ESTADOS UNIDOS: perspectivas de su economía hacia finales de la presente década

LUIS RENÉ FERNÁNDEZ TABÍO *

La naturaleza y profundidad de la más reciente crisis económica y financiera en Estados Unidos (2007- .2009) y su prolongada secuela, en una etapa declinante de la hegemonía internacional de ese país y con una estructura económica de acumulación capitalista cada vez más centrada en la especulación financiera, debe llevar a un proceso de recuperación y ajuste necesariamente largo. En el mejor escenario para ese país, probablemente consiga restablecer un balance y mayor dinamismo de su economía después del 2017 y quizás para el 2020, en correspondencia con las nuevas condiciones de la economía estadounidense y del resto del mundo. Lo dilatado del proceso de ajuste se debe a que supone no solamente tratar de equilibrar los balances comerciales y financieros deficitarios del país y su deuda externa, la falta de ahorro interno y la creciente polarización de la riqueza, sino la reorientación de su política económica y la redefinición del sistema de instituciones reguladoras y coordinadoras a escala bilateral, regional y mundial. En cuanto a la estructura de la economía, supone también cierto restablecimiento de la producción industrial y en particular de gas y petróleo, dentro de una proyectada reforma energética, que se espera puedan revitalizar la economía de EE.UU. en los próximos años y contribuir a la creación de empleos.

Este proceso no depende solamente de la economía interna estadounidense y su reposicionamiento global, sino de los cambios que ya se observan y se prevén en la arquitectura de las relaciones económicas internacionales en el corto y mediano plazos, derivados de mutaciones en la correlación general de fuerzas, que a todas luces favorece a Asia y los BRICS (Brasil, Rusia, China, India y Sudáfrica). Tales movimientos podrían alterar tanto la geografía política como el mapa de la geografía económica global, sus agrupaciones y concatenaciones, debido a la rearticulación de las relaciones económicas de los países y los cambios en el marco institucional y regulatorio de la economía mundial.

La política estadounidense está tratando de redistribuir los costos de su crisis a escala global para reestructurar la economía y recuperar su capacidad hegemónica con el empleo de los instrumentos de transmisión reformulados durante la etapa anterior, iniciada a raíz de la "revolución conservadora" en la década de 1980, y las políticas económicas que la acompañaron. Las dificultades para realizar semejante ajuste económico no solamente se deben a obstáculos internos, desequilibrios macroeconómicos, división, falta de consenso para solucionarlos dentro del sistema, sino al alcance global de la crisis y sobre todo al negativo impacto al interior sus principales socios. También se oponen a la transferencia de los costos del ajuste por parte de Estados Unidos, las políticas y procesos que buscan minimizar esos impactos negativos y fortalecer las posiciones negociadoras de América Latina y el Caribe, sea dentro de UNASUR, la CELAC, o mediante esfuerzos claramente contrahegemónicos, como los desplegados por el ALBA.

Entre los principales asuntos pendientes que definen el actual proceso de transición en el sistema de economía mundial y relaciones internacionales se encuentran la reforma del sistema monetario internacional, todavía demasiado centrado en el papel del dólar estadounidense, y la posición privilegiada de EE.UU. en las principales instituciones económicas, financieras y políticas internacionales, desde el FMI, el Banco Mundial, que muestran fisuras y retrocesos para Estados Unidos, pero no han dejado de expresar su liderazgo.

La gravedad de la crisis económica y financiera por la que ha atravesado esa economía en lo que va de siglo, permite prever para lo que resta del decenio en curso un escenario contradictorio y de gran inestabilidad. Desde luego, en la proyección de tendencias y visualización de perspectivas, se debe tener en cuenta un conjunto de elementos de muy difícil ponderación. No obstante, reconociendo estas limitaciones, cabe establecer algunas líneas que pretenden caracterizar a Estados Unidos para finales de esta década:

—Bajo crecimiento del Producto Interno Bruto, que debe situarse alrededor del 2 % durante los próximos dos años, con posibilidades de incrementarse con posterioridad. Ello supone un limitado aumento del ingreso personal y el estrechamiento de las capas medias, con afectaciones más severas para las "minorías" de afronorteamericanos y latinos.

—Niveles de desempleo en el entorno del 7 % hasta el 2015 por lo menos, asociados al débil aumento en la demanda global, dadas las crisis en Europa, e incluso el más lento crecimiento de otras economías grandes y dinámicas, como China e India.

—Posible ocurrencia de nuevas recesiones y sus secuelas, debido a la aplicación de la Ley de Control de Presupuesto del 2011, o por disminución de gastos o incremento de impuestos para disminuir el déficit fiscal.

—Aumento de las diferencias socioeconómicas internas, dado que las medidas de carácter más progresistas son limitadas, porque deben conciliarse con posiciones opuestas de los sectores más conservadores y reaccionarios, que disminuirán de un modo u otro los programas de seguridad y asistencia sociales.

