12 de septiembre del 2006
La larga marcha de la justicia
"Nada se parece más al miedo a la verdad
que el encierro injusto de los Cinco Héroes de Cuba".
Manu Chao
RICARDO ALARCÓN DE QUESADA Miembro del
Buró Político del Partido
Desde
el 12 de septiembre de 1998 el gobierno de Estados Unidos
mantiene en arbitrario e ilegal cautiverio a Gerardo
Hernández, Ramón Labañino, Antonio Guerrero, Fernando González
y René González.
Son ocho años de injusticia y desvergonzada, cínica
complicidad con el terrorismo. Washington admitió siempre que
su propósito al actuar contra los Cinco era proteger y amparar
a los grupos terroristas anticubanos que operan libremente
desde el territorio norteamericano. Nuestros compatriotas
lucharon heroicamente contra esos grupos. Por eso, sólo por
eso, se les castiga con infame ensañamiento.
Son también ocho años de silencio culpable de los grandes
medios que disciplinadamente han acatado la orden de ocultar
la verdad. Lo han hecho sin parpadear sabiendo que así
facilitan el trato cruel e injustificable a cinco inocentes y
la impunidad de los asesinos y sus patrocinadores.
Durante este largo período es muy poco, casi nada, lo que
se ha permitido conocer de este tema al público
norteamericano, y muy escasa asimismo la información que al
respecto han recibido quienes viven en otras sociedades
supuestamente democráticas. En palabras del historiador
norteamericano Howard Zinn: "El caso de los Cinco cubanos
presos en Estados Unidos es algo que permanece en secreto para
el pueblo norteamericano". Por su parte Ignacio Ramonet
describe así la situación respecto al Viejo Continente: "Por
parte de los medios de comunicación europeos se está aplicando
un boicot generalizado, ni en los periódicos, ni por radio, ni
por televisión se habla de esta historia. Nos encontramos
frente a un hecho totalmente censurado".
Debió haber sido noticia destacada el reconocimiento
explícito, desde la acusación inicial y a todo lo largo de uno
de los procesos judiciales más prolongados de la historia, por
parte de las autoridades norteamericanas de que su objetivo
era defender a bandas terroristas. Lo proclamaron incluso poco
después de los sucesos del 11 de septiembre del 2001 cuando el
señor Bush y sus corifeos no descansaban en su incesante y
mentiroso sermoneo contra el terrorismo. Exigieron al tribunal
de Miami que, además de las desmesuradas condenas, les fueran
impuestas a los Cinco medidas específicas, para asegurar que
nunca más, una vez cumplidas sus penas carcelarias, pudieran
intentar algo en perjuicio de los delincuentes. Así lo
repitieron una y otra vez como consta en las actas del
tribunal, el cual accedió a la petición con esta desvergonzada
sentencia: "Como una condición especial adicional para la
libertad supervisada se le prohíbe al acusado acercarse a, o
visitar lugares específicos donde se sabe que están o
frecuentan individuos o grupos tales como terroristas,
personas que promueven la violencia o figuras del crimen
organizado."
El fraudulento proceso judicial contra los Cinco es, entre
otras cosas, una afrenta a todas las víctimas del terrorismo,
un insulto especialmente para los norteamericanos muertos
aquel 11 de septiembre. Por eso el silencio cómplice de los
grandes medios. De ahí la orden de ocultar la verdad.
Desarmados, sin causar daño alguno a nadie, sin emplear
jamás la fuerza, valiéndose exclusivamente de su voluntad, su
talento y una ilimitada disposición al sacrificio personal,
nuestros valerosos hermanos, arriesgándolo todo, penetraron
los peores enclaves de Miami, lograron descubrir algunos de
sus planes criminales y contribuyeron a evitarlos. Por ello
son y serán siempre acreedores de la eterna gratitud de
nuestro pueblo y cuentan con una solidaridad siempre creciente
en todo el mundo.
Recibirán también el reconocimiento del pueblo
norteamericano que algún día logrará derrotar al régimen
inmoral que hoy lo oprime y engaña.
Nuestros compatriotas cumplieron una misión mil veces
heroica al sacrificar su felicidad personal y familiar y
realizar tareas de sumo riesgo frente a inescrupulosos
matarifes respaldados por un gobierno tan culpable como los
malhechores.
Llevaban a cabo una misión indispensable, pacífica y noble.
Defender a su Patria y a su pueblo frente a una agresión
sistemática que incluye acciones terroristas que han
ocasionado la pérdida de miles de vidas y cuantiosos daños
materiales. Sobran las pruebas. Ignorarlas es infame.
