22 de
noviembre de 2005
Deportada
Por no colaborar con
la Fiscalía para presionar a su esposo
LOURDES PÉREZ
NAVARRO
El
insistente toque en la puerta la despertó, apenas había amanecido.
Estaba sola en el local, una especie de estudio por el que pagaba
una renta los días 15 de cada mes. Recordó que era 16 y pensó que
la dueña venía a cobrar.
Olga, acompañada
por la abogada Nuris Piñero, durante su última espera en la SINA para solicitar la visa que le permita visitar a René.
La mayor de sus dos
hijas, Irmita, estaba de vacaciones en La Habana. La pequeña
Ivette, de dos años, se encontraba en Sarasota, al cuidado de
Teté, la bisabuela paterna, para que Olga, la madre, pudiera
trabajar de noche. Cada fin de semana recorría por carretera más
de 200 millas para reunirse con la niña.
Abrió. Una muchacha
vestida con el uniforme de Inmigración, acompañada por dos hombres
del Buró Federal de Investigaciones (FBI), le pidió su
identificación: Olga Salanueva. Está usted detenida, le dijo. Era
el 16 de agosto del 2000.
CHANTAJE
Tres días antes había
visitado en la prisión a su esposo, René González, que, junto a
sus compañeros Ramón, Gerardo, Fernando y Antonio, había sido
detenido en la madrugada del 12 de septiembre de 1998 bajo la
acusación de ser agente extranjero no declarado.
Hablamos de la carta que
la Fiscalía le había entregado el mes anterior invitándolo a
negociar los cargos —rememora Olga Salanueva—, por los cuales
prácticamente se le podía poner una multa y mandarlo para la casa;
a cambio tenía que presentarse como testigo de la Fiscalía, lo que
implicaba apoyar las mentiras que habían tejido alrededor de sus
compañeros. En uno de los párrafos le recordaban que mi status
legal migratorio (de ciudadana cubana residente permanente en los
Estados Unidos), podía ser revocado, y que podían deportarme a
Cuba.
Algo se está tejiendo
en contra de nosotros, tenemos que estar preparados para todo, le
dijo René en ese encuentro. Estaba muy próximo el inicio del
juicio —se esperaba que fuera en septiembre, aunque finalmente
empezó el 27 de noviembre— y sabía que iban a intentar
presionarlo con la familia.
René no firmó el
documento. Por toda respuesta pintó un puño cerrado con el dedo
del medio erguido.
LA CÁRCEL
Enseguida que abrí la
puerta me di cuenta de que se trataba de algo relacionado con René,
afirma Olga. Reconocí a uno de los agentes del FBI que estuvo
presente dos años antes, cuando lo arrestaron.
Me sacaron esposada de
la casa y me llevaron al edificio de Inmigración de Miami, donde me
tomaron las huellas digitales. Dijeron que intenté entrar a los
EE.UU. tratando de falsificar una visa, cosa incierta, pues yo fui
reclamada legalmente por René, que es ciudadano norteamericano. La
pretensión era hacer ver que yo conocía de las actividades de él.
Como no tenían cómo probarlo —de lo contrario me hubieran
detenido junto al resto del grupo— me procesaron por un asunto de
índole migratoria.
"De
allí me trasladan a una cárcel estatal donde Inmigración alquila
una celda a la que conducen a las personas con mal comportamiento en
Krome (instalación que realmente me correspondía, pero a la que no
me llevaron aduciendo razones de seguridad). Me di cuenta de que lo
que perseguían era lo mismo que cuando llevaron a los Cinco al
hueco: que la pasara muy mal. Estaba en una celda sola, sin
ventanas, no me sacaban a tomar sol, la comida pésima, no me
permitían atención médica...
"En
los más de tres meses que estuve allí solo vi a Ivette una vez.
Hablábamos por teléfono y me decía: `Mami, por qué no vienes a
verme, yo te quiero ver'. La abuela, Teté, gestionó una visita y
las autoridades de la prisión le dijeron que me pasarían a un
saloncito para tener un contacto más íntimo, pero no fue así. Yo
de un lado y mi hija del otro, separadas por un cristal, hablando a
través de un teléfono. Ante su inquietud se me ocurrió decirle
que estaba en un hospital, que tenía mucho catarro y que por eso no
podía abrazarla. Recuerdo que me dijo: `Mami, ¿por qué en este
hospital hay tantos sheriffs?' Para mí eso fue muy fuerte.
"Empecé
a escribirle a mi esposo, pero no le entregaban mis cartas. Sin
embargo, diariamente yo recibía las de él: sus poemas y sus
palabras de aliento. También las de Gerardo, Tony, Ramón y
Fernando; yo guardo esas cartas.
"René
me decía que seguiría escribiéndome a pesar de no tener
respuestas, que estaba seguro de que ese juicio lo ganarían, que
allí mismo en Miami iba a aflorar toda la historia de terrorismo
contra Cuba. Yo tenía muchas esperanzas de presenciar el juicio y
que luego no fuera así vino a truncar la promesa que le había
hecho de estar junto a él en esos momentos difíciles."
