrero las
autoridades de ese país conocían que se planificaba una provocación para el día 24.
El Departamento de Estado se comunicó
varias veces con la torre de control de vuelos del aeropuerto de OpaLocka, el mismo día
24 antes del despegue de las avionetas para verificar su salida.
Las avionetas, desde que despegaron y
durante todo el tiempo que volaron sobre el territorio y la zona de control aéreo de
Estados Unidos, una hora y cuarenta y cinco minutos, ignoraron completamente el plan de
vuelo que se les había aprobado por los controladores aéreos.
En ningún momento les ordenaron aterrizar o
suspender su vuelo pese a que estaban siguiendo una ruta no autorizada y a los
antecedentes de violaciones anteriores por las que se les había sometido al ya mencionado
proceso.
Los radares norteamericanos registraron
cómo las avionetas volaron en línea recta hacia la capital de Cuba, cruzaron el límite
de nuestro espacio aéreo y siguieron avanzando en la misma dirección.
Eran las autoridades de Washington las
únicas que sabían que la provocación iba a tener lugar, sabían cuándo y cómo se
produciría y quiénes y con qué medios la iban a realizar. Nada hicieron, pese a que
podían y tenían la obligación de hacerlo, para impedirlo o evitarlo. Tampoco
advirtieron a Cuba de lo que ellas conocían iba a suceder.
¿Dónde estuvo la conspiración? ¿Quiénes
fueron los conspiradores?
Son esas autoridades y los jefecillos
terroristas a quienes ellas permiten hacer lo que les venga en ganas, los únicos
culpables de lo ocurrido. Son ellos y nadie más los que deben responder por sus
consecuencias.
La actitud que adoptó ese Gobierno fue
absolutamente incalificable. Se valió del incidente para justificar la firma de la Ley
Helms Burton, despojó a Cuba de fondos ilegalmente retenidos en bancos norteamericanos y
se los entregó a la mafia anexionista y ahora, llevando al extremo la cobardía y la
vileza, quiere castigar a cinco compatriotas que son totalmente inocentes y no tienen
responsabilidad alguna con estos hechos.
Nadie más que esas autoridades y los
terroristas que ellas engendraron y utilizaron contra Cuba durante cuatro décadas, son
quienes han conspirado para asesinar, han tratado de asesinar y han asesinado, causando
numerosas pérdidas de vidas y sustanciales daños materiales a nuestro país.
La colosal arbitrariedad contra nuestros
compatriotas nada tiene que ver con la justicia y el derecho. Es la expresión más
impúdica de una nueva fase de la agresión contra Cuba desatada por la ultraderecha en el
poder y la mafia anexionista a su servicio, y cuyas graves consecuencias ya comienzan a
caer sobre muchos norteamericanos y cubanoamericanos.
La prueba más evidente de que el caso de
nuestros cinco compatriotas es parte de un plan deliberadamente concebido para respaldar a
los grupos terroristas y diseminar el temor entre quienes se les oponen, las expuso
abiertamente el pasado 10 de julio, el propio Jefe del FBI a cargo de esta operación. En
esa ocasión el señor Héctor Pesquera anunció que "habrá más arrestados
relacionados con ese caso", aseguró estar "constantemente al tanto de muchos
que están aquí" y prometió que "los perseguiría enérgicamente". Pocos
días después, como un eco, la misma bravata sería repetida por la vocera de la
Fundación anexionista. ¿Hace falta algo más para comprender que se trata exclusivamente
de un proceso político y que su propósito es perseguir a todos los que allá rechazan
las prácticas criminales de la mafia terrorista?
Pero no son sólo estridentes bravuconadas.
El 13 de julio, el propio Presidente de Estados Unidos emitió una insolente declaración
en la que, además de proclamar nuevas acciones para reforzar el bloqueo y la agresión
contra Cuba, anunció medidas específicas y amenazas concretas contra ciudadanos
norteamericanos y residentes de origen cubano. El ocupante de la Casa Blanca explicó que
había dado instrucciones para reforzar y ampliar los mecanismos de aplicación del
bloqueo particularmente para impedir los viajes no autorizados a Cuba y controlar
estrictamente las visitas permitidas y las remesas familiares, así como para incrementar
el financiamiento y el apoyo material a los grupúsculos contrarrevolucionarios que operan
contra Cuba.
Las declaraciones del señor Bush no son
simple retórica. Centenares de norteamericanos han recibido ya notificaciones oficiales
de preencausamiento y a varios han impuesto multas administrativas de miles de dólares.