—Dada la aguda división política al interior de la clase dominante estadounidense, expresada en política económica con particular virulencia en las variantes para reducir el déficit presupuestario; las políticas económicas para el alivio de las contradicciones del sistema estarán constreñidas y tendrán un impacto negativo desproporcionado para los sectores medios de esa sociedad.

—Se mantendrá como aspecto principal en la política económica externa, la firma de acuerdos de libre comercio con países políticamente afines, si bien no existen muchas opciones por esta vía. Decisiones de política económica agresiva para presionar la subida de tipo de cambio, o sanciones a los que EE.UU. considera realizan "tratos desleales" estarán en la orden del día. En el aspecto comercial se deben reforzar los procedimientos no arancelarios (algunos justificados por razones de "seguridad"), así como aplicar políticas de incentivo fiscal a la producción interna.

—No obstante, en medio de un escenario en general sombrío, al menos para los próximos cinco años, cabe esperar una mejoría para los años finales de la década. Ello depende en parte de la aplicación de políticas económicas no muy regresivas para alcanzar el balance fiscal, la reforma energética y las decisiones para la explotación de nuevos yacimientos, sin dejar de considerar los avances tecnológicos y el uso de energía renovable. Existen pronósticos de la Organización Internacional de Energía sobre la posibilidad de que Estados Unidos pueda convertirse en exportador neto de energía para finales de la década, asumiendo la aplicación de nuevas tecnologías para la explotación de yacimientos preservados por razones económicas o ambientales. Tal escenario no solamente estimularía el crecimiento económico y favorecería sus cuentas nacionales, sino que fortalecería sus bases económicas para el 2020.

Sin embargo, la división al interior de la clase dominante, expresada en la pugna político ideológica que marcó las elecciones del 2012 y se mantiene después de la victoria de Obama en las mismas, no parece encontrar un apaciguamiento y constituye un obstáculo serio para el avance de la economía estadounidense, si bien deben esperarse acuerdos entre posiciones bastante extremas y encontradas, en tanto pongan en peligro el propio funcionamiento del gobierno y su capacidad de actuar. Tanto el presidente y los demócratas, como los republicanos, deben cuidar los impactos negativos que pudieran derivarse de ser considerados culpables del agravamiento de la situación económica de cara a las elecciones de medio término.

Por lo tanto, la problemática económica seguirá absorbiendo una parte principal de los esfuerzos y prioridades del gobierno en los próximos años, aunque no cabe esperar un alivio significativo a la situación presente por lo menos hasta el 2015. Con posterioridad al 2017 y en el contexto conducente al 2020, puede esperarse un mejoramiento de su economía y su posición internacional, en dependencia de la validez de las predicciones asumidas.

En el plano de la política económica externa, se expresará un pragmatismo y continuidad en el empleo de la construcción de espacios de libre comercio como instrumento principal de su política económica y respaldo a sus intereses, tanto de inversiones como de comercio. Naturalmente acompañado del uso de sanciones, y el empleo de programas que entremezclan la "prosperidad" con la "seguridad" y la militarización amparada en la lucha anti terrorista o en contra del narcotráfico en todas sus expresiones como se han presentado hasta ahora.

Los resultados de las guerras en el Medio Oriente y la dificultad para estabilizar gobiernos amigables a Estados Unidos luego de procesos de "cambio de régimen" favorables a sus intereses, implicará someter a una evaluación más cuidadosa su participación en tales conflictos. Cabe esperar que el gobierno norteamericano restrinja las intervenciones directas unilaterales a lo que consideren sus estrategas como "intereses vitales", apoyándose principalmente en el resto de los casos de instrumentos indirectos, asistencia a fuerzas locales y participación de aliados, en una combinación de fuerza y "poder suave", así como variantes del llamado conflicto de baja intensidad.

La posibilidad de restablecer y participar en la explotación de los recursos energéticos en algunos de estos países, sobre todo Iraq y también Libia, puede cambiar el mapa de ruta de las provisiones, fortaleciendo adicionalmente o no la posición de Estados Unidos en el mundo, lo que sumado a las importantes reservas energéticas que se podrían poner en explotación, reforzaría su hegemonía frente a otras potencias tradicionales o emergentes, que no disponen de esos recursos en tal profusión y se mantendrían como importadores netos.

En términos políticos y de consenso de política económica, cabe esperar un gradual reconocimiento de las contradicciones y una mayor participación del gobierno en compensación de los desequilibrios existentes, aunque el proceso se verá marcado por agudas discrepancias observadas al interior de la clase dominante y el ascenso de fuerzas contra hegemónicas y tendencias adversas a sus intereses en la correlación mundial de fuerzas.

* Profesor e Investigador del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU), de la Universidad de La Habana.

 

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