10 de agosto de 2005
Un día feliz por una decisión ética
La madre de René lo resumió en una
palabra: ética. El fallo de los tres jueces de la Corte de Atlanta
que revoca las condenas de los Cinco y ordena un nuevo juicio fuera
del ambiente hostil y prejuiciado que deshonró a la Corte de Miami,
es ni más ni menos que una expresión de ética profesional.
La espera fue larga, larguísima podría
decirse. Y no solo para los Cinco, víctimas de las arbitrariedades
y trampas que derivaron en sus desproporcionadas e injustas
condenas. También para sus seres queridos: madres, padres, esposas,
hijos e hijas que pasan el año esperando la concesión de visas que
deberían ser automáticas o, como es el caso de Olga y Adriana, son
humilladas con denegaciones insultantes que las privan del derecho
humano elemental de visitar a sus compañeros.
También ha sido larga para nosotros,
sus compatriotas, que nos sentimos deudores de su generoso
sacrificio y por eso hoy nos abrazamos y felicitamos, muchos incluso
sin conocernos, con la misma emoción con que lo hicimos cuando esa
propia Corte actuó con similar sentido de lo justo a favor del
reencuentro de Elián y su padre.
Como se abrazaron a través de
correos conmovedores miles de personas de todas las latitudes que
apenas saben unas de las otras que son compañeros de lucha por la
libertad de Cinco antiterroristas cubanos. De alguna manera,
mientras más se ha alargado la espera, más ha crecido la
solidaridad con ellos. Y mucho, muchísimo más crecerá cuanto más
demore el otorgamiento de la libertad merecida.
La espera ha sido larga, es cierto,
pero 93 páginas de consideraciones no se arman en horas. Atlanta no
podía repetir el error del jurado de Miami, que los declaró
culpables hasta de cargos que la Fiscalía había pedido cambiar,
jurado que no tuvo siquiera valor para permitirse la duda razonable
de una sola pregunta, al terminar uno de los procesos más complejos
y largos de la historia judicial norteamericana.
La sola mención de un nuevo juicio
hace pensar en nuevas esperas que nos resultarán igualmente largas,
infinitas, después de estos siete años de encarcelamiento y de los
17 meses que ha demorado el fallo de la apelación. Pero ahora hay
una ventaja: ya no es posible silenciar el caso para el resto de
Estados Unidos o del mundo, ni condenarlo al monopolio de la
manipulación de la prensa miamense.
Y difícilmente podrá evitarse, como
tan arbitrariamente prohibió antes la jueza Lenard, que los
defensores aborden la razón principal de sus defendidos: el estado
de necesidad que los llevó hasta aquella ciudad de los Estados
Unidos, justamente porque allí habita —y no en otra— la más
antigua e impune fuente de financiamiento del terrorismo en este
hemisferio: la Fundación Nacional Cubano Americana. La misma que ha
envenenado el ambiente de la Florida y pagó tantos crímenes sin
castigo de terroristas como Orlando Bosch y Luis Posada Carriles.
¿Quién podrá esconder ahora la
verdad de que eran esos terroristas y sus financiadores los
objetivos de observación de los héroes injustamente presos? ¿Quién
va a evitar que con un nuevo debate en Cortes salga a la luz la tan
ocultada como escandalosa protección de que han gozado los grupos
extremistas de Miami? ¿Quién podrá impedir que, al abordarse a
profundidad el caso, se recuente la historia de terrorismo que no
han querido ver, leer, ni escuchar y que implica directamente, entre
muchos, al señor terrorista que ahora goza de un status especial
como detenido de Inmigración en El Paso? Ese nuevo juicio podrá
ser formalmente a los Cinco, pero de allí deben emerger verdades
que podrían convertirse en el proceso jamás hecho al terrorismo más
público y permitido de este hemisferio.
Ha sido larga la espera, pero la ética
y esperanzadora decisión de Atlanta tiene bien tomado el tiempo.
Haber apelado a esa instancia y esperar con serenidad su fallo, es
también una prueba del respeto que los Cinco y sus defensores
sienten por las instituciones jurídicas y las personas honradas de
Norteamérica.
Libre de las presiones y los
chantajes de un medio contaminado por el odio furibundo de una minoría
extremista, el proceso puede transitar ahora con mejor suerte, si
quienes tienen la obligación de hacerlas cumplir, sienten igual
respeto por las leyes, que quienes esperan en sus celdas que la
justicia llegue.
Y no hay dudas de que la espera
seguirá siendo larga, al menos mientras sobrevivan los obstáculos
para que la verdad se explique abiertamente. No es fácil derribar
una muralla de prejuicios y blasfemias que lleva 45 años levantándose.
Mientras sus piedras terminan por caer, muchos podemos decir como
Adriana o Rosa Aurora, que el 9 de agosto ha sido el primer día
feliz en los largos años que dura esta espera. Y para hacerlo
posible ha bastado una decisión tan esperanzadora como ética.
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