Cuando ya es inminente
la deportación, René le escribe: "A pesar de que no vas a estar
aquí yo voy a seguir escribiéndote día a día todo lo que pase en
la Corte". Ahí nació el diario en el que relata el juicio.
DE VUELTA A CUBA
Me deportan el 22 de
noviembre, el juicio contra René y sus compañeros empezaba el 27
de ese mes, relata Olga. Habían hecho lo posible y lo imposible por
que él claudicara, que se vendiera, que fuera testigo de la
Fiscalía, y no lo habían logrado.
Durante la vista ante el
juez de Inmigración la Fiscalía planteó que la visa de Olga no
era válida porque ella tenía conocimiento de las actividades de su
esposo.
"Recuerdo
que el magistrado solicitó las pruebas contra mí; le respondieron
que formaban parte de las evidencias del juicio contra los Cinco y
que todavía no se sacaban a la luz pública. ¿Pero no son una
familia?, preguntó. Sí, dijo la Fiscalía, también las hijas
forman parte del grupo. ¿Qué edad tienen? Una 14 años, esa recibe
entrenamiento; la otra dos años. ¿Y esa también? Esa, en el
futuro también lo será. Después en broma le decíamos a Ivette la
bebé espía."
"Pido
despedirme de René y no me lo autorizan. La última vez que nos
vimos fue el propio día de mi detención. Cuando me trasladan a la
cárcel me preguntan si quería ver a mi esposo y colaborar con
ellos, les respondí que no tenía nada que decirles pero que sí
quería verlo. Enseguida me percaté de que era el modo que
utilizaban para demostrarle a él que no eran solo amenazas, pero
era la única oportunidad de volver a verlo. Me presentaron vestida
de presa, desaliñada. El encuentro fue en un salón, rodeados de
agentes del FBI. Él preguntó: ¿Quién te detuvo? ¿Inmigración?
Le dije que sí. Probablemente te deporten, me dijo. Nos despedimos
y hasta hoy no lo he vuelto a ver."
Olga pidió otra cosa:
viajar con su hija Ivette. Aún estaba latente el rescate de Elián
(en junio de ese año) y temía que la mafia anticubana radicada en
Miami tomara represalias con la niña. Le niegan la solicitud
alegando que Ivette es ciudadana norteamericana y que ese proceso
migratorio no tenía nada que ver con ella. "Les sugerí que fuera
bajo las condiciones que ellos determinaran, que un familiar me la
llevara al aeropuerto, que me la entregaran dentro del avión, pero
se negaron a cualquier tipo de condición".
El 22 de noviembre la
sacan muy temprano de la celda y la trasladan al aeropuerto de
Opaloca. Otra prisionera queda con el encargo de avisarle por
teléfono a Teté. La montan en un avión militar que transportaba
excluibles para Cuba, en el que viajó todo el tiempo esposada.
"La
niña regresó con mi suegra, Irma, al día siguiente. No quiero ni
recordar las amargas horas que pasé esperando a mi hija..."
REIVINDICAR EL
DERECHO ESTADOUNIDENSE
Al pie de la
escalerilla, Nuris Piñero, abogada de la familia de nuestros Cinco
compatriotas, esperaba a Olga. De aquel momento relata: "Bajó con
una hidalguía, con su frente tan alta, con un sentimiento de
inocencia tan marcado, que de inmediato entendí que tenía a una
persona muy especial ante mí. Creo que es una mujer extraordinaria,
que está a la altura de ese esposo que eligió".
El tratamiento recibido
por Olga, afirma, es contrario al derecho, una manera de forzar un
resultado en el ámbito criminal, es una de las torturas que
prohíbe la Octava Enmienda de la Constitución de los EE.UU. Si no
fuese este un caso político vestido con una manta jurídica, se
hubiera actuado de modo distinto. En la práctica judicial
norteamericana si una persona involucrada en un proceso común
recibe tales presiones, en cuanto se conocen y son denunciadas es
puesta en libertad y no se discute nada más sobre el fondo del
asunto.
Recientemente, pasados
cinco años de la deportación, Olga solicitó por séptima vez la
visa —en seis ocasiones denegada— para visitar a su esposo en
compañía de la pequeña Ivette. La respuesta ha quedado en
suspenso. Un acápite de la Ley de Inmigración y Naturalización de
los EE.UU. permite que transcurridos cinco años pueda ser revisado
el expediente de una persona deportada y que le sea autorizada la
entrada a ese territorio.
Una respuesta favorable,
afirma la letrada, es una obligación de las autoridades
norteamericanas, es la forma que tienen de reivindicar el derecho
migratorio y el sistema jurídico de Estados Unidos ante la
injusticia que han cometido con René, con Olga y con sus hijas.
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