Los viajeros, en el aeropuerto de Miami, reciben por escrito claras advertencias de las
severas sanciones hasta 10 años de prisión y 250 mil dólares de multa a
quienes no acaten las rígidas normas del bloqueo que el actual Presidente se propone
imponer a toda costa.
Aumenta sin cesar el número de
norteamericanos y cubano-americanos a quienes, conminados con posibles acciones penales,
se exige responder meticulosos cuestionarios que recuerdan los peores días del
macartismo.
Para asegurar la ejecución de su política
anticubana el Jefe de la actual Administración ha nombrado, en posiciones clave, a varios
sujetos de connotada trayectoria en la guerra contra Cuba.
El propuesto para ocupar el más alto cargo
para América Latina del Departamento de Estado ha generado natural alarma, tanto dentro
como fuera de Estados Unidos.
Pero hay otras designaciones que han
avanzado de forma silenciosa, casi inadvertida. Una es la de Mauricio Tamargo como
presidente de la Comisión Federal de Reclamaciones, otra la de Adolfo Franco quien, se
anuncia, ocuparía la responsabilidad principal para América Latina dentro de la llamada
Agencia Internacional para el Desarrollo (AID). Ambos son empleados a sueldo de los peores
enemigos de Cuba en el Congreso de Washington.
La selección del señor Tamargo es una
prueba evidente del compromiso del actual Gobierno con los objetivos de la Ley
Helms-Burton cuya esencia, como es sabido, es la ilusoria pretensión de devolver sus
propiedades a los batistianos y antiguos explotadores despojando a los cubanos de sus
tierras, sus viviendas, escuelas, fábricas, hospitales, todo lo que hoy pertenece al
pueblo. Escoger a uno de sus representantes al frente de la entidad federal que con
poderes omnímodos dentro de la estructura norteamericana, se encarga de las reclamaciones
de propiedades equivale a poner el asunto enteramente en manos de esa mafia.
El nombramiento del señor Franco responde
al declarado propósito de intensificar la subversión contra Cuba aumentando los fondos
que destinan a fabricar, financiar y dirigir grupúsculos de traidores al servicio de
Estados Unidos, una parte de los cuales distribuye la AID. A esos fines durante más de 42
años Washington ha dedicado más recursos que los que van a la supuesta ayuda al
desarrollo de nuestro Continente. Colocar en esa posición a un representante de la mafia
anexionista es una obvia expresión de la política anticubana y también un claro mensaje
para quienes en América Latina aún se engañan con la quimérica ayuda del Imperio.
El curso cada vez más hostil y agresivo
contra Cuba que sigue la actual Administración del señor Bush, imperdonable crimen
contra nuestro pueblo consustancial a una política irresponsable y aventurera que pone en
peligro la paz y la vida a escala internacional, también lesiona gravemente los derechos
del pueblo norteamericano, incluidos los de la emigración cubana y sus descendientes y
los de sus ciudadanos residentes en la Florida. Ellos aspiran a vivir libres de la
corrupción, la ilegalidad y la violencia de maleantes que cuentan con la complicidad y la
tolerancia oficial y se benefician de recursos presupuestales que sólo deberían
emplearse para el bienestar y el desarrollo de las familias norteamericanas.
Hay que poner fin al contubernio oficial con
los terroristas y detener la campaña macartista, la persecución y las amenazas contra
los ciudadanos norteamericanos que se oponen al bloqueo y los emigrados y residentes de la
Florida que sufren los desmanes del terrorismo. En lo inmediato, como primer paso
indispensable, es preciso exigir la libertad de nuestros cinco inocentes compatriotas
encerrados hoy en una cárcel de Miami.
René González Sehwerert, Ramón Labañino
Salazar, Fernando González Llort, Antonio Guerrero Rodríguez y Gerardo Hernández
Nordelo, prisioneros políticos del Imperio, patriotas ejemplares, héroes abnegados y
admirables que a nadie han hecho daño alguno y han sacrificado sus vidas por salvar la de
su pueblo, deben ser liberados.
Cuba es una nación libre, independiente y
soberana que tiene un derecho inalienable a vivir en paz y a ser respetada exactamente
igual que todas las demás naciones. Cuba tiene el derecho, la obligación y la necesidad
de defenderse y lo seguirá haciendo.
Los pueblos de Cuba y Estados Unidos pueden
y deben vivir en paz. La lucha por la verdad y la justicia permitirá lograrlo.
Asamblea Nacional del Poder Popular
Ciudad de La Habana, agosto 3 de
2001
"Año de la Revolución victoriosa en el nuevo milenio" |