12
de Septiembre del 2003
12 de septiembre de 1998
La bruma invade, la luz resiste
Hace cinco años
fueron encarcelados en Miami, Gerardo Hernández, Antonio Guerrero,
Ramón Labañino, Fernando González y René González. Luego de un
prolongado y desvergonzado proceso, resultaron condenados a injustas
y desproporcionadas sanciones que hoy, convertidos en paradigmas,
cumplen sin doblegarse
ALDO MADRUGA
Las
calderas del odio y el rencor reventaron estrepitosamente aquel 12
de septiembre en Miami. La bruma comenzó a escamotearle la luz a un
relámpago, y la mentira emergió multiplicada, para justificar el
ambiente belicoso y lo que el fiscal Federal Thomas Scott calificó
—dramática y pomposamente— como la seguridad nacional y libertad
"atacadas en su mismo corazón por los espías enviados desde
Cuba".
Ese día fueron
encarcelados Gerardo Hernández, Antonio Guerrero, Ramón Labañino,
Fernando González y René González, acusados oficialmente de
labores de espionaje y otros cargos, entre ellos el de infiltrarse
en organizaciones contrarrevolucionarias del exilio, e incluso
delitos tan descabellados como conspiración para asesinar.
No fue casual que al
otro día la prensa miamense publicara que las autoridades federales
informaron de inmediato sobre los arrestos a los congresistas Ileana
Ros-Lehtinen y Lincoln Díaz-Balart, y al jefe de la Fundación
Nacional Cubano-Americana, puntales de la mafia anticubana en
Estados Unidos.
Ellos enriquecieron con
más ira y rencor este caso, que entonces recibió el número
98-3493 en los archivos del FBI, y convirtieron la acusación de 27
páginas y 49 capítulos, en el centro de un auténtico diluvio de
propaganda fraudulenta y coacción a los tribunales, lo cual marcó
hito en la ya rica historia de manipulaciones políticas e
injusticias ocurridas en territorio norteamericano.
Enrevesadas historias
donde el veneno, la fantasía y el absurdo competían ferozmente por
los planos estelares, fueron difundidas por radioemisoras, canales
de televisión y periódicos de Miami y de toda la Unión:
recolección de información en la Base McDill de la Fuerza Aérea
con las intenciones de sabotear y dañar aviones y hangares;
empecinados agentes que desde 1992 trataban de infiltrarse en el
Comando Sur de Estados Unidos, y hasta las posibilidades de
eliminación física de algunos "líderes del exilio", se
manejaron en la feroz campaña de prensa.
Quizás lo único que
entraba en contradicción con los perfiles de espionaje clásico que
se daban a los relatos del caso, era que en ellos no se podía
ocultar la forma humilde, sencilla, sin la abundancia de dólares y
recursos, en que vivían los acusados, tan lejos de los patrones
ostentosos, típicos de los modelos de espionaje propagados por la
cinematografía de Hollywood.
Desde aquellos días del
arresto se empezó a manejar la imposibilidad de celebrar, ya no
solo en Miami-Dade, sino en toda la Florida, un juicio justo a los
acusados, con un jurado imparcial que así lo asegurara, debido a la
histeria protagonizada por la mafia anticubana y a su desmedida
influencia en todos los niveles del poder judicial y el Gobierno de
ese estado.
Fruto de ello resultó
muy difícil, por ejemplo, encontrar luego del arresto, a abogados
de origen cubano o hispano, que defendieran ni siquiera de oficio a
los detenidos, según reconoció entonces una fuente de la corte; y
por eso todos los letrados que integraron la defensa en aquellos
momentos fueron estadounidenses.
Las audiencias públicas
en que fueron presentados nuestros Cinco Héroes, desde el primer
momento siempre estuvieron abarrotadas de terroristas y extremistas
cubanoamericanos, entre ellos conocidas figuras del hampa política
local, como Silvia Oriondo y José Basulto, presidente de la
tristemente celebre organización Hermanos al Rescate, y otros
destacados negociantes de la contrarrevolución.
No obstante, los
juzgaron en ese santuario de la ultraderecha miamense después de un
prolongado y desvergonzado proceso, lleno de procedimientos, y
métodos aberrantes con objetivos puramente políticos, bajo una
tempestad de propaganda malintencionada y la descarada coacción a
magistrados y jurados, acciones que crecieron en la misma medida en
que se desarrollaba el juicio.
Y fueron condenados
implacablemente a largas, desmedidas e injustas penas de prisión,
víctimas de una colosal infamia.
"Nos guió un fuerte
sentimiento de solidaridad humana, amor a nuestra Patria y desprecio
por todo lo que no respete la dignidad del hombre", afirmaron en
carta abierta al pueblo norteamericano, treinta y tres meses
después de su duro encierro.
¿Quiénes son los que
verdaderamente perjudican la seguridad de Estados Unidos?, preguntan
en esa misiva los Patriotas prisioneros y de inmediato responden:
"Son los grupos
terroristas de origen cubano y sus mentores económicos y políticos
norteamericanos los que erosionan la credibilidad de este país, los
que dan a esta nación una imagen de salvajismo y a sus
instituciones un comportamiento inconsecuente, prejuiciado y poco
serio, incapaz de conducirse con cordura y sensatez ante los
problemas que tienen que ver con Cuba."
Hoy, a cinco años de su
injusta prisión, aquellas brumas que la mentira y el odio echaron
sobre estos cubanos ejemplares, comienzan a ser deshechas ante los
ojos del mundo y del propio pueblo norteamericano, que más temprano
que tarde se librará de la influencia que los extremistas de Miami
—conspiradores contra las propias leyes estadounidenses— ejercen
en sus gobernantes.
Mientras tanto, los
héroes seguirán luchando desde su inmerecido encierro y su
relámpago de humanidad y convicciones continuará cruzando el
cielo.
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