Dice Confucio "Señor, dame señor fuerzas para cambiar las cosas
que puedo, paciencia para soportar lo que no puedo cambiar e
inteligencia para distinguirlo". Tenemos luz y taquígrafos
suficientes como para saber que el país entero está en manos de
malhechores de mayor o menor fuste incrustados en todas las
instituciones.
Por eso, aunque albergo convicciones marxistas que preceden
incluso a mi lectura de Marx, también tengo paciencia: la virtud
principal del revolucionario. Y puesto que el pueblo español en su
conjunto viene siendo muy mal educado ya desde la cuna y desde muy
lejos en el tiempo por el poder, por todos los poderes, para
indisponerle en contra del socialismo real, por tanto, renuncio de
momento a la utopía y me uno a quienes proponen la revolución
pacífica tomando como referencia la consumada en Islandia. Manuel
Castells escribe en La Vanguardia un artículo titulado
¿Revolución? No se limita a justificarla, también detalla
minuciosamente cómo ha de hacerse.
Hay que desalojar del poder político y económico a todos estos
buscavidas de medio pelo que tanto daño están haciendo. Estoy
convencido de que el ejército habrá de mantenerse al margen. Una
nueva Era ha comenzado. Benedicto XVI, más allá de las razones
oficiales y oficiosas ha debido comprender que su Iglesia ya no
tiene cabida en ella y por eso ha renunciado. Pero en este país, y
pese a que las pruebas pesan más en la balanza que los más
elocuentes discursos, los jerifaltes españoles no van a seguir ni de
lejos el ejemplo de Benedicto, no van a dimitir ni tampoco van a
convocar elecciones; elecciones, por cierto, que ya el pueblo ni
desea porque nadie, salvo los políticos y sus cómplices, quieren el
sistema de partidos. En esta Era, tampoco hay sitio para ellos. El
pueblo español tiene ante sí un desafío. Si aprovecha las nuevas
tecnologías que dan acceso al conocimiento de la realidad más
puntual antes velada a la inmensa mayoría; si es consciente de que
puede y debe aprovechar el advenimiento de la conciencia universal,
se hará con las llaves de esta Era y construirá los cimientos de un
país que nunca existió. Contribuyamos y facilitemos su entronización
pues ya es inevitable. Recordemos a Confucio, pero también a los
antiguos griegos que decían: los dioses ayudan a quienes aceptan y
arrastran a quienes se resisten. Es nuestro turno, es el turno del
pueblo y de las asociaciones cívicas. (Especial para
ARGENPRESS.info)