En el territorio norteamericano se encuentran ahora mismo,
protegidos por las autoridades federales, quienes planearon,
dirigieron y hasta celebraron la destrucción en pleno vuelo
cerca de Barbados, el 6 de octubre de 1976, de un avión civil
cubano y la horrible muerte de sus 73 ocupantes.
Durante 30 años el gobierno de Estados Unidos ha encubierto
el abominable hecho y ha amparado a sus autores, Luis Posada
Carriles y Orlando Bosch. Documentos oficiales desclasificados
en el 2005 prueban claramente que ese gobierno conoció con
varios meses de anticipación del siniestro plan, sabía quiénes
eran y dónde estaban los asesinos y desde entonces, a lo largo
de tres décadas se ha empeñado en impedir la acción de los
tribunales de justicia.
En el verano de aquel año el grupo terrorista que se hacía
llamar CORU colocó varias bombas en instalaciones
aeroportuarias del área del Caribe con la intención de
sabotear vuelos dirigidos a Cuba. En septiembre en una reunión
pública en Caracas, Orlando Bosch reconoció abiertamente su
responsabilidad en el asesinato del ex canciller chileno
Orlando Letelier ocurrido el 21 de ese mes en Washington D.C y
anunció que a partir de ese "éxito" planeaban realizar una
acción de gran envergadura. En la misma reunión Posada precisó
que esta consistiría en la destrucción de un avión cubano.
Todo lo anterior consta en informes confidenciales de la
CIA y el Departamento de Estado. El gobierno de Reagan-Bush no
hizo absolutamente nada para evitar la realización de esos
hechos, no movió un dedo para alertar a sus víctimas ni llevó
a cabo esfuerzo alguno, ni antes ni después, para detener a
los culpables. Para los grandes medios nada de eso se
convirtió en noticia entonces, ni cuando hace un año se
conocieron esos informes, ni ahora cuando no se cansan de
hablar de otros hipotéticos planes. El crimen de Barbados
sigue impune, cubierto por treinta años de silencio y
complicidad.
El señor Bosch ha tratado de justificarlo del modo más
cínico. Lo ha hecho cada vez que ha querido en los medios
televisivos, radiales e impresos de la mafia de Miami. Acaba
de reiterarlo, además, en una entrevista a La Vanguardia, de
Barcelona. Nadie ha protestado, sin embargo, en Norteamérica
ni en Europa. Porque Bosch disfruta desde hace muchos años de
la protección del clan Bush.
¿No lo vieron en televisión en aquella
desvergonzada tribuna miamense junto a quien hasta allá fue
a agradecer el fraude que le permitió apoderarse de la Casa
Blanca en el 2001? ¿No recorrió las calles de esa ciudad en
febrero del 2003, encabezando la marcha convocada por él, la
única que se efectuó en el planeta a favor de la guerra, con
aquel lema de "Irak ahora, Cuba después"? ¿Ha ido el FBI o la
prensa norteamericana a interrogarlo alguna vez, aunque sea
una vez, después que ha pasado más de un año desde la
publicación de documentos oficiales que indican que él, Bosch,
participó en el plan para asesinar a Orlando Letelier? ¿No
recuerdan ya que el monstruoso crimen ocurrió a plena luz del
día en la capital de su país y que allí murió también,
despedazada, Ronnie Mofitt, una joven norteamericana?
Posada Carriles publicó su autobiografía en la que da
cuenta minuciosa de sus fechorías hasta comienzos de la última
década del pasado siglo; posteriormente, el 12 y 13 de julio
de 1998 concedió una entrevista de primera plana al diario The
New York Times donde reconoció su plena responsabilidad por
los atentados con bombas ocurridos en La Habana el año
anterior incluyendo el que causó la muerte al joven italiano
Fabio Di Celmo (algo que no lamentó, por lo contrario,
aseveró, no le impedía "dormir como un niño"); y ha reconocido
en otras entrevistas las numerosas vidas que ha segado y el
respaldo que para ello ha recibido de Washington y Miami.
Hace ya año y medio que Posada permanece en Estados Unidos,
país al que supuestamente ingresó sin cumplir las formalidades
migratorias. Eso y nada más le han echado en cara las
autoridades que lo mantienen en cómoda custodia. En el mismo
lapso de tiempo decenas de miles de indocumentados han sido
encarcelados y expulsados sin grandes miramientos y otros
miles han perdido la vida en el desierto o a manos de los
cazadores de inmigrantes.
