Cuando
Ethel caminaba hacia la silla eléctrica sabía que su esposo ya había
sido ejecutado. ¿Cómo imaginar los últimos minutos de dolor de esa
mujer? Pensaría acaso en los años felices, en los dos niños pequeños
que dejaban. Recordaría tal vez la carta de Julius: "¿Qué le escribe
uno a su amada cuando se enfrenta a la siniestra realidad de que se
ordenó quitarles la vida en dieciocho días, en el aniversario 14 de
sus bodas?".
O quizá pensaría en la propuesta del gobierno estadounidense, de
ofrecerles perdón si aceptaban declararse culpables. "Somos
inocentes —contestó la pareja— Renegar de esta verdad es pagar un
precio demasiado alto, incluso por el inapreciable don de la vida,
porque una vida así comprada no la podríamos vivir con dignidad y
respeto".
"Aspiramos a vivir, pero con la sencilla dignidad que inviste
solo a aquellos que han sido honestos consigo mismo y con sus
semejantes. Por lo tanto, con honradez, solo podemos decir que somos
inocentes de este crimen", escribió Ethel en la petición de
clemencia al entonces presidente de Estados Unidos, Dwight D.
Eisenhower.
Los Rosenberg fueron arrestados por el FBI en el verano de 1950 y
acusados de conspiración para cometer actos de espionaje al servicio
de la Unión Soviética. Algunas de las pruebas utilizadas para
culparlos consistían en dibujos de supuestos secretos atómicos, la
tarjeta de inscripción en el Hotel Hilton y una mesa supuestamente
entregada por la URSS al matrimonio.
El caso conmocionó a la opinión pública internacional. "Las horas
están contadas. Los minutos están contados. No permita que se cometa
este crimen contra la humanidad", escribió el pintor Pablo Picasso
en uno de sus dibujos publicados por el periódico francés L’Humanité;
miles de estadounidenses se manifestaron frente a la Casa Blanca;
desde el Vaticano llegó una apelación a Eisenhower.
Pero nada detuvo el asesinato "legal". Tras una serie de juicios
amañados y apelaciones denegadas, fueron ejecutados el 19 de junio
de 1953.
"Una cosa tiene que quedar clara como el cristal —escribió Julius
a sus hijos desde la celda en 1952—. Nuestro caso es una parte
integral de la conspiración para instaurar el temor en nuestra
tierra".
En el apogeo de la "caza de brujas", encabezada por el senador
Joseph McCarthy, en el contexto del triunfo de la revolución
comunista en China y de la guerra en Corea, cualquier ciudadano era
un potencial sospechoso.
McCarthy llegó a denunciar que los comunistas se habían
infiltrado en el Departamento de Estado, en el Pentágono, en
Hollywood, en los medios de comunicación.
Incluso se estimulaban las delaciones entre familiares. Eso
podría explicar el comportamiento del hermano de Ethel, quien delató
a los Rosenberg y años más tarde declaró que su hermana y su cuñado
eran inocentes.
Los hijos del matrimonio, de seis y diez años de edad cuando
quedaron huérfanos, fueron expulsados de la escuela. Víctimas del
odio, no tuvieron más remedio que cambiar de apellido. En el
cincuentenario de la ejecución, The New York Times comentó en un
editorial que "el caso de los Rosenberg aún perturba la historia
estadounidense, recordándonos la injusticia que se puede cometer
cuando una nación se entrampa en la histeria".
Cuentan que las últimas palabras de Ethel fueron: "No estoy sola
y muero con honor y dignidad, sabiendo que mi esposo y yo seremos
reivindicados por la historia".