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31 de Mayo de 2002

VERDAD PRISIONERA 
Sobre la necesidad de tener ojos y oídos en Miami

POR FÉLIX LÓPEZ

Vuelvo a escribir sobre la injusticia después de un ejercicio revelador... He solicitado en el Google —uno de los principales buscadores de Internet— información pública sobre el ejército norteamericano. Para mi sorpresa, luego de teclear las palabras "us army", aparecieron 2 810 000 archivos referidos a los distintos tipos de fuerzas, armamentos, operaciones, bases, laboratorios y academias militares.

Solo del Comando Sur, uno de los principales enclaves militares de los Estados Unidos, con base en la Florida, se pueden leer 11 800 páginas, donde se revelan datos de su capacidad de combate, planos de sus unidades y todo lo referente a sus correspondientes mandos, incluidos algunos detalles de la vida privada de los oficiales, como composición familiar, modo de vida y salario. 

Se supone que esa información no es secreta. Y está claro que ningún ser humano dispone de tiempo suficiente, a menos que sea un estudioso o un fanático del tema, para revisar más de dos millones de archivos. De ellos (no hace falta llegar al final) emerge un mensaje imperial: "Este es nuestro poderío", "es contra esta fuerza que chocarán nuestros enemigos", "somos invencibles"...

Les cuento de esa suerte de exhibicionismo de supuestos datos estratégicos, porque uno de los más duros cargos adjudicados a tres de los cinco cubanos que permanecen prisioneros en cárceles de los Estados Unidos por combatir el terrorismo, el de conspiración para cometer espionaje, se basa en evidencias risibles ante este alud de información pública. Pero la jueza John A. Lenard terminó imponiéndoles cadena perpetua a tres hombres que conocían una milésima parte de lo que ellos mismos publican diariamente.

Para probar este cargo, según las leyes norteamericanas, la Fiscalía debe demostrar que el acusado actuó con otro Estado para transmitir información de seguridad nacional de los Estados Unidos, que dañe a la nación y proporcione ventajas a otra. Nada de eso ocurrió en este caso, porque lo que hicieron los cinco cubanos fue penetrar a los grupos extremistas de Miami, en busca de información sobre acciones violentas contra nuestro pueblo. 

Para manipular la decisión del jurado, además de las presiones y del calificativo de "espías" que divulgó desde la primera hora de la detención la prensa de la Florida, los fiscales equipararon, intencionalmente, los términos secreto y público. Cuando debían indagar si la información obtenida era secreta o estaba protegida como sensible, ellos preguntaban "¿esto es público?", garantizando de este modo algún filón inculpatorio.

Por otro lado, la Fiscalía presentó a un funcionario que leyó los cifrados, pero no utilizó a un perito que dijera cuáles de aquellos mensajes contenía información clasificada como secreta. Es la defensa la que presenta en el juicio a tres altos militares norteamericanos, entre ellos a Edward Atkinson, quien testificó que Cuba no constituía un peligro para la seguridad nacional de los Estados Unidos, pero que necesitaba tener "ojos y oídos en la Florida", para alertar de una posible invasión o ataques de los grupos anticubanos.

Más de una persona honesta dijo ante el jurado que Cuba no necesitaba de esos hombres para recopilar información de tipo militar. Y reconocieron que existe un área de tensión entre los dos países, agravada por la existencia de grupos extremistas de Miami que no dejan de echar leña al fuego. El mismo proceso del que hablo se convirtió en tema para acusar al gobierno cubano de atentar contra la seguridad de los estadounidenses.

Durante el proceso, la Fiscalía clasificó la mayoría de la información como secreta, obstaculizando de esta forma el mejor desenvolvimiento de la defensa. Un 85 por ciento de la evidencia se mantuvo oculta, engavetada... Se trata de una medida que crea un escenario especial. El jurado supo de antemano que trabajaría "en un caso especial de espionaje", y eso lo condicionó sociológicamente.

¿Cómo justificar que, sin las más mínimas pruebas, ese jurado condenó a tres hombres por el delito de conspiración para cometer espionaje, alegando que lo hicieron intencionalmente, premeditadamente y de modo ilegal; actividad para la que se unieron, aliaron, conspiraron entre ellos y con otras personas, con el objetivo de comunicar, entregar o transmitir a Cuba, directa o indirectamente, información relacionada con la defensa nacional de los Estados Unidos?

La respuesta es obvia. En un juicio de tipo político, en Miami y relacionado con Cuba, no se podía esperar una sentencia justa, equilibrada y razonable. El veredicto del jurado, más que político, es servil a los intereses de una mafia que —experta en secuestros— se adueñó del proceso y trazó el camino por donde debían transitar fiscales, jurados, periodistas y jueces. 

Habría que ver qué ocurriría si este juicio cambiara sus acusados y su entorno geográfico. Imaginemos que durante más de cuatro décadas una banda de norteamericanos radicados en una península cubana, a donde cargaron con su odio y espíritu revanchista, se mantienen atentando contra los estadounidenses que viven en la Florida: los invaden, envían mercenarios, ponen bombas en sus misiones diplomáticas, oficinas comerciales en el extranjero, explotan aviones en vuelo, ametrallan hoteles y dirigen hacia ellos ofensivas emisiones de radio y TV, además de sostener desde territorio vecino intensa propaganda subversiva.

A los norteamericanos no les quedaría otro remedio que acudir al gobierno cubano y denunciar la presencia de esa mafia terrorista en su territorio... Pero ante la indiferencia del gobierno de la Isla que otra opción tendría: ¿está mal que envíe a sus hombres a infiltrar esos grupos extremistas y a vigilar sus acciones? Los norteamericanos podrían darnos un punto de vista que de seguro no difiere del nuestro. El estado de necesidad es un término jurídico, pero no por ello deja de ser de entendimiento universal.

Por estos días, reiteradamente, el propio Presidente de la nación norteamericana habla de la necesidad de poner "ojos y oídos" en aquellos países que ellos consideran una amenaza terrorista. Habla del viejo método de infiltrar a un hombre, aun en la época del espionaje electrónico y los grandes satélites capaces de mantener la vigilancia sobre una pequeña Isla como la nuestra o un inmenso país como China.

De qué habla Bush cuando da carta blanca a sus agentes: ¿anuncia públicamente que va a buscar información sobre la seguridad nacional de otros países, o está hablando del derecho de los Estados Unidos a protegerse de los grupos terroristas que operan en otras naciones, desde donde supuestamente se fraguó el todavía indescifrable ataque del 11 de septiembre? Los cinco cubanos clasifican perfectamente en esa lógica antiterrorista, pero el imperio no reconoce otros ojos u oídos que no sean los propios, ni otros intereses de seguridad nacional que los suyos, aunque para ello tenga que amenazar a todo el mundo y dividirlo en dos partes aparentemente irreconciliables: o conmigo o contra mí.

 

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