Posada goza de privilegios absolutamente únicos. Cuenta con
abogados que lo defienden y diarios, emisoras de radio y de
televisión de Miami que además de apoyarlo lo elogian como a
un héroe y encomian su perversa trayectoria. Posada reclama su
derecho a la ciudadanía norteamericana y emplea como principal
argumento precisamente sus innombrables crímenes que, asegura
él, fueron cometidos al servicio del gobierno de Estados
Unidos, con su respaldo y patrocinio.
Los atentados contra la aviación civil fueron calificados,
hace ya mucho tiempo, como acciones imperdonables que todos
los estados están obligados a impedir y llegado el caso a
sancionar severamente. Para asegurarlo fue suscrita la
Convención de Montreal en 1971. La comunidad internacional fue
capaz de superar las contradicciones de aquellos tiempos de
"guerra fría" y arribó a un consenso alrededor de ciertos
principios que fueron exigidos con energía por las empresas
transportadoras y los sindicatos de empleados de esa
industria. En ninguna circunstancia, cualesquiera que fueran
los móviles de sus autores o las consideraciones políticas o
de otro orden, se toleraría que ese tipo de acto evadiera la
justicia. El artículo 7 de esa Convención no puede ser más
claro y categórico. El Estado en cuyo territorio esté alguien
acusado de haber atentado contra la aviación civil solo tiene
dos opciones: o lo extradita al país que lo solicite o "estará
obligado, sin ninguna excepción" a encausarlo y juzgarlo él.
Hace ya año y medio, sin embargo, que Posada está en
Estados Unidos, disfrutando la protección de Bush, el pequeño,
como antes hizo con Bosch, el Bush padre. Ni lo han
extraditado a Venezuela ni le han iniciado juicio en Estados
Unidos por la destrucción en pleno vuelo de un avión civil.
Peor aún. Reconocen que han hecho gestiones con al menos
seis países, tratando de encontrarle refugio. Andan a la
búsqueda de un cómplice que se preste a evitar que Posada sea
juzgado y sancionado como terrorista.
En Estados Unidos siguen disfrutando de la protección
oficial los culpables de muchos otros hechos que han provocado
muertes y sufrimiento a nuestro pueblo. Pero la impunidad se
extiende también a la jurisdicción norteamericana. Aun siguen
sin castigo los asesinatos de Santiago Mari Pesquera y de
Carlos Muñiz Varela realizados por el CORU en Puerto Rico.
Estas verdades irrefutables prueban hasta la saciedad la
inocencia de Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René. Cuba ha
tenido y tiene la necesidad de defenderse frente al terrorismo
de Washington. Nuestros Cinco compatriotas no cometieron
delito alguno. Lo que hicieron fue una proeza que no merecía
sanción sino homenaje.
Ellos sin embargo siguen en prisión y sometidos a un turbio
proceso judicial plagado de arbitrariedades en el que se han
violado las normas y procedimientos del sistema
norteamericano. Cualquiera de esas violaciones habría sido
suficiente para anular todo el proceso desde su inicio.
El confinamiento solitario que se les impuso durante 17
meses a partir de su detención; las extremas dificultades para
comunicarse con sus abogados defensores; el haberles negado a
unos y otros el acceso a las supuestas pruebas de los
acusadores; la realización del "juicio" en Miami bajo las
presiones y la histeria anticubana allí exacerbadas durante el
secuestro de Elián que coincidió con el encausamiento de
nuestros compañeros; la intensa campaña que contra los Cinco
desataron los medios de prensa locales en la que ocuparon
lugar prominente varios autotitulados periodistas que, como
acaba de revelarse el pasado viernes, eran en realidad
empleados asalariados del aparato de propaganda anticubana del
gobierno de Estados Unidos.
Cualquiera de esos elementos bastaría para declarar nulo y
sin valor alguno todo el proceso seguido contra ellos.
Pero continúan en prisión injustamente y se extiende su
sacrificio y el de sus familiares.
Independientemente de los resultados en la batalla legal
que seguirán librando frente a las maniobras de un gobierno
tan tramposo como el de Bush, hay que redoblar y ampliar la
solidaridad internacional y no descansar en el esfuerzo para
que la verdad sea conocida.
La solidaridad de los pueblos, solo ella, traerá la
justicia. Hoy se manifiesta en todo el mundo en una Jornada
Internacional para exigir la liberación de nuestros Cinco
abnegados compañeros y para demandar que se haga justicia a
todas las víctimas del terrorismo. La Jornada se extenderá
hasta el 6 de octubre, aniversario del abominable crimen de
Barbados. Y no se detendrá ese día.
La solidaridad crecerá: Hasta que los héroes sean
liberados. Hasta que los terroristas sean castigados. |