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Alfredo Guevara: lealtad, compromiso y lucidez

PEDRO DE LA HOZ

Alfredo Guevara, fundador del cine cubano de la Revolución y uno de los principales promotores del Nuevo Cine Latinoamericano, falleció en La Habana este viernes a los 87 años de edad, a consecuencia de una dolencia cardiaca que se agravó en las últimas semanas.

Podía haber sido exclusivamente un hombre de cine y ello le bastaría para figurar entre las personalidades de mayor relieve en la cultura cubana a lo largo del siglo XX. Pero también fue un hombre de la política, un infatigable defensor y difusor de las ideas socialistas, un combatiente leal y lúcido, comprometido entrañablemente con el pensamiento y la acción de quien fue para él, desde el mismo momento en que lo conoció en los predios universitarios, su guía y paradigma, Fidel Castro.

Amante y conocedor del llamado séptimo arte, del cual fue promotor en la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, Guevara compartió con Julio García Espinosa y Tomás Gutiérrez Alea los avatares de la filmación de El mégano, película secuestrada por la tiranía ante su fuerte carga de denuncia social.

Por su implicación en el movimiento antidictatorial y en tareas insurrecciónales fue perseguido y apresado en más de una ocasión.

En el exilio mexicano fungió como asistente de dirección de Luis Buñuel. Al triunfo de la Revolución, imbuido de la importancia de la cultura en el proceso que se iniciaba, recibió la tarea de fundar el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), organismo que dirigió durante dos etapas.

Puso desde entonces todo su empeño en el desarrollo de una filmografía nacional signada por un doble compromiso con la Revolución y el arte, la creación del Noticiero ICAIC, la búsqueda y formación de nuevos públicos (un ejemplo, el cine móvil en campos y montañas) el estímulo de los debates teóricos entre los realizadores y la integración del movimiento artístico e intelectual al cine (sirvan de ejemplos, el impulso al cartel y a la nueva trova).

Vinculado al Nuevo Cine Latinoamericano desde su punto de partida en los años sesenta, fundó en 1979 el Festival de La Habana y colaboró con la apertura de la Escuela de Cine y TV de San Antonio de los Baños. Desde el ICAIC brindó un decisivo apoyo a decenas de cineastas del continente.

Participó activamente en los Congresos de la UNEAC y en los últimos tiempos sostuvo diálogos y debates con jóvenes intelectuales y artistas en universidades y la Asociación Hermanos Saíz. También fue diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular y por una década Embajador de Cuba ante la UNESCO.

De notable valor resultan los proyectos editoriales que llevó a cabo, entre ellos las compilaciones de ensayos, artículos y cartas Tiempo de fundación, Y si fuera una huella y Revolución es lucidez, y el epistolario cruzado con el italiano Cesare Zavattini.

Fue el primero en merecer el Premio Nacional de Cine. Recibió la Orden Félix Varela de Primer Grado, y en marzo de 2009, le fue conferida la Orden José Martí, la más alta distinción del Estado cubano,  de manos del General de Ejército Raúl Castro.

Por voluntad propia sus restos mortales fueron cremados y las cenizas serán esparcidas en la escalinata de la Universidad de La Habana.

 

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