2009)
y su prolongada secuela, en una etapa declinante de la hegemonía
internacional de ese país y con una estructura económica de
acumulación capitalista cada vez más centrada en la especulación
financiera, debe llevar a un proceso de recuperación y ajuste
necesariamente largo. En el mejor escenario para ese país,
probablemente consiga restablecer un balance y mayor dinamismo de su
economía después del 2017 y quizás para el 2020, en correspondencia
con las nuevas condiciones de la economía estadounidense y del resto
del mundo. Lo dilatado del proceso de ajuste se debe a que supone no
solamente tratar de equilibrar los balances comerciales y
financieros deficitarios del país y su deuda externa, la falta de
ahorro interno y la creciente polarización de la riqueza, sino la
reorientación de su política económica y la redefinición del sistema
de instituciones reguladoras y coordinadoras a escala bilateral,
regional y mundial. En cuanto a la estructura de la economía, supone
también cierto restablecimiento de la producción industrial y en
particular de gas y petróleo, dentro de una proyectada reforma
energética, que se espera puedan revitalizar la economía de EE.UU.
en los próximos años y contribuir a la creación de empleos.
Este proceso no depende solamente de la economía interna
estadounidense y su reposicionamiento global, sino de los cambios
que ya se observan y se prevén en la arquitectura de las relaciones
económicas internacionales en el corto y mediano plazos, derivados
de mutaciones en la correlación general de fuerzas, que a todas
luces favorece a Asia y los BRICS (Brasil, Rusia, China, India y
Sudáfrica). Tales movimientos podrían alterar tanto la geografía
política como el mapa de la geografía económica global, sus
agrupaciones y concatenaciones, debido a la rearticulación de las
relaciones económicas de los países y los cambios en el marco
institucional y regulatorio de la economía mundial.
La política estadounidense está tratando de redistribuir los
costos de su crisis a escala global para reestructurar la economía y
recuperar su capacidad hegemónica con el empleo de los instrumentos
de transmisión reformulados durante la etapa anterior, iniciada a
raíz de la "revolución conservadora" en la década de 1980, y las
políticas económicas que la acompañaron. Las dificultades para
realizar semejante ajuste económico no solamente se deben a
obstáculos internos, desequilibrios macroeconómicos, división, falta
de consenso para solucionarlos dentro del sistema, sino al alcance
global de la crisis y sobre todo al negativo impacto al interior sus
principales socios. También se oponen a la transferencia de los
costos del ajuste por parte de Estados Unidos, las políticas y
procesos que buscan minimizar esos impactos negativos y fortalecer
las posiciones negociadoras de América Latina y el Caribe, sea
dentro de UNASUR, la CELAC, o mediante esfuerzos claramente
contrahegemónicos, como los desplegados por el ALBA.
Entre los principales asuntos pendientes que definen el actual
proceso de transición en el sistema de economía mundial y relaciones
internacionales se encuentran la reforma del sistema monetario
internacional, todavía demasiado centrado en el papel del dólar
estadounidense, y la posición privilegiada de EE.UU. en las
principales instituciones económicas, financieras y políticas
internacionales, desde el FMI, el Banco Mundial, que muestran
fisuras y retrocesos para Estados Unidos, pero no han dejado de
expresar su liderazgo.
La gravedad de la crisis económica y financiera por la que ha
atravesado esa economía en lo que va de siglo, permite prever para
lo que resta del decenio en curso un escenario contradictorio y de
gran inestabilidad. Desde luego, en la proyección de tendencias y
visualización de perspectivas, se debe tener en cuenta un conjunto
de elementos de muy difícil ponderación. No obstante, reconociendo
estas limitaciones, cabe establecer algunas líneas que pretenden
caracterizar a Estados Unidos para finales de esta década:
—Bajo crecimiento del Producto Interno Bruto, que debe situarse
alrededor del 2 % durante los próximos dos años, con posibilidades
de incrementarse con posterioridad. Ello supone un limitado aumento
del ingreso personal y el estrechamiento de las capas medias, con
afectaciones más severas para las "minorías" de afronorteamericanos
y latinos.
—Niveles de desempleo en el entorno del 7 % hasta el 2015 por lo
menos, asociados al débil aumento en la demanda global, dadas las
crisis en Europa, e incluso el más lento crecimiento de otras
economías grandes y dinámicas, como China e India.
—Posible ocurrencia de nuevas recesiones y sus secuelas, debido a
la aplicación de la Ley de Control de Presupuesto del 2011, o por
disminución de gastos o incremento de impuestos para disminuir el
déficit fiscal.
—Aumento de las diferencias socioeconómicas internas, dado que
las medidas de carácter más progresistas son limitadas, porque deben
conciliarse con posiciones opuestas de los sectores más
conservadores y reaccionarios, que disminuirán de un modo u otro los
programas de seguridad y asistencia sociales.
