15 de Abril de 2002 La palabra que "justifica" la
injusticia
POR FÉLIX LÓPEZ
Espía no es palabra que agrade al
"paladar". No se digiere bien en ningún idioma. Lo sabían quienes la usaron
desde el primer minuto de la detención de los cinco héroes cubanos. La definición los
condenaba de antemano. Enemigos... Por allí comenzó la estrategia.
Todavía no habían entrado al tribunal y ya algunos
los habían sentenciado. Y todo eso en un país donde la subcultura se ha encargado de
distorsionar la imagen del espía; a través de arquetipos como el de James Bond,
"master" en todo lo chic (bebidas, casinos, mujeres, autos y drogas); o los
personajes de John LeCarré, con sus conflictos de conciencia, sus dobles, triples y
cuádruples traiciones a la luz del ya caído Muro de Berlín.
Nada, absolutamente, identifica a los cinco jóvenes
cubanos con la historia de los clásicos topos que se mueven subrepticiamente
por el lado oscuro de los estados. Esa no era su misión. De probarlo se encargaron varios
representantes del gobierno norteamericano llamados ante el tribunal: generales y
asesores... Ninguno los consideró una amenaza para la seguridad nacional del país más
inseguro de este mundo.
Inseguro, porque cohabitan en él peligrosos
terroristas, la mayoría de ellos con salvoconducto del FBI (averigüen por Héctor
Pesquera) y de congresistas (pregunten en la Florida por Ileana Ross y Lincoln
Díaz-Balart), convertidos en piezas clave de este caso: azuzando el odio, comprando
almas, chantajeando y siempre prestos a marcar los teléfonos de la fiscalía y el
Herald..., cada vez que la verdad anotaba una carrera y amenazaba con dejarlos al
campo.
Pero volvamos a la connotación del término y su
utilización premeditada. Recuerdo que tan pronto expiró la década de los 90, una
edición especial del Washington Post publicó el primer capítulo del libro Un siglo
de espías, donde se relata el desarrollo del espionaje durante el siglo XX, con
especial énfasis en la Guerra Fría. Por aquellos días, símbolo de que los tiempos
habían ¿cambiado?, se inauguró el Museo Internacional del Espionaje, en cuya mesa
directiva participan ex miembros del FBI, la CIA y la KGB.
Entre los testimonios que allí desnudan al espionaje
desde diversos ángulos, están las grabaciones de Hermann Arndt, uno de los espías
israelíes que capturó al nazi Adolf Eichmann en Argentina; y el de Juan Méndez, un
abogado secuestrado en el marco de la Operación Cóndor, siniestro plan en el que los
servicios de inteligencia de las dictaduras militares de varios países latinoamericanos
compartían "carte blanche" para secuestrar a individuos "molestos".
Estas acciones publicitarias sirven para intentar
mejorar la relación de ese servicio de inteligencia con el gran público. De más está
decir que no hay en ellas secretos revelados, aunque sí documentos que han sido
desclasificados.
Para nadie es secreto que la CIA, por ejemplo, ha
montado un programa de reclutamiento en los campus matemáticos más prestigiosos de las
universidades de Estados Unidos. Y esto quiere decir, obviamente, que los servicios de
inteligencia están hoy más necesitados de "hackers" que de pistoleros
astutos... Hollywood ha tomado este nuevo perfil como expresión glamorosa de la
profesión, siempre asegurándose de que los espías enemigos queden muy mal parados.
Odiados por el espectador.
Tengamos presente que no por antigua ha sido olvidada
la historia de los Rosenberg. Ellos también fueron detenidos por el FBI, pero una mañana
de julio de 1950 acusados de haber facilitado información a la Unión Soviética sobre el
desarrollo de la bomba atómica... Luego de un juicio todavía polémico, fueron
encontrados "culpables" de una "conspiración para cometer espionaje",
y sentenciados a muerte el 5 de abril de 1951.
Hoy, la mayoría de los norteamericanos reconocen que
el matrimonio fue "víctima de la histeria de la Guerra Fría", el proceso
estuvo plagado de arbitrariedades y la pena fue excesiva. Pero los Rosenberg murieron hace
cinco décadas..., y las irregularidades en el sistema judicial norteamericano continúan
sucediéndose, aun en aquellos casos donde la verdad es tan evidente como la maldad de
quienes fabrican peligrosos espías y con ello intentan explicar sanciones no
justificadas.
Espía, a secas, es una palabra que sanciona. Lo
saben bien quienes no han tenido el valor de decirle al pueblo norteamericano que esos
cinco jóvenes cubanos lograron infiltrarse, a riesgo de sus preciadas vidas, en los
grupos terroristas que hicieron estallar un avión cubano en pleno vuelo, y enviaron
mercenarios con bombas a los hoteles de La Habana, mucho antes del desplome de las Torres
Gemelas. No le cuentan que esos cinco hombres en solitario evitaron, más de
una vez, la muerte de personas inocentes en Cuba y en los propios Estados Unidos.
La verdad no se hace pública, entre otras cosas,
porque temen a que el pueblo norteamericano aprenda de una vez que existe una abismal
diferencia entre los "espías made in USA" y los héroes.
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