Desde Haití

Corail no está solo

Leandro Maceo Leyva, enviado especial

Emprender un viaje a la Grand’Anse, departamento al que pertenece Corail, supone el hallazgo de un entorno con increíbles similitudes al de algunas zonas de Cuba, de una vegetación tan pródiga como diversa, que disiente de la férrea deforestación que afecta a Haití, mientras una variedad mayúscula de frutos tropicales y helechos se roban el protagonismo. Resulta, sin duda, un recorrido por un paisaje distinto, pero lleno de magia y contrastes, como todo el territorio haitiano.

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Corail es un pueblo de pescado, donde la vida de sus habitantes depende de la vía marítima.

Montañas que a fuerza de excavaciones ceden paso a los espontáneos y retorcidos caminos que se dibujan a sus pies. Piedras que descienden y bloquean el sendero. Camiones que se atraviesan. Motoristas. Espejismos de carreteras ante un tránsito casi nulo. Vehículos que se anuncian en las curvas para evitar darse el beso de la muerte.

Ríos que se pierden desde la altura. Un valle que invita a ser contemplado. Una temperatura húmeda que destierra el intenso sol caribeño predominante en Haití. Hombres que construyen muros de piedra para contener la fuerza del agua.

Niños que juegan y no ceden en el intento de empinar sus improvisados papalotes, los mismos que se dan unos puñetazos o huyen de las cámaras. Hijos de aquellos que saludan al pasar, cuando toman un descanso en medio del arduo trabajo de cultivar la tierra.

Siembras de café, mercados de carretera, sacos de carbón que esperan por ser comprados, mulos transportando grandes cargas mientras acompañan los pasos de sus dueños. Y en medio de la aventura, una pregunta se vuelve recurrente: ¿cuánto queda para llegar?

Y es que Corail está lejos en verdad, pero no solo. Desde 1998 lo acompañan los médicos cubanos, quienes se convierten en su otro yo y en una suerte de protectores para sus habitantes. Estos últimos ya no precisan salir de la nada en que están sumidos para asistir a una consulta o escapar de una urgencia médica, sino que logran conciliar los sueños, seguros de que mientras esté en sus manos, estos hombres y mujeres de bata blanca y buena voluntad no los dejarán morir.

Aunque hasta allí casi todo llega por mar, los cubanos lo hacen por tierra. Son recibidos por los barcos que reposan a la entrada del pueblo de pescadores y la afabilidad de sus habitantes. Unos permanecen a tiempo completo, mientras que otros viajan con frecuencia para asegurar la constancia de la atención primaria de salud. Todos movidos por la solidaridad. La misma que hoy permite pasar a una nueva etapa, con la ampliación y remodelación del Hospital Comunitario de Referencia, única y moderna instalación de su tipo emplazada en ese paraje de la geografía haitiana.

Tras concluir este 4 de junio la etapa constructiva —financiada por UNASUR bajo la asesoría técnica de la empresa QUALITY COURIERS INTERNATIONAL S.E.A.—, cada hombre, mujer, niño y anciano de Corail dispone de servicios de apoyo vital, observación, hospitalización, parto y preparto, pre y posoperatorio, salón de operaciones y consultas externas en las especialidades de medicina general, pediatría y cirugía. Programas para la prevención de enfermedades transmisibles con un enfoque comunitario, medios diagnósticos tales como laboratorio clínico y de microbiología, ultrasonido, rayos X y electrocardiograma, así como de una farmacia, una sala de fisioterapia y rehabilitación y un total de 27 camas, cuyo costo no excede el agradecimiento sincero y espontáneo de la población.

Los archivos de la Brigada Médica Cubana recogen una historia singular sobre los seis primeros cooperantes que llegaron a Corail, quienes se instalaron en diferentes casas cedidas por autoridades y pobladores de la zona. Todo un acontecimiento con un impacto notable y aún recordado por el pueblo, el cual cargó sobre sus hombros el equipamiento hasta el hospital. Hoy, cuando suman una treintena, entre cubanos y haitianos, todos comparten la ausencia de electricidad, la lejanía y el olvido de un mundo moderno que desconoce la existencia de Corail, la riqueza espiritual de su gente y la necesidad de conectarse con ellos.

 

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