—Dada la aguda división política al interior de la clase
dominante estadounidense, expresada en política económica con
particular virulencia en las variantes para reducir el déficit
presupuestario; las políticas económicas para el alivio de las
contradicciones del sistema estarán constreñidas y tendrán un
impacto negativo desproporcionado para los sectores medios de esa
sociedad.
—Se mantendrá como aspecto principal en la política económica
externa, la firma de acuerdos de libre comercio con países
políticamente afines, si bien no existen muchas opciones por esta
vía. Decisiones de política económica agresiva para presionar la
subida de tipo de cambio, o sanciones a los que EE.UU. considera
realizan "tratos desleales" estarán en la orden del día. En el
aspecto comercial se deben reforzar los procedimientos no
arancelarios (algunos justificados por razones de "seguridad"), así
como aplicar políticas de incentivo fiscal a la producción interna.
—No obstante, en medio de un escenario en general sombrío, al
menos para los próximos cinco años, cabe esperar una mejoría para
los años finales de la década. Ello depende en parte de la
aplicación de políticas económicas no muy regresivas para alcanzar
el balance fiscal, la reforma energética y las decisiones para la
explotación de nuevos yacimientos, sin dejar de considerar los
avances tecnológicos y el uso de energía renovable. Existen
pronósticos de la Organización Internacional de Energía sobre la
posibilidad de que Estados Unidos pueda convertirse en exportador
neto de energía para finales de la década, asumiendo la aplicación
de nuevas tecnologías para la explotación de yacimientos preservados
por razones económicas o ambientales. Tal escenario no solamente
estimularía el crecimiento económico y favorecería sus cuentas
nacionales, sino que fortalecería sus bases económicas para el 2020.
Sin embargo, la división al interior de la clase dominante,
expresada en la pugna político ideológica que marcó las elecciones
del 2012 y se mantiene después de la victoria de Obama en las
mismas, no parece encontrar un apaciguamiento y constituye un
obstáculo serio para el avance de la economía estadounidense, si
bien deben esperarse acuerdos entre posiciones bastante extremas y
encontradas, en tanto pongan en peligro el propio funcionamiento del
gobierno y su capacidad de actuar. Tanto el presidente y los
demócratas, como los republicanos, deben cuidar los impactos
negativos que pudieran derivarse de ser considerados culpables del
agravamiento de la situación económica de cara a las elecciones de
medio término.
Por lo tanto, la problemática económica seguirá absorbiendo una
parte principal de los esfuerzos y prioridades del gobierno en los
próximos años, aunque no cabe esperar un alivio significativo a la
situación presente por lo menos hasta el 2015. Con posterioridad al
2017 y en el contexto conducente al 2020, puede esperarse un
mejoramiento de su economía y su posición internacional, en
dependencia de la validez de las predicciones asumidas.
En el plano de la política económica externa, se expresará un
pragmatismo y continuidad en el empleo de la construcción de
espacios de libre comercio como instrumento principal de su política
económica y respaldo a sus intereses, tanto de inversiones como de
comercio. Naturalmente acompañado del uso de sanciones, y el empleo
de programas que entremezclan la "prosperidad" con la "seguridad" y
la militarización amparada en la lucha anti terrorista o en contra
del narcotráfico en todas sus expresiones como se han presentado
hasta ahora.
Los resultados de las guerras en el Medio Oriente y la dificultad
para estabilizar gobiernos amigables a Estados Unidos luego de
procesos de "cambio de régimen" favorables a sus intereses,
implicará someter a una evaluación más cuidadosa su participación en
tales conflictos. Cabe esperar que el gobierno norteamericano
restrinja las intervenciones directas unilaterales a lo que
consideren sus estrategas como "intereses vitales", apoyándose
principalmente en el resto de los casos de instrumentos indirectos,
asistencia a fuerzas locales y participación de aliados, en una
combinación de fuerza y "poder suave", así como variantes del
llamado conflicto de baja intensidad.
La posibilidad de restablecer y participar en la explotación de
los recursos energéticos en algunos de estos países, sobre todo Iraq
y también Libia, puede cambiar el mapa de ruta de las provisiones,
fortaleciendo adicionalmente o no la posición de Estados Unidos en
el mundo, lo que sumado a las importantes reservas energéticas que
se podrían poner en explotación, reforzaría su hegemonía frente a
otras potencias tradicionales o emergentes, que no disponen de esos
recursos en tal profusión y se mantendrían como importadores netos.
En términos políticos y de consenso de política económica, cabe
esperar un gradual reconocimiento de las contradicciones y una mayor
participación del gobierno en compensación de los desequilibrios
existentes, aunque el proceso se verá marcado por agudas
discrepancias observadas al interior de la clase dominante y el
ascenso de fuerzas contra hegemónicas y tendencias adversas a sus
intereses en la correlación mundial de fuerzas.