"Ahora mismo —explica— está de práctica laboral un grupo de
alumnos que se prepararán como obreros calificados en Carpintería en
Blanco y Encofrado en el politécnico Renato Guitar, situación que
nos llena de alegría. Para todos aquí son como nuestros hijos, por
eso los tratamos con cariño, le enseñamos todo lo que sabemos y le
exigimos que aprovechen el tiempo".
Daniel Alfredo Reyes Castillo, un avispado muchacho de 16 años,
adivina la interrogante. "Estoy a gusto porque gano confianza en lo
que hago como ayudante de carpintero en la construcción de algunos
módulos. Ya ensamblé algunas puertas y repisas".
No le admiten chapucerías. Mucho menos si trabaja con Arnoldo
Rubio Batista, a quien consideran un devoto de los trabajos finos,
al tiempo que domina los viejos pero útiles equipos del taller. "Yo
no me permito entregar una puerta, una ventana o cualquier mueble si
no tiene la terminación adecuada. Y eso se lo inculco a los
muchachos que recibimos, como hicieron conmigo en los días de
estudiante y al incorporarme a este centro de trabajo en 1984, tan
pronto terminé el politécnico".
Mantiene la misma posición Rolando Aguabella. Llegó al taller en
1990, después de ejercer la docencia como profesor de carpintería en
el Renato Guitar. Aplica los conocimientos pedagógicos para crear en
los alumnos el respeto al horario laboral y al cumplimiento de las
tareas asignadas. De igual modo, les exige el registro diario de las
labores, porque les servirá para discutir con los profesores guías
los resultados de lo aprendido en estos días.
Entre los compañeros de oficio tiene a su hijo Rolando, quien ya
ganó reputación por aplicado y responsable, tanto en el trabajo como
en la atención a los estudiantes. "Y para completar la lista, se me
incorporó a la práctica laboral Reyneris, el otro varón que se
prepara en construcción civil", dice risueño, para aclarar
inmediatamente que no hará concesiones con el pupilo durante el
actual periodo de aprendizaje.
Las vivencias por compartir motivan a Pedro Manuel Pupo a retomar
la conversación. Para moldear la voluntad de los estudiantes, dice,
basta que conversen un rato con Ernesto Limonta Gainza, el mecánico
que aún jubilado sigue al tanto de las máquinas, funde con métodos
caseros el metal que componen sus chumaceras y hasta obtiene hojas
de sierra de pequeño tamaño a partir de las grandes que salen de
servicio por quebraduras.
También les será útil escuchar de boca de cualquier otro
trabajador que en octubre pasado el huracán Sandy golpeó sin
compasión el taller y lo dejó sin techo, el cual restablecieron tan
pronto recibieron las planchas de cinc. Fueron días para no olvidar,
dedicados igualmente a poner de alta las máquinas, porque
solicitaron el urgente envío de bolos de los mismos árboles
derribados en la provincia por la furia de los vientos, para
aserrarlos y emplear la madera en las tareas de la recuperación en
los lugares donde fuera necesario.