Las muchas luces de César

Hoy lunes, entre las 9:00 a.m y la 1:00 p.m., serán expuestas en la funeraria de Calzada y K las cenizas del autor de Contigo en la distancia, fallecido el sábado en La Habana

Pedro de la Hoz
pedro.hg@granma.cip.cu

Murió el cantor pero vive la canción. Cumplidos los noventa años el pasado 31 de octubre, César Portillo de la Luz partió el último sábado. Un paro cardiorrespiratorio derrumbó definitivamente a un paladín que nunca colgó los guantes. Su obra siempre estará llena de luces. Es de los imprescindibles en la historia de la canción cubana.

Habanero de origen humilde —padre constructor y torcedor de tabaco; madre ama de casa—, tuvo en el seno familiar su primer contacto con la música, pues en el hogar era frecuente que se entonaran los aires trovadorescos de moda.

En plena adolescencia solía reunirse con muchachos de su edad en el Parque Villalón a cantar tangos, criollas y corridos mexicanos y comenzó a tener trato con la guitarra, instrumento en el que muy pronto advirtió posibilidades armónicas que lo llevarían a plantearse un modo diferente de acompañar las melodías.

En tales trajines César no estaba solo. En esa década unos cuantos jóvenes comenzaron a explorar una nueva sensibilidad en la canción cubana: José Antonio Méndez, Ángel Díaz, Ñico Rojas —las noches del Callejón de Hamel—, Frank Emilio Flynn, Aida Diestro, el Niño Rivera, Orlando de la Rosa, Rosendito Ruiz y luego Frank Domínguez y la inefable Marta Valdés. Había nacido el filin, una auténtica revolución en la cancionística cubana, segunda estación de la trova insular en el siglo, con César entre sus cúspides.

César se bandeaba pintando casas y apartamentos y dando clases de guitarra, porque de componer canciones nadie podía vivir. Él mismo no se consideró nunca un intérprete. Pero comenzaron a tener salida sus obras, curiosamente en agrupaciones de música bailable, que entre uno y otro número movido acostumbraban a insertar boleros.

Y así fue cómo dio con el Conjunto Casino y pegó varias de sus piezas más reconocidas, rápidamente expandidas a México y otros países de América Latina.

Ya en los cincuenta, la obra de César encontró voces que le propiciaron una difusión masiva de sus canciones: desde el mexicano Pedro Vargas al chileno Lucho Gatica, incluyendo al norteamericano Nat King Cole.

Como caballo de batalla, una obra compuesta en 1947, Contigo en la distancia, a la que siguieron, entre otras, Realidad y fantasía, Tú mi delirio y Noche cubana. Sobre Contigo en la distancia confesó muchos años después al impar Orlando Castellanos:

Me di cuenta que esta canción, y en este caso me pasó como al burro de la fábula, que toca la flauta por casualidad, había expresado el problema del complemento que representa, para la pareja, la otra parte. Que era una canción que lo mismo podía cantársela un hombre a una mujer, que una mujer a un hombre. Porque podían sentir ambos la misma vivencia que expresaba la canción y que esto había determinado, a mi juicio, el éxito; no los valores estéticos en particular o en primer orden, sino que era una canción con una vivencia tan universal, tan común, que se convirtió en una canción de todos.

La popularidad de las obras de César contribuyó a que cimentara una carrera trovadoresca en La Habana de la medianía de siglo, época de oro de los pequeños clubes en El Vedado y otros sitios de la capital. En el Pico Blanco, del hotel Saint John, José Antonio y César reinarían por largo tiempo.

Al triunfar la Revolución, César ya tenía una obra consolidada. No le faltaron ofertas económicamente atractivas. Pero para quien siempre había simpatizado con la izquierda, los nuevos tiempos de la Patria representaban una oportunidad de realización colectiva en la que su individualidad tenía mucho que aportar. No se trataba únicamente de la dignificación del trabajo artístico, sino de la de todos los cubanos.

Así lo entendió un hombre que experimentó un notable crecimiento intelectual a partir de la década de los sesenta, en los que se contó entre los fundadores de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba —mano a mano con su amigo Nicolás Guillén—, estudió

Filosofía y Economía Política, colaboró con el movimiento obrero y representó a Cuba en diversos escenarios internacionales.

Añadió nuevos hitos a su obra, entre los que destacan Canción a un festival, Son al son, Canción a la canción y Canción de los Juanes, esta última de clara inspiración guilleniana. En 1967, motivado por la resistencia del pueblo vietnamita contra la agresión norteamericana, dedicó una composición a esa hazaña.

El mexicano Luis Miguel, el español Plácido Domingo, la norteamericana Cristina Aguilera, y los puertorriqueños Andy Montañez y José Feliciano lo incorporaron a sus repertorios. También lo hicieron populares bandas de baile como Los Van Van y los japoneses de la Orquesta de la Luz. El guitarrista Joaquín Clerch y la Orquesta Sinfónica Nacional grabaron una suite instrumental de obras suyas.

Cuba le rindió honores mediante varias condecoraciones estatales. Pero también, en silencio, él honró a Cuba, con donativos a instituciones culturales y de la salud y el aporte financiero para la producción de un documental sobre los Cinco Héroes realizado por el ICAIC.

Pocos días antes de cumplir 90 años confesó a este redactor: "Yo pudiera decir como Neruda: confieso que he vivido. Pero no lo haré. Lo importante es que vivan mis canciones".

 

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